17 de diciembre de 2021

Valldemossa. El pueblo al que Chopin ha dado vida.

Leo el título ahora y la verdad es que no me parece justo. En esto me estoy empezando a parecer a los periódicos y medios de comunicación: pongo el título que me da la gana, y luego más abajo te explico realmente la noticia, que es seguramente contraria a lo que digo en el título. Esto se llama crear hype y el resto son tonterías.

        ¿A qué viene todo esto ahora? Ahora lo entenderéis. Primero de todo, para quien no lo sepa, Valldemossa es un pueblo de Mallorca, situado cerca de la sierra, al norte de la isla. Y, por otro lado, Chopin es uno de los compositores más conocidos del romanticismo, famoso sobre todo por sus nocturnos a piano. Supongo, y espero, que conocierais las dos cosas, sino tenemos un problema. Básicamente, os hago este pequeño resumen para que entréis en materia.

El fin de semana pasado, aprovechando que fue puente en España, nos fuimos de excursión con mis padres a Mallorca. Si los que sois fans del blog lo recordáis bien, en mayo hicimos algo similar, lo que esa vez solo estuvimos un día. Es algo que acostumbramos a hacer; no viene mal salir de la isla de vez en cuando, aunque sea para irte a otra un poquito más grande.

        El primer día estuvimos en Palma de compras. Estuvimos en el centro comercial Fan e iban pasando las horas, y las tiendas se iban sucediendo: ahora vamos al Pull, luego Tiger, Primark luego al Zara… y así continuamente. Yo llegué más tarde, debido a un problema cronológico de una alarma y una cagada mía que ya contaré otro día, pero llegué. Ya en Palma centro también pasamos por la librería Babel, que merece mención aparte. Si os gustan las librerías, os apasionan los libros o simplemente os parece relajante ver una estantería llena, os recomiendo que paséis; tienen un montón de libros de todo tipo, y aunque los precios son los que son (como en todas las librerías), al menos se te puede caer la baba un rato y te puedes tomar un café.  

Esta vez fue la primera que yo recuerdo que hemos tenido coche en Mallorca para poder movernos. Nunca lo habíamos necesitado tampoco, pero ya que estábamos, queríamos descubrir nuevos sitios que no fueran el Passeig del Born o Sant Miquel. Y aquí es cuando entra Valldemossa en esta entrada.

        Por pequeña que sea Mallorca en comparación a otras islas, todo depende del punto de vista, siempre que uno llega a un sitio nuevo, necesita ayuda del Maps. Ni mi padre, un boss en el tema de la conducción, habría sabido llegar al pueblo por su cuenta, aunque una vez has hecho el camino una vez no hay que ser un lince para repetirlo. Segunda estrella a la derecha y todo recto hasta el amanecer, y ya estás ahí. Si habéis pillado la referencia, sois los mejores.

Valldemossa se encuentra a mitad de montaña, a la que subes por una sinuosa carretera con unas vistas maravillosas. Tal vez tenía 100 casas en total. A lo sumo, 150. Tú llegabas a él y sabías que habías entrado en un mundo totalmente distinto. Yo no recordaba nada parecido… Esa naturaleza verde al lado que se iba comiendo las calles, esa bruma que volaba en el ambiente, la montaña justo detrás o esas casas marrones que surgían por encima de las piedras. Por parecido, Matera podría ser su hermana perdida, aunque el pueblo italiano está predominado por cuevas, y lo de Valldemossa eran casas, antiguas, pero casas, al fin y al cabo.

        Si te fijabas bien en el pueblo, no tenía mucho. Tal vez podía tener 10 bares en total, alguna tiendecilla de ropa, una iglesia con un campanario que lleva años envuelto en una tela azul y todo estaba totalmente enfocado al turismo. Aquí nos quejamos por 3 meses de turismo al año, pero ahí cada finde se llenaba de ellos: alemanes, ingleses, mallorquines u otros españoles. Y una vez allí entendías el por qué.

Valldemossa era un pueblecito en el que por mucho viento que hiciera, su ambiente te atrapaba en su magia rural, una magia beatificada por Santa Catalina Thomas, matrona del pueblo. Y por Chopin, compositor polaco que por recomendación del médico vivió durante unos años en ese pueblo para curarse de la tuberculosis que sufría -mira que tenía montañas cerca de Polonia y se tuvo que venir a Mallorca-. Allí, en la Cartuja del pueblo, junto a George Sand, gran poetisa y amada del pianista, descubrieron el “lugar más bello del mundo”, donde se inspiraron para sus futuras composiciones. Ellos no estuvieron muchos años, pero su recuerdo perdura aún y perdurará muchos años más en esas calles estrechas que conforman la imagen del pueblo. Otros famosos como Michael Douglas también han aprovechado y han comprado alguna casa por ahí para disfrutar de la tranquilidad y lo bueno de la vida que te aporta un pueblo: me imagino en una de esas casas, con un libro, una copita de vino y un portátil para escribir (hombre, si puede ser una Olivetti, mejor), y se me cae la baba como en Babel. Eso sí, como no me pongan una estufa me voy. Ya os aviso.

        Tras un rato de pasear, volvimos a coger el coche y desanduvimos lo andado 2 horas antes. Por mucho que fuera un ratito corto, nos volvimos a la civilización habiendo descubierto un lugar precioso que, a lo tonto, se puede haber metido en mi Top de lugares bonitos. Bueno, volvimos con eso y con una sobrasada. Eso es sagrado. Si alguna vez vais a Mallorca, aprovechad, y visitadlo. Veréis que no tardáis mucho (es lo que tiene vivir en isla), y que vale la pena. Y sino, durante el camino os leéis mi entrada y pensaréis en todo lo que os he dicho. Recordad, segunda estrella a la derecha y todo recto hasta el amanecer. Allí se encuentra Valldemossa, el pueblo que dio la vida a Chopin y te la dará a ti nada más llegar.

10 de diciembre de 2021

La ilusión de esas primeras veces

Era sábado por la mañana y los nervios de preparar esa maleta llevaban en mi cuerpo desde que había sonado la alarma. En verdad llevaban ya muchos más días dentro de mí, por lo que el estado de agitación que sentía en mi cuerpo era incomparable a otros viajes. Por si fuera poco, la hora del vuelo tampoco ayudaba. Normalmente viajaba por la mañana, y así a mediodía podía comer en el destino, pero esta vez el vuelo salía por la tarde y llegaba para dormir. Una caca, pero bueno. Es lo que hay.

        Llegué al aeropuerto relativamente pronto; vuelo internacional, maleta a facturar… Unas dos horas antes bastaba, aunque con todos los papeles que tienes que entregar por el virus, más vale llegar pronto que tarde. Algo a lo que ya nos hemos acostumbrado, pero que pronto dejará de existir para volver a dar paso a una normalidad que tal vez no recordamos tanto como pensábamos. Pasé todos los controles, y llegué a la puerta de embarque. PARIS, se leía con letras bien grandes. No podía ser real ese viaje. ¡Ay qué ilusión! Recuerdo que no podía parar quieto en el aeropuerto; tenía el libro que estaba leyendo en ese momento (un muy buen libro de Anita Brookner, por cierto) temblando en mis manos.

El vuelo no pudo empezar mejor: ya sobre Francia, sonó la megafonía, que o bien estaba en otro idioma (sé que sonó en francés, no soy tonto), o no lo entendía yo bien, y al instante nos pasaron un papel para rellenar y entregar a las azafatas. Y yo, cómo no, sin un triste bolígrafo en un avión lleno de franceses, que creo que es totalmente normal. Pues ya me veis a mi sacando mis dotes de francés nativo para pedir un boli con el que rellenar eso. Al final lo conseguí, y no solo una vez, sino dos, pero más que nada porque soy tonto y me dejé sin rellenar una parte. Pasan que cosas cuando uno está nervioso…

        Llegamos a tierra y me tocó ir a buscar el bus que me tenía que llevar al centro. Unos 20 minutos más tarde y habiéndome recorrido las tres terminales con mi maleta facturada, llegué, tras unas cuantas preguntas más, a la marquesina. Pero, por si fuera poco, la máquina donde se podían comprar billetes no funcionaba; en efectivo el conductor no lo permitía y la máquina para pagar con tarjeta en el bus tampoco iba bien. Mientras, el conductor iba soltando frases de las que yo solo podía pescar alguna palabra, y con otro francés, nos colocamos en la entrada por si en algún momento teníamos que pagarle algo. Mi idea no era llegar y que me metieran una multa de a saber cuántos euros. El recibimiento no podría haber sido peor. Pues así fue como el conductor, cansado de tenernos ahí, nos dejó pasar y me monté gratis en un trayecto que tendría que haber costado 10€. Luego lo pensé detenidamente, y menos mal que no caí en la tentación de coger un taxi durante la búsqueda del bus en mi momento de desorientación… Menos mal que no lo hice. Me ahorré unos 40€, que en Paris no vienen nada mal.

Por el camino empezaba a flipar con las avenidas que se iban sucediendo a través de los cristales. Avenidas grandes llenas de árboles, plazas llenas de luces, glorietas gigantes con muchos carriles, pero también bares pequeñitos en las esquinas o calles más estrechas con poquita luz… No era la mejor hora para llegar a Paris, pero ver la punta de la Torre Eiffel por encima de los edificios ya valía la pena. Creo que el edificio más bajito de Paris es más alto que el más alto de Menorca casi, y no lo digo por decir.

