25 de junio de 2019

Un ballet de ahorcados (Marina; Parte II)

Si el otro día empezábamos la “saga” de artículos sobre Marina presentando a los protagonistas, hoy entramos en el análisis de una relación que, sin ella, la novela sería como un jardín sin flores, como un director sin su orquesta.

Al día siguiente del primer encuentro con Marina, volvemos al jardín que ya nos es familiar, donde Kafka, el gato de la chica, cuya “felinidad” (palabra actualmente no existente en la RAE, por el momento) es más parecida a la de un león que a la de un simple gato, nos recibe como a uno más de la familia. Esa mañana daría lugar la primera cita entre Óscar y Marina en un lugar tan romántico y poético como un cementerio. Repito, la primera “cita”, si se le puede llamar así, la iban a pasar ¡en el cementerio! 

Al principio predominó el silencio; un silencio evidente por parte de los muertos, pero más tenso por parte de los chicos. Un silencio que se mantuvo hasta la llegada de una dama de capa negra que depositó una rosa sobre una tumba sin nombre marcada con una especie de mariposa. Al marcharse la desconocida, empezaron a seguirla hasta acabar entrando en lo que parecía una especie de invernadero invadido por las malas hierbas. ¡Qué casualidad que la puerta tuviera la misma mariposa que encontraron en la tumba!

Cuando abrieron la puerta, se abrió paso un aroma fantasmal característico de esos lugares que han estado encerrados muchos años, como la habitación de un adolescente en su plena pubertad… que por muy fantasmal que sea, puede llegar a ser un asqueroso hedor. Empezaron a caer cuerpos inertes disfrazados, como si fueran los Village People sin sus bailes, sin su Y.M.C.A; aparecieron brazos, piernas y una sensación horrible de que iban a morir.

Volviendo a la mansión, Óscar volvió a escuchar esa voz que lo encandiló la primera vez que entró en esa casa. Volvía a ser ópera, pero esta vez descubrió quién era esa soprano. La madre de Marina. Era, porque había muerto hace tiempo; ¡por esta razón Germán y su hija tenían esa relación!. Ese era el motivo de su excesivo cariño. Una muerte marca, marca mucho, y cuando ocurre, la mejor suerte es tener a la familia allí al lado. Al final, aunque la cita no fue la mejor, Óscar habría repetido ese día mil veces más.

Al día siguiente se coló por segunda vez en esa casa, pero esta vez esperó a que llegaran los dueños. Marina parecía enfadada, aunque se fue calmando con el tiempo. Mientras esperaba, los cuadros del salón despertaron un interés especial en Óscar, que no tardó en preguntarle a Marina sobre su origen; parecían fotografías del alma, como si el pintor conociese mucho a la modelo. Esos, fueron los últimos cuadros que pintó Germán de su mujer; estas, mis últimas palabras por hoy.

Os dejo en nuestra playlist la canción con la que relacionamos la música con el artículo de hoy. Sí, mi chiamamo Mimì, aria de la conocidísima La bohème, como homenaje a la madre de Marina y a la ópera. Seguid buscando Le Lector en las redes y podréis estar atentos a nuestras novedades.

¡Ánimo lectores! Os leo en los comentarios.

Le Lec. 


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