En estos días de
pleno calor, lo mejor que puede hacer uno es estar en la piscina o en casa con
el aire acondicionado encendido. Siempre es un buen plan tomar una copa en una
terracita, pero estos días mejor si nos abstenemos de salir de casa. Por esta
razón, nuestra foto de hoy no puede ser más veraniega. Eso sí, ya sea con 20 o
40 grados, nosotros seguimos leyendo nuestra Marina. Estamos ya en su recta final; cuanto más
adelante nos encontramos, más interesante se pone el libro. ¿Por dónde lo
dejamos la última vez? Ah, ¡sí! Ya sé…
Germán Blau fue
el típico hijo de familia adinerada al que no dejaron ser artista, profesión de
holgazanes según su padre -algo que no voy a entender nunca-. Esto le permitiría
a Germán poder llegar a Viena, Roma o París, donde conoció a la que sería su
mujer. Tener un "Blau" era como ahora tener un "Picasso".
De repente su padre se enorgullecía. En fin, la hipocresía... Kirsten, su
mujer, cantaría hasta que descubrió que estaba enferma. El reloj de su vida se
apagaba, igual que el que le compró a Germán. Ese contaba el tiempo que les
quedaba juntos. Ese reloj, el que cogió Óscar y estaba roto; lo que él no sabía
era que hacía 15 años que no funcionaba.
La vida de
Marina y Germán empezó a ser la de Óscar y pasar una semana sin ellos era como
subir el Tourmalet para un ciclista aficionado, y más cuando Marina lo había
besado. Durante su ausencia, fue contactado por la dama de negro del
cementerio. ¿Qué quería? Nada bueno seguro. Esa dirección que le hizo llegar no
hizo sino aumentar sus dudas, su desconcierto.
Allí conoció a
Mijail Kolvenik. Natural de Praga, empezó a trabajar en la Velo-Granell. Su
ingenio e interés por la lectura lo convirtieron en un peón importante que llegó
a diseñar un aparato que puso a la empresa a la vanguardia del sector. Era un
negocio turbio del que llegó a ser el director; todo se podía comprar con
dinero. Adquirió el Teatro Real y se casó con una estrella de la lírica sobre
la que se sustentaría el mayor teatro de Europa. El día de su boda sufrió
una agresión por parte de un conocido que puso fin a su carrera. Su mansión se
quemó y la pareja murió. Aunque se rumoreaba que el fantasma de Kolvenik seguía
vivo.
Sus nuevos
amigos volvieron de Madrid y se lo llevaron un día a un lugar cercano a la
costa, donde pudo disfrutar del agua y el sol. Algo que ahora es necesario para
muchos españoles. Allí le pudo contar a Marina todo lo sucedido esa semana. Al
volver al internado, una esquela lo sorprendió; el hombre que le había contado
toda la vida de Kolvenik había muerto. Era una casualidad muy rara, pero ellos
ya estaban metidos en ella. Fueron al invernadero, esta vez de noche; con menos
luz, ese lugar era mucho más aterrador. Robaron un álbum con fotografías de
niños con malformaciones (a Óscar se ve que le gusta robar cosas que no son
suyas), un hecho que provocó persecuciones, títeres queriendo matarlos; hasta
pudieron morir atropellados por un tren.
Unos días más
tarde, fueron a visitar al compañero de fatigas de Mijail durante los años de
esplendor de la Velo-Granell. Este no era otro que el doctor Shelley. Kolvenik
le debía la vida al médico. Lo había salvado de una brutal paliza en la
prisión. Este les explicó a los chicos bastantes cosas, aunque sabían que
escondía algo. Pero, ¿qué?
Pasaron unos
días y llegaron las fiestas de Navidad, esa fiesta que a mucha gente le gusta
celebrar (aunque no a toda); esa época maravillosa que últimamente nos hemos
acostumbrado a celebrar –al menos en Menorca- no tan abrigados como otros años.
Una noche, Óscar fue atacado por un ser horripilante que no había llegado a
conocer y poder ponerle cara. Este compañero de la muerte quería recuperar el
álbum de fotografías que unos días antes ellos habían robado. El chico, no le
puso oposición y el engendro salió de su habitación con el álbum. Atacado, con
la ropa hecha un asco, y no pudiendo contener la respiración, fue directamente
a casa de los Blau, donde lo invitaron a pasar las Navidades. Con Marina
decidirían visitar al inspector Florián; un señor que en el próximo y último
“episodio” nos resolverá muchas dudas que aún tenemos.
Por último, dejo
la canción que esta semana acompaña a nuestro artículo. La podéis encontrar en
la playlist de Spotify de Le Lector. Esta semana vamos con Leiva, y su
Monstruos, parecidos a los que se encontraron en el invernadero. Espero que os
haya gustado y os leo en comentarios o en las redes sociales.
¡Ánimo lectores!
Le Lec.
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