Denfert-Rochereau me esperaba al final del trayecto, y cuando vi llegar a mi rubia favorita al otro lado de la plaza… Ay Cris, si supieras cómo me quedé en ese momento. Lo tenía todo. Seguramente, uno de los sitios más bonitos en los que he estado, mi novia… ¡Quién me iba a decir que mi primera vez allí sería con ella! El destino lo quería así, y el resto ya da igual.

        Las primeras veces nunca son fáciles. Nos lo dice todo el mundo en cualquier momento de nuestra vida. Los primeros días con una nueva pareja, los primeros días en la universidad, los primeros días como padres… Son situaciones complicadas que llevan un tiempo de adaptación. Otra frase muy repetida es que “siempre hay una primera vez”, aunque es verdad que estas pueden ser inesperades y tardar su relativo tiempo en llegar: un concierto, el alcohol, el sexo, hasta para leer un libro. Sin embargo, hay veces que por muy primera vez que sea, sabes que va a ser como te imaginas. A partir de ese momento empezaría un viaje de una semana que ya comentaré en otra entrada en breve… Paris tiene mucho, y casi todo, bueno. Y si os hago el resumen de todo en una entrada me vais a matar. Os espero en la próxima entrada.

Au revoir, mes amis.

30 de noviembre de 2021

Regreso al pasado

Como os he dicho alguna que otra vez, me gusta escribir. Evidentemente, sino no estaría escribiendo este blog (vaya absurdidad). La verdad es que hace muchos años que me gusta, y el otro día recordé una historia que empecé a escribir hace 4 o 5 años, la encontré y pensé: estos fueron mis inicios, tengo que subirlos al blog algún día. Tal vez no tiene mucho que ver con otras entradas, pero, ¿cuál sí tiene relación? Ea, ninguna. Nos vamos entendiendo poco a poco chicos. Y hoy ha llegado el momento, entre una entrada de vinilos y una próxima qui arrive de Paris dans les prochaines jours, os meto un trocito para que lo leáis y digáis: vaya tío más tonto. De verdad, tened en cuenta que es de hace 4 años, ¿vale?


Un timbre. Ese timbre. El timbre que habíamos deseado durante muchos meses había sonado a gloria dentro de tu inocente mente. Había empezado un periodo de descanso. El verano, un verano en el que pasarían muchas cosas de las que no tenías ni idea en ese momento. ¿Un sentimiento tal vez? Si no sabías que era eso, por mucho que creyeras que sí. Creías que sabías el significado de palabras como amor, simpatía, añoranza… pero solo tenías 16 años. 


Tenías muchos amigos y todos gracias a la música. Una palabra que había conseguido que conocieras personas que eran capaces de sacarte una sonrisa de donde antes había lágrimas, una sonrisa sin contarte un chiste, solo con su presencia, o cosas que solo esas personas entenderíais. ¿Puede ser amor esto? Amor. Aquí ya te metías en terreno peligroso… Qué sentimiento más contradictorio a veces. Un día lo puedes sentir y abrazar con todas tus fuerzas y al día siguiente decirle adiós sin saber ni cómo ni porqué. No avisa. Él llega, un día, no sabes cuál. No te envía un mensaje tampoco, aunque quieres pensar que no tiene tu número guardado. Polvo sería la palabra adecuada para describirlo, por muchas cosas que hayan hablado mil filósofos sin encontrar una concreta descripción. 


Habías terminado 4º de la ESO y seguías pensando que había pasado demasiado poco tiempo para estar allí ya. No estabas preparado. Posiblemente no, o tal vez sí, pero no lo sabrías nunca tampoco. En dos años te jugabas un futuro, pero estresarse en ese momento, momento de vacaciones, que justo acababan de empezar, no era buena idea. Aunque esos últimos meses, unos meses en los que estudiar había sido única y fundamentalmente la cosa que habías hecho, habías pensado. Y mucho. Además, dentro de tu habitación, esa que en unos dos años visitarías solo pagando un billete tres o cuatro veces al año, el pensamiento aumentaba en un dos cientos por cien. Debías elegir muchas cosas y de todas, la decisión correcta, era muy difícil de encontrar. ¿Ingeniero informático, diseñador o arquitecto? ¿seguías con la música o la dejabas? ¿Barcelona, Madrid o Santiago? ¿Empezabas a trabajar? Qué respuesta podías dar a todas esas preguntas tan repetidas dentro de tu mente. Ni idea. Lo único que esperabas era en dos años, poder escoger bien. 


Retrocediendo un par de párrafos, ¿quién no se ha hecho propósitos cuando empieza el año? Todo el mundo. Los primeros días los cumples, porque los primeros días se cumplen. Y lo hace todo el mundo. Pero luego se complica. ¿Por qué? Como muchas cosas en esta vida, más vale no pensarlas. Te quitas un problema de encima. Puedes vivir con problemas, sí. También puedes vivir sin ellos, y muy probablemente, mejor. Así sigues con tu vida y con tu rutina, tu querida. Ese es el único amor que no te suelta. A los 67 o 69, aún te acompaña, o tal vez no, quién sabe. No se pone un perfume caro, ni se viste de gala los domingos, y tampoco utiliza sus fines de semana para comprar por Gran Vía. No hace ruido. Te acompaña de la mano toda la vida y no te das cuenta. Por una vez que hay amor… Realmente, si lo piensas bien, ¿por qué no consigues cumplir los propósitos? Tan difícil no tendría que ser. Sería como mantener una relación con ellos, e intentar mantenerla siempre, pero por alguna razón desconocida es como si se te olvidara y sale de tu mente por la puerta de atrás. Se esfuma, y una vez que no está, no intentes buscarla porque no va aparecer.


¿Era tan fácil olvidarse de todo en nada? Treinta minutos habían pasado y ya no sabías en qué día te encontrabas ni qué hora era. Lo que tienen las vacaciones.


Así empezaba mi corta historia junto a un teclado. Es solo la primera página de lo que escribí, pero en ese momento me sentía feliz y orgulloso. Ahora lo leo, y la verdad que a mi gusto no está tan mal… Ese rollito de la segunda persona siempre me ha gustado. Es gracioso porque eso es culpa de un antiguo profesor de castellano que tuve, y me lo pegó. ¡Era tan bueno! Desde ese momento hasta ahora he escrito mucho más, y ahora sí estoy con una historia de verdad que ojalá algún día podáis leer. Como dije, los sueños, sueños son. Pero de ilusión también se vive, así que por eso estamos aquí escribiendo un blog, y no en una oficina repartiendo cafés, sin desmerecerlo, vamos. Por algo se empieza siempre (trabajo sea). 


Lo único que espero es que esos que tenéis sueños, no dejéis que se conviertan en rutina y se vayan por la puerta de atrás. Los sueños, si se tienen que ir, que se vayan por la puerta grande y con vosotros encima de sus hombros.  Y si pueden ser despedidos con banda de música, mejor, que así tal vez incluso cobramos algo. Pero mejor si los cogéis y hacéis de vuestros sueños vuestra vida. Dentro de muchos años podréis decir: dios, ¿no podemos repetir esto otra vez? La respuesta seguirá siendo no, pero vosotros seréis más felices. También, lo que espero es que dejéis vuestro like, os suscribáis a este canal… es broma, me basta que me leáis, y si os gusta, me escribís y estaré feliz. 


Gracias a todos.

 

18 de noviembre de 2021

Larga vida a los vinilos

Alerta Spoiler. Estoy leyendo la entrada y no le veo pies ni cabeza, pero bueno, algo es algo. Llevo varios días pensando en cómo encararla porque parece que la inspiración se me hubiera ido. Me está costando lo suyo, y mira que no es difícil. No es un ensayo sobre la creación del mundo, ni una disertación sobre cómo afecta la política económica que está llevando a cabo Arabia Saudita sobre el resto de países asiáticos. No es nada de todo esto, tranquilos. Allá vamos.

CARA A. Llevo varios años con un tocadiscos. Desde hace años tenía el sueño de poder tener uno para poder escuchar discos típicos que escucharía un friki de los vinilos: jazz, zarzuelas de mi abuela y rock español de los 80-90 (y anterior). En mi futura casa ideal, siempre había tenido muy claro que no podía faltar un tocadiscos,  y aunque aún no tengo mi futura casa ideal, y mi presente casa ideal es la de mis padres, donde no puedo meter cosas ilimitadas, el tocadiscos ya está ahí, en la salita de estar. Es el segundo que tenemos, pero ahora al menos, funciona. La primera experiencia no fue del todo buena, ya que era uno tan sencillo que los discos se paraban, pero este funciona increíblemente bien. Y menos mal.


El otro día hablaba con una amiga y me decía que en su casa tiene unos 200 discos. Evidentemente, mi reacción fue fliparlo mucho. Yo tengo 50, creo, y de momento voy que chuto. En ampliar mi colección tengo que dar las gracias a mis padres, que me han comprado discos y se encargaron de pedir a la familia si tenían algunos de hace años, a mi hermano, que me ha regalado varios, y a Cris, que tuvo el detalle de regalarme uno de los más especiales. 


CARA B. No sabéis el gusto que da escuchar ese sonido crepitante de la aguja clavándose en el disco. Por muy buenos que sean unos cascos, el sonido de Spotify no se equiparará nunca con el del vinilo. Es el sonido puro, y aunque no os voy a dar los detalles (por algo existe Google) técnicos de por qué es así, está muy guay ver como con los años nos hemos ido modernizando, y tal vez, perdiendo la esencia, que no calidad. Pero eso pasa con todo eh, menos con los vinos y el queso… Lo que hacía Braun hace más de 50 años seguramente tuviera más calidad que ahora, pero si ahora nos tuviésemos que afeitar con eso, no solo nos quitaría los pelos, sino que tal vez caería hasta la piel.


