2 de julio de 2019

Mijail y sus monstruos (Marina; Parte III)

En estos días de pleno calor, lo mejor que puede hacer uno es estar en la piscina o en casa con el aire acondicionado encendido. Siempre es un buen plan tomar una copa en una terracita, pero estos días mejor si nos abstenemos de salir de casa. Por esta razón, nuestra foto de hoy no puede ser más veraniega. Eso sí, ya sea con 20 o 40 grados, nosotros seguimos leyendo nuestra Marina. Estamos ya en su recta final; cuanto más adelante nos encontramos, más interesante se pone el libro. ¿Por dónde lo dejamos la última vez? Ah, ¡sí! Ya sé…

Germán Blau fue el típico hijo de familia adinerada al que no dejaron ser artista, profesión de holgazanes según su padre -algo que no voy a entender nunca-. Esto le permitiría a Germán poder llegar a Viena, Roma o París, donde conoció a la que sería su mujer. Tener un "Blau" era como ahora tener un "Picasso". De repente su padre se enorgullecía. En fin, la hipocresía... Kirsten, su mujer, cantaría hasta que descubrió que estaba enferma. El reloj de su vida se apagaba, igual que el que le compró a Germán. Ese contaba el tiempo que les quedaba juntos. Ese reloj, el que cogió Óscar y estaba roto; lo que él no sabía era que hacía 15 años que no funcionaba.

La vida de Marina y Germán empezó a ser la de Óscar y pasar una semana sin ellos era como subir el Tourmalet para un ciclista aficionado, y más cuando Marina lo había besado. Durante su ausencia, fue contactado por la dama de negro del cementerio. ¿Qué quería? Nada bueno seguro. Esa dirección que le hizo llegar no hizo sino aumentar sus dudas, su desconcierto.

Allí conoció a Mijail Kolvenik. Natural de Praga, empezó a trabajar en la Velo-Granell. Su ingenio e interés por la lectura lo convirtieron en un peón importante que llegó a diseñar un aparato que puso a la empresa a la vanguardia del sector. Era un negocio turbio del que llegó a ser el director; todo se podía comprar con dinero. Adquirió el Teatro Real y se casó con una estrella de la lírica sobre la que se sustentaría el mayor teatro de Europa. El día de su boda sufrió una agresión por parte de un conocido que puso fin a su carrera. Su mansión se quemó y la pareja murió. Aunque se rumoreaba que el fantasma de Kolvenik seguía vivo.

Sus nuevos amigos volvieron de Madrid y se lo llevaron un día a un lugar cercano a la costa, donde pudo disfrutar del agua y el sol. Algo que ahora es necesario para muchos españoles. Allí le pudo contar a Marina todo lo sucedido esa semana. Al volver al internado, una esquela lo sorprendió; el hombre que le había contado toda la vida de Kolvenik había muerto. Era una casualidad muy rara, pero ellos ya estaban metidos en ella. Fueron al invernadero, esta vez de noche; con menos luz, ese lugar era mucho más aterrador. Robaron un álbum con fotografías de niños con malformaciones (a Óscar se ve que le gusta robar cosas que no son suyas), un hecho que provocó persecuciones, títeres queriendo matarlos; hasta pudieron morir atropellados por un tren.

Unos días más tarde, fueron a visitar al compañero de fatigas de Mijail durante los años de esplendor de la Velo-Granell. Este no era otro que el doctor Shelley. Kolvenik le debía la vida al médico. Lo había salvado de una brutal paliza en la prisión. Este les explicó a los chicos bastantes cosas, aunque sabían que escondía algo. Pero, ¿qué?

Pasaron unos días y llegaron las fiestas de Navidad, esa fiesta que a mucha gente le gusta celebrar (aunque no a toda); esa época maravillosa que últimamente nos hemos acostumbrado a celebrar –al menos en Menorca- no tan abrigados como otros años. Una noche, Óscar fue atacado por un ser horripilante que no había llegado a conocer y poder ponerle cara. Este compañero de la muerte quería recuperar el álbum de fotografías que unos días antes ellos habían robado. El chico, no le puso oposición y el engendro salió de su habitación con el álbum. Atacado, con la ropa hecha un asco, y no pudiendo contener la respiración, fue directamente a casa de los Blau, donde lo invitaron a pasar las Navidades. Con Marina decidirían visitar al inspector Florián; un señor que en el próximo y último “episodio” nos resolverá muchas dudas que aún tenemos.

Por último, dejo la canción que esta semana acompaña a nuestro artículo. La podéis encontrar en la playlist de Spotify de Le Lector. Esta semana vamos con Leiva, y su Monstruos, parecidos a los que se encontraron en el invernadero. Espero que os haya gustado y os leo en comentarios o en las redes sociales.

¡Ánimo lectores!

Le Lec.


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