Los vinilos, pues, son más como el queso. Pueden pasar años, que aunque existan los CDs, MP3s u otros canales de reproducción, nunca nada se escuchará con la magia que tienen esos frisbees negros. Por eso FNAC los está devolviendo a flote, por eso mucha gente va al Rastro y busca vinilos de hace años. Ya sea por ser una persona Vintage o por qué de verdad te guste el rollo, que vuelvan nos alegra, porque a pesar de todo, nunca tendrían que haber desaparecido. Como las analógicas, pero de esto hablaremos otro día.


        Yo, como fiel seguidor, voy a seguir ahí, y cada vez más. Si tengo que completar una buena estantería ya puedo ir ahorrando, porque se escucharán de puta madre, pero también son más caros que yo que sé. Ahí entiendo que la gente se decante por Spotify. Pero ya está, no por nada más. 


La entrada está llegando ya a su fin. La aguja se está frenando, y como siga así, el disco se va a rayar… Aprovecho para haceros una reflexión; quien me diga la expresión: “suenas más que un disco rayado”, no ha tenido un disco en su vida, porque los discos rayados no suenan, solo se saltan un trozo. Así que ahora ya lo sabéis. Y como habéis aprendido una cosa nueva, nos podemos ir a la cama. Yo ahora me pondré un disco de Elton, que para terminar la noche con una Cocacola y una pizza siempre estamos a tiempo, pero terminarla con una copita y un buen disco de vinilo... eso ya no tiene precio. ¡Larga vida a los vinilos!

12 de noviembre de 2021

El Encanto. De Cuba al mundo entero.

Hay libros que te marcan. Todos tenemos uno. Gente a la que le apasiona la literatura de Stephen King; gente a la que le apasiona la poesía de Mario Benedetti (un servidor entre estos -aunque tengo que decir que su prosa es también, ridículamente superior a las demás-), o gente que a base de libros de autoayuda ha ido formando poco a poco su personalidad. Por eso hay libros para todos, y si no, solo hace falta entrar en La casa del Libro o La Central para verlo.

        Pero si hay uno que últimamente me ha marcado es El Encanto, un libro escrito por Susana López Rubio que, al contrario de la recientemente tan comentada (y criticada, también) Carmen Mola, es una mujer a la que el hecho de ser guionista la hace escribir de cine. Este libro, que ya de por sí su portada a lo Art Noveau enamora, me lo recomendó hace un par de años mi compañera Leire, pero por un hecho totalmente ajeno a la historia. Al leerlo se enamoró de Cuba, una ciudad que hace años podía ser preciosa, y que actualmente, debido a la situación política en la que se encuentra es una Atenas latina. Restos de una ciudad hermosa a la que el tiempo y EEUU se han llevado por delante.

Claro, yo no conocía Cuba. Ni la conocía ni me había interesado nunca por ella (solo había visto la portada de un disco de Nat King Cole en la que aparecía con la típica camisa de lino blanca por una de sus calles). Empecé a leer el libro y evidentemente era la típica historia de amor en la que puedes esperar cómo va acabar. Pero eso a veces da igual, sino que se lo digan a mi madre, que ha visto mil pelis de Navidad donde todas terminan igual.

        Iban pasando las páginas y me iba enamorando de esa Cuba que me mostraba la autora con sus palabras: esas casas de colores, ese olor del Malecón, esas galerías, los mojitos entre palmeras… Todo parecía idílico. Además, lo que decía de El Encanto y sus salones me recordaba a Velvet y sus galerías, que puede ser perfectamente una de mis series favoritas. La historia incluso se podía parecer en gran parte, aunque si conocéis la serie tampoco os esperéis que en el libro vaya a pasar lo mismo. Aunque si os acordáis de Raul de la Riba, me enviáis un mensaje cuando leáis la historia.

Y qué decir de Patricio y Gloria. ¡Ay esos dos! Ojalá os pudiera contar más, pero entonces os destriparía toda la historia y no querríais leerlo, por lo que voy a cerrar la boquita, que así estoy más mono. O eso decían de pequeño. Yo solo aviso que el libro tiene uno de los finales más inesperados que recuerdo. Hay otro que me flipó completamente, pero ese fue de Peaky Blinders y no viene al caso ahora. 3 páginas. Solo 3 páginas hacen falta para cambiarlo todo. El resto da igual, porque esas 3 páginas lo son todo. Y si el libro me ha gustado tanto ha sido al 60% por estas 3 páginas, y el resto por como escribe la tía. Eso sí, si no llegan a estar esas páginas yo mato a alguien creo.

        Pocas veces he llorado por un libro. He llorado, muchas veces, pero por otras cosas. Pero nunca me había pasado eso de terminar un libro y que se te caigan las lágrimas de no poder más. Supongo que la vida exterior influye, como en todo y que no solo es por el libro, pero al verme, mi madre se empezó a mear de la risa. Mamá, quiero verte cuando lo leas. Quien ríe último…

El Encanto no será el mejor libro (creo que esta frase la digo mucho -no será el mejor algo-), pero tiene ese algo de Cuba que te engancha. Esas últimas 3 páginas. Esos 5 minutos en los que la vida te puede cambiar. Esta entrada también se lee en 5 minutos, aunque no creo que os cambie la vida. Solo espero que os den un poquito de ganas de leerlo y de leerme.

Como siempre, gracias. Hasta pronto. 

30 de septiembre de 2021

Madridoterapia

¿Habéis sentido alguna vez esa sensación de estar en el sitio correcto en el momento exacto? ¿Esa sensación de saber que ese es tu lugar? ¿Esa misma sensación que sientes cuando eres pequeño y estás en tu casa con tu familia y amigos? Esa es la sensación que me viene a mi al pisar Madrid cada vez que voy. 

Como dije una vez hace más o menos un año, Madrid es esa ciudad que es lo que tu quieres que sea. Madrid es una ciudad terapéutica que te acoge y no te suelta si no quieres que te suelte. No será la ciudad perfecta para muchos, pero es mi ciudad. Madrid, sin quererlo, con el paso de los años ha pasado de ser una de las ciudades que menos había visitado, a mi segundo hogar.

Esto lo leerán mis padres y dirán: ¡oye, que en Menorca también estás genial! Totalmente cierto. Me cocinan, trabajo, estudio en mi salón con mi tocadiscos nuevo, juego a baloncesto y encima estoy con ellos, que es un punto más a favor. Pero esos momentos que me da Madrid de descanso, soledad, compañía, reflexión y alegría, no me los da ninguna otra ciudad. Madrid podrá estar sucia, podrá tener demasiada gente, podrá ser agobiante, o hasta contaminante, pero Madrid y su ambiente siempre convertirán un día malo en un día mucho mejor.

Puede que haya sido uno de los peores septiembres que recuerde, y cuando me tocó pensar en un regalo para mi futuro cumple, me auto-compré el billete para ir a mi segunda casa sin pensarlo ni un segundo. No vienen mal los autoregalos de vez en cuando, os los recomiendo. 

Llegar a Madrid y ver sus calles bañadas de naranja por los últimos rayos que lucía el sol a través de las ventanillas mojadas por la lluvia me hizo sentir que tenía 5 años y llegaba por primera vez a ese desconocido sitio. Era como si no hubiera pisado nunca la ciudad. Si habéis visto Tú a Londres y Yo a California, mi sensación era la misma que Annie, o Hallie, no sé cuál de las dos gemelas era, llegando a Londres por primera vez. Todo parecía nuevo y a la vez era todo conocido; Avenida América, Goya, Fuencarral, hasta Galileo. No había calle que no me resultara familiar, y mira que la mitad no las había pisado en la vida.

En casa -bueno, no en la mía, sino a la que iba- me esperaba mi querido amigo Rafel, amigo de la (casi) infancia, que lleva 4 años detrás de una ingeniería industrial que le está quitando el sueño, y el pelo. Eso sí, siempre con una sonrisa en la cara, que eso se agradece. Hacía un mes y algo que no nos veíamos, y durante el año pasado nos han dejado vernos poco. Es uno de esos amigos que siempre estará ahí, tenga un buen día, o el peor en años, pero siempre está para ayudarte, para hacerte reír o para hacerte un chiste de los suyos, que suele ir orientado a sus partes íntimas y poco agradables. 

Madrid también ha conseguido que me reencuentre con mis amigos de la universidad. A estos hacía casi un año que no los veía, y juntarnos todos (los que estábamos) para ir a comer y tomarnos algo quitó un poco esa espinilla que tenía de no haber podido despedirme nunca de ellos. El Covid llegó de imprevisto, como igual de improviso fue mi vuelta a Menorca y el cambio a otra carrera. Y ellos se quedaron ahí, sin el menorquín que dio nombre a nuestro grupo de amigos. Fue una terapia de grupo en la que todos fuimos contando nuestras historias, riéndonos, comiendo y bebiendo, algo que siempre ayuda en cualquier tratamiento. Ellos fueron el mejor psicólogo que uno necesitaba tener en ese momento, y encima me regalaron un par de cosas de ropa, que, para no verme en año y medio, atinaron suficiente en el gusto. ¡Así da gusto!

A la terapia psicológica, se unió también la parte física. Mens sana in corpore sano. No fui a correr, ni a jugar a baloncesto, ni siquiera estuve haciendo flexiones, pero hice algo que me daba vida entonces, y me la sigue dando ahora. Madrid tiene ese algo, que andes por donde andes, vas a encontrar lo que buscas. Yo me bajé del metro en Príncipe de Vergara, que por quien no lo sepa, está al otro lado del Retiro y andando, no sé cómo, llegué a Moncloa. Pasito a pasito, pasé por Goya, Colón, Alonso Martínez, San Bernardo… Iba buscando un metro que me llevara directo, y al final mis pasos me llevaron a casa. ¿El metro? ¿Se come? Paseaba por la calle y ese bullicio, ese olor característico a ciudad cosmopolita, esas luces de las tiendas, ese sonido de los coches pasando a tu lado, me iban entreteniendo a pesar de no llevar ni música, ni batería casi. Sin el móvil se podía vivir, y yo hasta ahora no lo había descubierto. Fue una hora de trayecto. Esos 4km consiguieron olvidarme de todo y centrar la mente en ese paseo, en cada uno de los 12.315 pasos que di (es broma, ni idea de los pasos que di, la verdad). Yo no sé vosotros, pero leer “El monje que vendió su ferrari” me está afectando más de lo que pensaba.

Este finde hemos salido de fiesta; he dormido en un sofá que a pesar de su condición me ha sido bastante cómodo; me he comido un McAitana con mis amigos de Menorca; he conocido a nuevas personas y amigos, que siempre viene bien y te alegran los días; he vuelto a estar en contacto con Luna, aunque sea por teléfono, que hacía mil años que no escuchaba su voz; hemos hecho vida de turista y comprado libros y discos de vinilo, y hemos comido. Mucho, mucho (me llevaría mil cajas de manolitos, jo).

Por todo esto, repito: Madrid es alegre, acogedora, bucólica y terapéutica. Madrid te sirve el día más feliz de tu vida y el más triste. Madrid es apta para todas las edades. Tendrá sus más y sus menos, pero lo que tú buscas, estará. Al menos, lo que busco yo, lo tiene. En un tiempo volveré, eso lo tengo más que claro, solo espero que no haya cambiado. Espero que sigan sus calles verdes, sus edificios marrones, sus cielos azules y sus calles repletas de gente. 

¿Habéis sentido alguna vez esa sensación de estar en el sitio correcto en el momento exacto? ¿Esa sensación de saber que ese es tu lugar? ¿Esa misma sensación que sientes cuando eres pequeño y estás en tu casa con tu familia y amigos? Esa es la sensación que me viene a mi al pisar Madrid cada vez que vuelvo. Porque a Madrid ya no voy, solo vuelvo. 

17 de septiembre de 2021

La vuelta al cole en 80 días

Ostras, después de estar tanto tiempo sin pasarme por aquí, no sé si me voy a acordar mucho de escribir. A ver, de escribir sí, evidentemente, porque es como ir en bici, pero la práctica hace al maestro, y ahora mismo, ni práctica, ni maestro, sinceramente. No os esperéis hoy una gran entrada. 

        Ha sido un verano movidito, con muchas sensaciones distintas; apareció el Covid en Menorca con la (no, o sí) celebración de Sant Joan y la llegada de turistas a nuestra querida islita. #FreeCovid hasta que empezaron a abrirse las primeras fronteras y cervezas. Ahí se embarulló la cosa, aunque al huir a Fuengirola, nos salvamos un poquito. Fue por poquito, porque por ahí también se fue agrandando la cosa, pero es que el verano es el verano, y según la cinética de partículas, cuanta más temperatura, más velocidad –“en Nando estaria orgullós. Lo xulo de sa física”-.

Como el año pasado, gran parte del verano lo pasé con mi querida Cris, disfrutando los dos juntos de unos días de vacaciones. El apartamento que os describí hace un mes y algo fue el mejor en el que hemos estado nunca, y las vistas que teníamos aún no se me han borrado de la cabeza. Como tampoco se nos borraba que en un mes empezaría de las aventuras más importantes de nuestra etapa como pareja. Mira que hemos superado cosas; pandemia, distancia por estudios, confinamientos, pocos vuelos… pero un Erasmus era lo único que nos faltaba. Si lo conseguimos, creo que pocas cosas nos quedan por aguantar. No será fácil, y menos a tanta distancia, pero “imaginémonos cosas chingonas”, como diría el Chicharito, y en menos que canta un gallo, que en este caso viene al pelo, volveremos a disfrutar juntos de un verano en pareja con cervezas y playitas. El tiempo dirá.

        A diferencia del año pasado, en este verano ha tocado trabajar. Y trabajar mucho. Ha sido diferente al trabajo de temporada, pero no sé si prefiero encontrarme en el aeropuerto contestándole a un guiri en qué bus tiene que montarse, o vendiendo Chromebooks en nuestra tiendecita de Alaior. Eso sí, las reuniones con Google, que no me las quite nadie. A día de hoy va llegando el momento de pedir un tiempo muerto, porque el agotador ritmo del día a día va quemando las neuronas y la paciencia. Y eso es algo que, en estos días, es más que necesario.

Este verano me he emocionado al ver a mi padre cumplir 50 años, aunque de mente tenga 12 a veces. Me he emocionado ver a mis padres viajar al hotel donde se conocieron para celebrar su 26º aniversario (ya, sé que no son las bodas de plata, pero es que el Covid les jodió un viaje a Milán). Me he emocionado al dejar a mi novia en el aeropuerto y no saber cuándo la iba a volver a ver. Me he emocionado al volver a ver a mi familia un año después de la última vez que nos volvimos a juntar todos. Hasta me he emocionado al recordar la época en la que jugaba al baloncesto y me he vuelto a apuntar. Sí. Como lo oís. Vuelvo a ser jugador de baloncesto. Bueno. Jugador no, pero delegado sí. Mi nivel es tan bajo, que ahora mismo no me ficha ni el club de veteranos de mi barrio, pero poco a poco voy asimilando jugadas y el buen ambiente del entreno hace que no juegue con la presión de tener que hacerlo perfecto. Y esto me da la vida. Durante un rato puedo meter alguna ostia para sacar la rabia acumulada, los agobios del trabajo, las ralladas de cabeza, y todo se olvida por una hora y media. Es verdad que tener que pensar en cortar, pasar, bloqueo y pick and roll, ayuda a no pensar en nada más. Ni en lo que voy a cenar luego (con lo importante que es para mi la comida), imaginad lo concentrado que estoy.

        También he empezado la universidad, pero al ser online, creo que me pondré este finde ya a empezar cosillas. No hay muchas, pero como se acumulen, tendré trabajo hasta diciembre, y no está ahora mismo el horno para bollos. Ale, después de 700 palabras, creo que ya va siendo hora de terminar este artículo. No será el mejor, pero no creo que sea el peor. A veces leo entradas anteriores y pienso, Aleix, ¿cómo pudiste escribir eso? Pues ea, ahí está, escrito para los siglos de los siglos. 

Los que hayáis echado de menos estas entradas, tranquilos, volvemos a la carga. A los que seáis nuevos, bienvenidos. Nos espera un año interesante en el que espero daros un poquito más la vara que el año pasado.

Y fin. Uf, qué cansado estoy. No estaba acostumbrado a esto eh… Preparo la bolsa y me voy a entrenar, que ya va siendo hora. Muchas gracias, y bienvenidos a la vuelta al cole. Bienvenidos a Le Lector. 2.0.

21 de julio de 2021

Fuengirola 21. Año 2.

Volaré, oh-oh
Cantaré, oh-oh-oh-oh
Nel blu dipinto di blu
Felice di stare lassù”

Así nos levantamos hoy. Y así llevamos levantándonos unos días aquí en Málaga. Esa canción que veis escrita no es nuestro tono de alarma, pero como si lo fuera. Las sensaciones que me transmite, a pesar de ser una de las canciones que más llegué a odiar un día en un avión, son parecidas a las que siento yo al correr las cortinas del cuarto y ver esa playa a 10 metros. Alegría. Emoción. Paz. Y también, felicidad.

 

Hoy ha sonado la alarma 6 veces. 6 veces que el iPhone nos ha recordado de mala manera que era hora de levantarnos. Yo estaba despierto desde la primera; es lo que tiene la costumbre (han sido días duros en el trabajo). A Cristina le ha costado un poco más; ha terminado hace poco los exámenes y aún lleva la resaca de necesitar dormir 10 horas al día. Siempre me ha tocado a mí apagar la alarma: no lo veo justo. La verdad. 

 

Como he dicho, tenemos la playa a 10 metros. Este año sí. No sabéis el gusto que da abrir la ventana y encontrarte semejante paisaje justo delante de tus ojos. Detrás de mi chica, la playa de Torreblanca que, aunque no sea de las mejores de España, es una playa en la que siempre sabría qué fotos sacar. Tal vez la arena no será blanca, ni el mar cristalino, ni será virgen como Macarelleta, pero el encanto de los apartamentos justo detrás y la niebla que predomina cada mañana, son el encuadre perfecto para una foto con mi analógica. 

 

Poco a poco hacíamos el café, preparábamos las tostadas y sacábamos la fruta y las galletas a la terraza. También sacaba mis donuts, que por muy healthy que intente comer todo el año, siempre me permito mis caprichos -y el donut me pierde-. Puedo decir que pocas veces he desayunado con esas vistas, y pasaban los días y seguían asombrándome como si fuera el primero. Ese mar bravo que escuchábamos por la noche, ondeándose como si se quisiera unir a la fiesta de las discotecas costeras, mostraba una resaca como la nuestra por la mañana. Hubo días que el mar, a las diez, seguía de after. Aguantaba como nosotros ya no lo hacíamos. Ya tenemos una edad. Había tales olas que surferos y amantes del mar salieron a disfrutar del momento con sus tablas mientras los más cobardes nos encontrábamos en la orilla tomando el sol que inundaba cada rincón de la calle. De verdad que no había una triste sombra.

 

El año pasado os comenté qué me parecieron las playas de Fuengirola. Este año no os puedo decir mucho más nuevo; tampoco han cambiado demasiado. Sigue habiendo la misma arena, las mismas tumbonas, el mismo tipo de turistas, y nosotros. Solo os podría decir que el agua estaba más fría y con más algas, algo que nos echó para atrás más de una vez al querer meternos (siempre he dicho que la piscina mola mucho más). 

 

La sombrilla, en ese caso, es y será siempre nuestro mejor aliado. Clavada en la arena ya fueran las 12, las 15 o las 19. No había momento que estuviéramos en la playa en el que no estuviera abierta porque, aunque queríamos ponernos negros, la sombra en la cabeza era algo necesario para alejar de nosotros posibles insolaciones -requisitos de la dueña. Si tenéis alguna queja, ya sabéis adonde ir-. El agua, aceites y cremas y unas chuches solían rellenar la bolsa de la playa. 

 

A la hora de comer siempre teníamos el mismo debate: ¿dónde comemos? Os parecerá una tontería, pero para nosotros es una cuestión de vida o muerte de la que depende el futuro de nuestra relación. Aunque es verdad que no podríamos ser más iguales con ese tema. Nos gusta comer, y nos gusta comer bien. Tener el apartamento al lado de la playa ha ayudado a que hayamos comido más en casa, pero ir a un chiringuito, con su espetito, su pescaíto frito, su cerveza, el mar al lado, la terracita… ¡no tiene precio! Bajo mi punto de vista, es un “must” para la gente que baje al sur en verano. No sabéis lo que disfruto yo en un buen chiringuito. Me pasaría el día ahí, y si mi novia tiene una ducha al lado para refrescarse, ella también. 

 

Hablando de mi novia, no sabéis lo guapa que se pone por la noche cuando vamos a cenar por ahí. Es otra cosa que no me importaría ver todo el día. Para ducharse está un buen rato (más aún si le toca lavarse el pelo), pero luego, al verla salir por la puerta con alguno de sus vestidos y tacones, oliendo a su colonia y con el pelo liso y rubio, vale la pena estar solo en el salón esperando media hora larga. Yo me muero de calor, pero esa sonrisa no me la quita nadie. 

 

Veréis que esta entrada seguramente no tenga ni pies ni cabeza. Lo sé, soy consciente. Hablo de playas, de comida, de mi novia, del apartamento… Parece que estamos en la última jornada de Liga en el Canal Multideporte. Este desorden ordenado es parte de mi proceso de escribir lo que me salga de allí en el que me embarqué leyendo ese libro que os comenté hace un par de entradas. Ahora estoy a punto de llegar a las 3 páginas. Lo único que os voy a añadir es que uno de estos próximos días os voy a volver a escribir, pero esta vez, de uno de nuestros chiringuitos favoritos de la zona, por si un día os queréis pasar por allí. Yo os lo recomiendo. Como también os recomiendo, siempre, una vez más, que os leáis el blog. Muchas gracias, y disfrutad del verano. Con precaución, siempre.

5 de julio de 2021

Invitación a una entrada. El mundo de la videollamada.

Un día más, entras al correo y pulsas en el link “Invitación a Google Meet”. 
 De momento solo estás tú y un par de compañeros más. Desactivas el micro y la cámara y te pones cómodo. ¿Para qué vas a ser el único que entre con cámara con tan poca gente? Poco a poco se van añadiendo más. Clase online de Comportamiento de los agregados económicos. O reunión de trabajo en casa. Empieza la videoconferencia, y de los 60 minutos que dura, tal vez solo escuchas lo que dicen durante 20. Es un tercio del tiempo, pero en ese contexto se vuelve complicado mantener la atención más rato.
 
Juan González se ha unido a la videollamada. Es algo a lo que nos hemos acostumbrado. Algo que tiene pinta que va a quedarse entre nosotros mucho tiempo. Algo que no gustará a todo el mundo, pero que, en definitiva, no vamos a cambiar. O al menos, ya es tarde para cambiarlo. Las tecnologías han crecido mucho en los últimos 25 años, y como gran muestra de ello tendríamos la aparición de Google y todos sus servicios, Apple y sus dispositivos rompedores o Amazon y su capacidad de gestionar pedidos alrededor del mundo. Concretamente ha sido Google la que más ha aportado a que la sociedad pueda cambiar de mentalidad; todas las facilidades que ofrece hacen que nos acostumbremos a la inmediatez, a tener todo lo que deseamos en un clic, y más en una situación como la que estamos viviendo a día de hoy.
 
“¡Chicos, si podéis activar la cámara os lo agradeceré!”. Me acuerdo perfectamente del día que cancelaron las clases en Madrid. Estaba en la residencia y mis compañeros celebraban que esa agonía a la que se enfrentaban cada día se hubiera terminado durante dos semanas. Eran dos semanas de vacaciones y después volveríamos a clase - ¡qué ingenuos! -. Lo que no esperábamos es que, durante más de un año, estas clases no volverían a la normalidad a la que estábamos acostumbrados. Cada universidad adoptó una política distinta, y así como hubo algunos que mantenían sus clases diarias de 9 a 13 de la mañana, otros tuvieron unas 10 clases en 3 meses. Eso sí, las prácticas y exámenes se mantuvieron. Ahí me acordé de Dumbledore, director que suspendió durante varios cursos los exámenes debido a los sucesos que habían acontecido ese año. Casi como aquí, cuando en enero, en plena tercera ola, aún debatíamos si se tenían que hacer presenciales. Como siempre digo: hay clases y clases. ¡Malditos muggles!
 
Raúl Vilas ha abandonado la reunión. (Qué cachondo el Raúl, saltándose la clase). En los trabajos pasó algo parecido: quien no se fue a un ERTE (que desgraciadamente fueron muchos), terminó trabajando desde casa, menos mi padre y los esenciales, que siguieron manteniendo al país, como nos recordaba él cada día. 
 
“¡Gabriel, apaga el micro porfa!”. Un año después, podemos valorar qué tal ha ido el teletrabajo (desde casa o donde sea), y si de verdad nos aporta tantos beneficios como se cree. Hemos dejado un año para valorarlo bien, porque al principio todo el mundo se vio envuelto en un caos burocrático y logístico del que era complicado salir. El resumen de las opiniones que pude recoger era unánime. Al principio el telecole y teletrabajo era hasta guay: uno se sentía relajado, se podía levantar casi a la hora de la clase porque si no tenía que poner la cámara, podía hacerla con el pijama, tenías más tiempo libre…pero luego se vio realmente lo que provocaba ese teletrabajo. Menos confianza con los profesores, dificultad para seguir la hora entera y reuniones infumables, poca socialización que hace que uno se aburra. Lo complicado luego también era desconectar. Uno se conectaba al ordenador, y cuando en una jornada normal habría hecho de 8 a 14, durante el tiempo de confinamiento iba conectándose por la tarde ya que no había nada más que hacer.  Yo fui el primero que tal vez me pasaba horas con trabajos de la universidad, mi madre contestando correos del colegio, o amigos realizando tareas de su trabajo hasta las tantas. Uno tenía que saber poner un freno, y eso era un poco complicado. 
 
“Estamos a punto de terminar, chicos” Gabriel Pérez ha abandonado la reunión (no le ha sentado bien lo del micro). Hoy en día, el contexto ha cambiado. El telecole no es tan común antes, ni hay tantos teletrabajadores en casa. Ahora podemos observar los beneficios de hacer las cosas online, disfrutando a la vez de lo presencial. Porque los humanos necesitamos sentirnos cerca, necesitamos hablar con alguien sin una pantalla de por medio, necesitamos la rutina de ir a trabajar, el rato de coche o andar para llegar al colegio, poder preguntar una duda a un profesor y que nos la resuelva en el acto, tener suficiente tiempo para dedicarlo a otras cosas que nos apetezcan…pero también debemos poder recurrir a unas videollamadas si no podemos estar en el mismo sitio que la gente con la que nos reunimos, no estar obligados a juntarnos en un mismo sitio para un trabajo o una reunión y poder realizarlo desde nuestra casa. Las tecnologías están para ayudarnos. Han ido llegando para quedarse, y el uso que hagamos de ellas depende de nosotros. 
 
Todo el mundo ha abandonado la reunión y tú te has quedado ahí. Empanado. Estabas tomándote un café y leyendo mi entrada y no prestabas atención. ¡De verdad, a mi me daría vergüenza terminar así! Espero que la profesora no se haya enterado. Eso sí, si estabas leyendo mi entrada, puedes hacerlo mil y una veces más.  

22 de junio de 2021

El humor y la libertad; una relación potencialmente peligrosa.

Son las 8.30 de la mañana. Siempre he sido de escuchar música y me la pongo para todo. Acostumbrado a escuchar de todo, hace unos meses, me encontré un podcast del que me había hablado mi tía varias veces: 
Nadie sabe Nada¸ improvisado por Berto Romero y Andreu Buenafuente. O Andreu Buenafuente y Berto Romero. Como queráis, total, son inseparables. 

Nunca me había puesto a escuchar un podcast, y menos uno que se emite en la radio. La radio es ese medio que, aunque se haya tenido que adaptar muchas veces a los nuevos tiempos, sobrevive. Hace 50 años, un hombre que trabajaba en la radio era una persona trajeada y con bigote inmersa en una profunda intriga y desconocimiento por parte de la gente. Actualmente, los programas tienen un canal de Youtube, su perfil de Twitter y puedes asistir como público. Todo ha cambiado mucho, pero es verdad que esa atmósfera íntima y mágica que provocaban dos locutores en una sala llena de moqueta con dos micros tenía su gracia. 

Andreu y Berto serán muchas cosas, pero hay que reconocer que son muy buenos en lo suyo. Tal vez no llevarán trajes, ni serán dos señores con un vozarrón que destaque, pero su larga carrera habla por sí sola. Son dos comunicadores en toda regla, y ya sea en un programa de televisión o en la radio, saben cómo captar nuestra atención. Su programa, que empezó en 2015 y ya cuenta con más de 300 programas, se basa en la improvisación. Ellos mismos lo dicen, ¿qué puede salir mal? Pues ea, ahí lo tenéis: 6 años emitiéndolo. La verdad que no se pueden quejar. Entre los pasillos de los estudios se juntan con personajes como Àngels Barceló, Pepa Bueno, o Carles Francino, entre otros. No sé si os da la misma sensación que a mí, pero, los de La Ser tienen nombres que sabes que son de izquierda, ¿no? Luego tenemos a Broncano, que es como es y rompe todos los moldes. Entran en su plató, y junto a una botella de agua se dedican a dar respuestas a temas que propone el público por redes sociales. Parece fácil, sí. Sé que ahora todos podríais ser locutores, pero lo difícil es que la gente te escuche. Que la gente esté tan interesada en lo que haces como para que vayan llegando preguntas 6 años después semana tras semana, y que cada sábado tengan el plató lleno. Eso es lo difícil, y es lo que consiguen.  

Todo esto me sirve para introducir el tema del que quería hablar. Ellos son cómicos natos, y como cómicos, todo se lo toman a risa. Cualquier tema para ellos es como un juguete para un niño. Lo manosean como quieren, lo destrozan, lo vuelven a recomponer y le encuentran mil puntos de vista distintos. Esa indiferencia con todo que muestran cada sábado, que es la que deberíamos tener todos, a veces hace que alguna respuesta no siente bien a alguien. Evidentemente es normal que un comentario no le guste a todo el mundo, pero ¿cuánto de gruesa es la línea que separa lo ético de lo inmoral para los cómicos? ¿cuándo se pasa esa indiferencia y se convierte en ofensa? ¿hasta cuándo se puede considerar libertad de expresión? ¿cuándo pasa de chiste a mala broma?

De cada vez tenemos la piel más fina, y eso se nota en Twitter. Cualquier cosa que no nos gusta, nos ofende. La persona que nos la dice es un impresentable (para ser correcto, que, si digo algo más fuerte, mi madre se enfada) y le tenemos que contestar, porque, ¿quién se cree para decirme algo con lo que no estoy de acuerdo? Y esto pasa con todo: política, amigos, compañeros de trabajo, colegios… Así nos va, y eso es un mal de las presentes y próximas generaciones. Nos hemos convertido en seres intolerables y por eso nos cuesta ponernos de acuerdo. Berto y Andreu se han metido con los vascos, con Ayuso, con otros actores, con la gente que va de público, con la independencia, con Sánchez… ¿Lo dicen enserio? Posiblemente no. Al 90% no, pero ¿por qué nos molesta tanto? Total, es un programa de humor, y cualquier cosa que se diga, debería enmarcarse en un contexto de humor. Son dos tíos, con un café en la mano, que van sacando temas, dejando libre su imaginación. Si un futbolista saca un tema interesante, no nos lo creemos porque es futbolista y es tonto, entonces, qué problema hay en que lo diga un cómico si será una broma segura. Es verdad que habrá temas en los que se podrán hacer más bromas y otros en los que menos, pero ese es el mal con el que viven los cómicos. Un cómico intenta ser crítico y ver las cosas desde un punto de vista que el resto no tenemos; por algo son cómicos, y no periodistas. Si tuviéramos en cuenta que todo lo que decimos puede herir a alguien, no diríamos nada. El papel del cómico no existiría, y posiblemente nosotros como personas, tampoco. En este grupo también englobaríamos a programas de televisión como La Resistencia o La Vida Moderna, otro podcast presentado, entre otros, por David Broncano. Profesiones complicadas. 

El resumen es simple: tu libertad de expresión termina cuando empieza la mía, pero hay que aprender a tragar y relativizar. De no ser así, vamos a convertirnos en un país monótono, donde solo podremos hablar del tiempo que hace y poca cosa más, porque el resto nos va a molestar todo. Y así se consigue que la gente no piense por ella misma, no tenga opinión, y obedezcamos cualquier cosa. Recuerdo cuando Dani Rovira presentaba los Goya. Él decía que al día siguiente no solía mirar las redes, porque le llamaban de todo menos guapo. Yo quiero tener sus coj****. Sabes que te criticarán y aún así, presentas la gala. Si no, lo único que me queda es callarme y no decir nada. Aquí tendríamos que recordar a Aristóteles, cuya frase que ya he comentado alguna vez, “el ser humano es un ser social”, se volvería más real que nunca. 
 
Si hablamos, nos ofendemos. Si no hablamos, dejamos de ser personas. La solución es simple: sé y deja ser feliz. Escucha la música que te dé la gana; viste como quieras; sé del equipo que te apasione; enamórate de quien te salga de allí; sal con tus amigos; disfruta de tus hijos; ve a trabajar con alegría cada día; critica lo que quieras; aguanta que te critiquen, que por algo somos iguales. Y finalmente, lee. Lee lo que quieras, y si es este blog, mejor.

15 de junio de 2021

2021. Año del rebrot... perdón. 2021. Año del deporte.

Son las 9 de la mañana de un día de verano. El calor hace que te levantes de la cama sudado y necesites quitarte toda esa mierda que te empapa. Bajas a desayunar y te encuentras a tu hermano, medio tumbado en el sofá, viendo como 200 tíos están haciendo marcha por una ciudad aleatoria. De repente, cambian de plano, y tenemos a dos chicas haciendo esgrima, pegándose palos con una espada, mientras en un polideportivo lleno de espectadores, Carolina Marín se enfrenta día sí, día también, contra representantes asiáticas de bádminton. La verdad que la imagen por sí sola, era divertida, pero es algo que me toca vivir cada 4 años en mi casa.

11 de la mañana. Una vez has desayunado, te preparas para un día de descanso en el que poca cosa vas a hacer. Lo tenemos que aceptar: en verano se intenta no hacer nada. Y con el calor que hace, es aún, más imposible. De pequeño, mis padres me compraban unos cuadernos para ir haciendo ejercicios mientras ellos trabajaban. Una vez pasé los 13 años, creo que no lo volvieron a intentar. No nos gustaban mucho. Mientras, disfrutábamos de una gran carrera de triatlón en la que no conocíamos a ningún participante. Usain Bolt también solía correr a esa hora, y no había carrera suya que nos perdiéramos. Todo esto lo veíamos entre sumas de matemáticas y cuadernos de caligrafía a 40 grados.

13 del mediodía. Llegaba la hora de ir a la piscina a refrescarse un poco. En verano se agradece. A veces nos llegábamos a casa de mi tía y así le hacíamos compañía. Mientras hablábamos con ella, solía jugar España o Estados Unidos algún partido de baloncesto. Recordaré estar en la piscina, con el aperitivo allí al lado, e ir corriendo a la puerta del salón para ver qué hacía la selección. No podíamos entrar porque lo mojábamos todo, pero nos quedábamos en la barrera (como hace la gente en los toros), intentando ver lo máximo que pudiéramos. Normalmente, ganábamos siempre hasta que llegábamos a la final. Ahí nos tocaba sufrir, y casi siempre, perder.

14 de la tarde. Después de unos cuantos largos más, mi tía, al no tener otra cosa en la nevera que no fuera cerveza y ensalada, nos solía invitar a paella. Llamaba y pedía una mixta para 5 a La Paella o Ca’n Jordi. Eso sí, teníamos que esperar a las 3 para que estuviera lista (es lo que tenía hacerlo a última hora siempre). Entre que esperábamos, solía terminar el partido de baloncesto e inmediatamente nos daban alguna carrera de Mireia Belmonte o Michael Phelps. Nunca nos había interesado tanto la natación, pero es verdad que el ímpetu que le ponían los narradores hacía que ese deporte ganara enteros.

16 de la tarde. Una vez devorada la paella y hecha la digestión, volvía el deporte a las olimpiadas. A esa hora solía haber algún partido de tenis, o deportes más de tipo atlético (salto de pértiga, vertical, tiro de jabalina…). La verdad que a esa hora prefería echarme la siesta a ver eso, pero mi hermano se lo tragaba todo. Siempre ha sido de deportes minoritarios.

18 de la tarde. Volvíamos a casa, y se volvía a encender la tele. Un partidito de Rafa Nadal podía hacer que la tarde muriendo de calor se pasara un poquito mejor. A la vez, iban retransmitiendo algún partido de Waterpolo o Balonmano, donde siempre hemos sido del equipo femenino. Lo que hacen las españolas de Waterpolo tiene un mérito... Y esos partidos contra Estados Unidos, dios mío, ¡qué partidazos! Era la hora de merendar algo, ducharse y prepararse para otra competición.

2020 era el año señalado para vivir todo esto, pero debido al Covid todo se ha tenido que retrasar un tiempo. Nuestras vidas también se han retrasado un año, aunque el contador no se haya parado en ningún momento. Para muchos, ha sido un año perdido. Para otros, ha sido un año de recuperación y rotura con lo anterior (como el Romanticismo, vamos). 2020 era también año de Eurocopa, una Eurocopa que por motivos sanitarios no se pudo, ni se debía jugar. Todo pasó al 2021, año en que coincidirían Eurocopa, Olimpiadas y otra competición, por lo que los amantes de los deportes, podían estar todo, todo, todo, todo el día, enganchados a la tele.

21 de la noche de ayer. Suena el himno de España en la Cartuja. La cámara enfoca a los jugadores. ¿Dónde están Xavi, Iniesta, Villa, Puyol, Piqué o Casillas? ¿Quiénes son estos? Ay Luis Enrique… Bueno, tenemos a Gerard Moreno, Tiago, Pau Torres, Rodri y, sobre todo, al pulpo Busi. Esto nos debería dar para mínimo, llegar a octavos. El día que juega la selección, todos somos españoles. Mis amigos cantan el himno con la mano en el pecho y se celebra cada gol como si cualquier partido político tomara una buena decisión.

3 de la mañana. Después de dormir un rato, vuelves a encender la tele. Ahora juega Dios. A su lado, Messi. Si eres muy friki del fútbol, un Argentina – Chile de Copa América no te lo puedes perder. No es mi caso, por suerte. No he llegado a ese nivel, aún. A esas horas, después de un día lleno de deporte, solo apetece dormir. Y dormir mucho, porque a la mañana siguiente, volvemos con el Ping Pong, o con el Judo incluso. Yo ya no sé qué hacer para quitarle el mando a mi hermano. Si alguno de vosotros tiene alguna idea, que me la haga saber. Su aspecto actual es el de la foto, pero esto solo acaba de empezar. En un mes no me lo quiero imaginar.

Oye, no sé vosotros, pero estoy cansado de jugar al Sofing. Si queréis, os sigo escribiendo entradas, y entre bádminton, piragua, kárate, o breakdance, os las vais leyendo, que esto se puede hacer en la piscina. ¿Trato? 

11 de junio de 2021

Verano, calienta que sales.

Imaginaros ahora un reloj. Un reloj que va haciendo la cuenta atrás. Sois estudiantes de High School Musical y estáis pendientes del tic tac que hace el aparatito. Quedan 10 segundos. Nueve. Estáis nerviosos. No prestáis atención a nadie. Cinco. Solo os fijáis en el reloj, que va sonando. Dos. Uno…

¡nOTICIÓN! Encima mal escrito, para que os deis cuenta de lo importante que es. ¡Ya ha llegado el verano! Después de un año de mierda, por fin llega una época que nos suele venir bien a todos para recoger pilas. El verano. Una estación controvertida, polémica, que suele suscitar a que haya dos tipos de personas. Como cuando en los sesenta eran de los Beatles o de los Rolling -ni uno ni otro, o Elvis o cualquier grupo de 4 tíos que cantara como si fueran The Platters-.

Uno de los primeros signos que tenemos de que ha llegado esta estación es el calor que hace. Entiendo a la gente que le encanta estar en la piscinita; que hay más sol para hacer planes; que no hay colegio para poder quedar por la tarde. Si. Todo muy guay. Pero, ¿y el hecho de estar en la calle y derretirte como un bombón Lindor? A mí me gusta el verano, sobre todo el tema de la piscinita, pero es verdad que, como la sensación de estar en invierno, con un frío soportable, con el ambiente de “medio” Navidad, no hay nada. Y sé que me saldrán muchos haters, pero esta es mi humilde sensación.

Eso sí, el otro día, al pisar por primera vez la playa en mucho tiempo, recordé una sensación que no tenía otros años atrás. Tras todo este año que hemos pasado, que ha tenido cosas mejores y peores, mi cabeza, al tocar esos finos granos de arena blanca, pensó en el verano pasado. Sin querer, me vinieron todos los recuerdos de las playas que recorrimos con Cristina, día sí y día también.

Llegar a la playa con el coche transmitía unas vibraciones así muy de película: la música a tope y la ventanilla bajada, el viento dándome en la cara, el techo descubierto, ver el campo pasar a los lados… Y cuando llegamos a la costa. ¡Ay qué olor! Yo de eso ya no me acordaba. Hacía tanto tiempo que no iba, y que con la mascarilla no hueles mucho, que recordar ese olor fue como oler a gloria.

Recuerdo cuando durante mis primeros 19 años de vida pre-Covid, al bajarme del avión en Menorca, lo primero que me gustaba hacer era oler ese ambiente a mar salado que desprendía el aire, fuera la hora que fuera. Ahora ese olor ya no lo noto, pero si es verdad que al llegar a la playa se acentuaba un poquito. Escuchar el sonido del mar, ver la arena abarrotada de sombrillas, oler a crema de sol, notar la espalda quemada…son aspectos que nos demuestran una vez más que rondamos una época de vacaciones. Unas vacaciones merecidas.

Quedan aún varios exámenes, pero las ganas de cervezas en la playa y meterte en el agua con tu pareja o amigos va ganando fuerza por momentos. Y en Menorca, durante este mes de junio, las ganas se convierten pronto en necesidad. Ya sea Binigaus, Cala Mitjana, Binibècquer, Macarella o Son Parc, cualquier playa es buena para ir a meterte i “fer una nedadeta”. Aquí en Menorca no nos bañamos, nosotros nadamos en la playa, aunque no hagamos ningún largo. Es lo que tiene ser de aquí. No lo vais a entender, pero por algo somos los "elegidos!

También os digo, el agua helada eh. No sé qué le han metido, pero solo falta añadirle ginebra y limón, porque los cubitos ya los tenemos. Los guiris se meterán (en el agua, que eso ha sonado bastante mal) porque allí no pasan de los 25º, pero aquí esta temperatura es similar a la del hielo. Una vez conseguías ir metiendo partes de tu cuerpo, ibas calculando el tiempo que tardarían en congelarse y no notarlas. Yo no sé si duré unos 5 minutos, pero es verdad que antes de meterme me la había imaginado más fría. Me sorprendió el aguante que tuve.

Puede que ir a la playa a veces sea una odisea (y si no lo veis así, solo hace falta entrar a Youtube y verse “Las playas de Málaga” de Dani Rovira): pensar en todas las cosas, sombrilla, comida, la nevera, ropa de recambio, toallas, palas, crema de sol, móvil, llaves, cartas para jugar… pero todo esto se compensa con llegar a una de nuestras playas paradisíacas y disfrutar de un día de sol con buena compañía. Este plan se lo recomiendo a todo el mundo, y mira que yo no era de playa. También os recomiendo leeros mis artículos, aunque no seáis de leer. Rectificar es de sabios dicen. Y venirse a Menorca también.

P.D. Cristina, empieza a calentar, que pronto sales! Nos queda nada. Yo te tengo preparadas la gasolina y la sombrilla para la playa. 

29 de mayo de 2021

En Palma, como en casa

Después de varias entradas más políticas y con un cierto aire a opinión que de costumbre, hoy vuelvo a una serie que os gustó mucho al principio de este blog. Los vlogs. (De verdad que no puedo parecer más un youtuber eh). Aprovechando que estoy leyendo un libro titulado El camino del artista, me fijé en una cosa muy interesante que decía la autora: la creatividad es algo que tenemos por naturaleza, como la razón (esto lo dijo Platón hace más de 2000 años, o sea que no es nada nuevo), y una de las tareas que propone para desbloquear esta creatividad inherente a nosotros es escribir un poco cada día. Propone unas 3 páginas cada mañana, pero mirándolo bien, tampoco estoy tan bloqueado. ¿Bastarán 3 páginas con letra Arial a tamaño 40? Creo que es trampa, pero bueno.

Ya que por la mañana me es imposible (¡me gustaría ver quién es el tonto que se levanta a las 6 para escribir 1 página siquiera!), lo hago ahora por la noche que es cuando más inspirado estoy. Los aromas de la noche me han ayudado siempre, y no penséis mal, que no necesito ninguna ayuda de ningún John Walker o Bacardi. Me pongo delante del teclado y todo fluye, palabra a palabra. Algunas veces más y otras menos, pero la cuestión es escribir. Y hoy no hay otro motivo mejor que contaros mi pasado fin de semana, que después de un año, ¡volví a pisar Palma de Mallorca con mis padres!

Cuando uno es de Menorca, visitar Palma es como irte de excursión con el colegio. Mis amigos de la Península me decían a veces que sus excursiones eran irse a Madrid, o a algún pueblo que estaba a 200km de su escuela. Aquí, como mucho, me llevaban a Ciudadela, y esa era una excursión a la que se iba, como mucho, una vez al año porque se consideraba demasiado “lejos”. Estamos hablando de 40km. Eso se lo hace cada día un vasco andando para ir del trabajo a casa. Ir y volver.

Culpa de toda la mierda del virus, no nos habíamos movido juntos en todo un año. Me ayudaron a recoger las cosas de Madrid en verano y se encerraron en Menorca durante estos largos meses. Menorca puede ser muy bonita, pero a veces, sobre todo en invierno, puede parecerse más a una isla en cuarentena que en la que vivía Robinson Crusoe. La tranquilidad y el paraíso compensan la monotonía y el poco ocio abierto, algo que se ha acentuado en este principio de 2021. Eso sí, parece que poco a poco vamos abriendo las puertas al verano, o a los turistas, aunque a los de aquí nos hayan jodido todo el año.

Entrar en el avión con compañía era algo que no tenía desde verano pasado, y se echaba de menos. El comandante nos saludó a todos con una charla que no habíamos escuchado nunca. En 5 minutos hizo referencia a una canción de Hombres G, pidió a una chica que no se casara con su prometido y le dijo a un equipo de vóley que como ganaran contra el Sóller, iba a hacer que el avión cayera al mar. No nos había pasado nunca. Eso sí, espero que la prometida se haya casado. Úrsula, si estás leyendo esto, muchas felicidades y disfruta de toda una vida con tu ahora marido.

Llegamos a Palma y como íbamos sin maletas fuimos directos al Centro Comercial FAN. Allí, entre Primark, Tiger, H&M y Mangos, nos pasamos una mañana entera andando hasta comer en el 100 montaditos. Tradición familiar. No sé por qué, pero las últimas 4 o 5 veces que hemos ido a Palma hemos terminado comiendo ahí. Ese día íbamos solo a ver tiendas, algo que a mucha gente le parecerá raro, pero a nosotros nos parece lo más normal del mundo. Otra suerte de vivir en Menorca. Le puedes preguntar a cualquiera, y todos habrán ido a Palma una vez a comprar. Ya os digo yo que es como una excursión.

Por la tarde nos movimos por el centro, haciendo varias paradas para tomar algo. Antes de tomar un helado en el Passeig d’es Born, la tarjeta había sufrido algunos gastos en tiendas de ropa y estuve a punto de caer en la tentación con una novela de La casa del Libro. Había varias opciones, pero al final no me decidí por ninguna. Hacía tanto calor que mi mente no leyó con atención ninguna de las reseñas. Solo veía portadas, y todas eran buenas.

Las calles del centro eran las mismas, la gente seguía paseando con sus familias y amigos, pero el ambiente no era el mismo. Hacía mucho tiempo que no íbamos, pero muchas cosas habían cerrado, y las que permanecían abiertas, con suerte, tenían algunos clientes. Se ha notado el Covid en las islas, aunque no hayamos sido los más perjudicados, y eso se transmite con el comportamiento de la gente. A Palma le faltaba esa alegría, ese ir y venir de turistas continuo, ese olor a alemán untado con crema de sol… Aún así, valió la pena volver a pasear sus tiendas, porque en la calle estuvimos poco.

Tras un día largo volvimos al aeropuerto. Ahí nos esperaban los queridos controles de Sanidad y de tarjetas de embarque. Se supone que a España puede entrar un inglés sin PCR, pero yo de momento no puedo estar más de 72h fuera de mi isla, porque si lo hago, tengo que hacerme un test en el aeropuerto. Surrealista. Como no hicimos ni un día, nos lo ahorramos. Menos mal, porque en ese momento mis piernas solo querían estar en mi sofá, viendo Eurovisión, con las pastas que habíamos comprado en una panadería. Fue un día completo del que pudimos disfrutar todos juntos otra vez. Tengo que escribir 3 páginas. Tengo que escribir 3 páginas. Tengo que escribir 3 páginas. Ale, ya está. Ya he conseguido mi propósito del curso. Espero que os haya gustado, y recordad, una cosa es Mallorca, y la otra Menorca, que aún veo algún despistadillo por ahí. Un beso (virtual, no os preocupéis).

19 de mayo de 2021

La vida es sueño y los sueños, sueños son.

Todos nos acordaremos de esta frase. Seguramente, una de las frases más célebres y conocidas de la literatura clásica en lengua castellana. La primera vez que la escuché yo tenía 16 años y estaba en primero de bachillerato. Nos habían obligado a leernos el libro y no había oído nunca ese fragmento. El otro día, 4 años después, volví a escucharlo en mi casa. Mi hermano, actualmente en primero de bachillerato, le ha tocado volvérselo a leer. La vida es un ciclo (lo que no sirve yo no lo reciclo… bah, broma fácil). 

        En ese momento, cuando uno era un chico inocente de 16 años y lo más fuerte que le podía pasar era suspender un examen y no tener un grupo de amigos guay, no nos dábamos cuenta. Sin embargo, 4 años más tarde, sin ser un adulto hecho y derecho, hay cosas que ya entendemos de otra forma. Nuestra visión de la vida cambia un poco, y aunque unos sigan anclados en una juventud eterna imposible, otros vamos evolucionando no hacia un nuevo tipo de Pokemon, sino hacia una mejor versión de nosotros mismos. El objetivo ahora mismo ya no es el de hace 4 años. El objetivo ahora mismo cambia, y haber entrado en la década que más nos va a transformar como personas tiene la culpa en gran parte.

¿Qué quieres ser de mayor? ¿Qué quieres estudiar? Esa es una pregunta que nos han repetido mil veces a todos. Abuelos, familia, profesores, conocidos… ¿Alguno se ha planteado lo estúpidamente absurda que es? Y más en tiempos como los de ahora, en los que cada día cambiamos de opinión. Yo no le pregunto a mi abuela qué quiere hacer en los años que le quedan, ni a mis padres, que tienen toda una vida por delante aún. ¿Por qué no se lo preguntamos? Porque ni ellos lo saben. Visto esto, no entiendo entonces la manía de preguntarnos qué queremos ser, cuando ni nosotros mismos sabemos lo que queremos hacer mañana. 

        Desde pequeño he cambiado de gustos unas mil veces. Empecé queriendo ser policía, pero vi que eso de arriesgarse cada día para perseguir gente mala no era lo mío; luego se me pasó por la cabeza ser cocinero, pero al no saber freír un huevo, lo descarté (ahora mismo sé hacer más cosas, eh. No penséis mal); luego pasé por mi época de querer ser decorador de interiores y tener un hotel (esto siempre es culpa de Mamma Mia); también quise en su momento tener un bar (veía a Barnie y a Ted, de Cómo conocí a vuestra madre, fundando su bar Puzzles, y me apetecía tener un bar con el que conocer gente todos los días); pasé por mi época de querer ser músico (aunque vi que económicamente iba a ser complicado) y también por mis etapas de querer trabajar para Apple y ser un ingeniero informático que diseñara productos para la compañía más famosa del mundo; al ver que lo mío no era la programación, me decidí por estudiar Diseño, a ver si así podía tener alguna opción más, y después de dos años de carrera, ahora mismo estoy estudiando Marketing e Investigación de mercados, que no tiene nada que ver con el resto, pero es una carrera en la que me siento realmente cómodo y a gusto.

Después de todo esto, pensaréis que lo tengo todo muy claro. Ojalá. Es verdad que ahora mismo me encuentro en un momento bueno en cuanto a estudios y profesionalmente. Es verdad que hay sueños de los de arriba que aún me gustaría cumplir. Pero si ahora me preguntas lo que me gustaría ser, no te respondería nada de esto. Hay una cosa que con el tiempo me ha ido llenando más y más hasta convertirse en una de mis cosas favoritas; hace tiempo que lo sé, pero hasta ahora no me he dado cuenta. Siempre he dicho que escribir me gustaba, y que poder estar relacionado con una revista o periódico sería mi sueño, pero si pudiera escribir algo mío y que la gente lo leyera, eso sí que sería brutal. Ese aire alternativo y vintage que tienen los escritores siempre me ha gustado, y con Jughead de Riverdale, ese sentimiento se ha acentuado. 

        El otro día estaba José Ramón de la Morena en el Hormiguero (famoso en el mundo radiofónico por su programa El Transistor), y dijo que él, de pequeño, soñaba solo con poder estar al lado de sus referentes periodísticos. 30 años más tarde, él se ha convertido en uno de los referentes. Mi sueño no es el de hacerme famoso con la escritura, pero si por un momento, 50 años más tarde, me encuentro publicando un libro que sea mío, podré decir que este sueño, mi pequeño sueño, se ha cumplido. 

Mi novia me reafirmaba el fin de semana esta teoría de que a veces, no estamos preparados para elegir tan pronto lo que queremos ser. Ella estudia Derecho y Ciencias Políticas. Quiere ser periodista. Ya sea periodista política o no, tiene claro que es ese su sueño. Algo que en su momento no tenía claro y decidió dejarlo a un lado. Yo espero que lo consiga, porque se lo merece. Aunque tenga que costarle la vida, ella va a utilizar todos los recursos para serlo. En una vida ideal, yo escribiría la noticia y ella se la contaría al mundo. En unos años veremos lo que pasa.

4 años más tarde entiendo por fin a Segismundo, el hombre monstruoso que no podía salir de su torre. Tal vez porque llevamos un año encerrados, aunque no sea en una torre, en una vida que no hemos elegido nosotros. El virus. Las restricciones. No esperábamos nada de esto y nos ha llegado por sorpresa. Ahora ya poco podemos hacer. Pero entiendo también su frase, porque lo que dice refleja la vida de todas las personas. Vivir es soñar. Vivir es aprovechar cada día para intentar conseguir tus sueños. Vivir es darlo todo por eso que te llenará la vida. Soñaré ser camarero, astronauta, ingeniero, policía o escritor, pero el mayor bien es pequeño, porque la vida es sueño, y los sueños, sueños son.