22 de junio de 2021

El humor y la libertad; una relación potencialmente peligrosa.

Son las 8.30 de la mañana. Siempre he sido de escuchar música y me la pongo para todo. Acostumbrado a escuchar de todo, hace unos meses, me encontré un podcast del que me había hablado mi tía varias veces: 
Nadie sabe Nada¸ improvisado por Berto Romero y Andreu Buenafuente. O Andreu Buenafuente y Berto Romero. Como queráis, total, son inseparables. 

Nunca me había puesto a escuchar un podcast, y menos uno que se emite en la radio. La radio es ese medio que, aunque se haya tenido que adaptar muchas veces a los nuevos tiempos, sobrevive. Hace 50 años, un hombre que trabajaba en la radio era una persona trajeada y con bigote inmersa en una profunda intriga y desconocimiento por parte de la gente. Actualmente, los programas tienen un canal de Youtube, su perfil de Twitter y puedes asistir como público. Todo ha cambiado mucho, pero es verdad que esa atmósfera íntima y mágica que provocaban dos locutores en una sala llena de moqueta con dos micros tenía su gracia. 

Andreu y Berto serán muchas cosas, pero hay que reconocer que son muy buenos en lo suyo. Tal vez no llevarán trajes, ni serán dos señores con un vozarrón que destaque, pero su larga carrera habla por sí sola. Son dos comunicadores en toda regla, y ya sea en un programa de televisión o en la radio, saben cómo captar nuestra atención. Su programa, que empezó en 2015 y ya cuenta con más de 300 programas, se basa en la improvisación. Ellos mismos lo dicen, ¿qué puede salir mal? Pues ea, ahí lo tenéis: 6 años emitiéndolo. La verdad que no se pueden quejar. Entre los pasillos de los estudios se juntan con personajes como Àngels Barceló, Pepa Bueno, o Carles Francino, entre otros. No sé si os da la misma sensación que a mí, pero, los de La Ser tienen nombres que sabes que son de izquierda, ¿no? Luego tenemos a Broncano, que es como es y rompe todos los moldes. Entran en su plató, y junto a una botella de agua se dedican a dar respuestas a temas que propone el público por redes sociales. Parece fácil, sí. Sé que ahora todos podríais ser locutores, pero lo difícil es que la gente te escuche. Que la gente esté tan interesada en lo que haces como para que vayan llegando preguntas 6 años después semana tras semana, y que cada sábado tengan el plató lleno. Eso es lo difícil, y es lo que consiguen.  

Todo esto me sirve para introducir el tema del que quería hablar. Ellos son cómicos natos, y como cómicos, todo se lo toman a risa. Cualquier tema para ellos es como un juguete para un niño. Lo manosean como quieren, lo destrozan, lo vuelven a recomponer y le encuentran mil puntos de vista distintos. Esa indiferencia con todo que muestran cada sábado, que es la que deberíamos tener todos, a veces hace que alguna respuesta no siente bien a alguien. Evidentemente es normal que un comentario no le guste a todo el mundo, pero ¿cuánto de gruesa es la línea que separa lo ético de lo inmoral para los cómicos? ¿cuándo se pasa esa indiferencia y se convierte en ofensa? ¿hasta cuándo se puede considerar libertad de expresión? ¿cuándo pasa de chiste a mala broma?

De cada vez tenemos la piel más fina, y eso se nota en Twitter. Cualquier cosa que no nos gusta, nos ofende. La persona que nos la dice es un impresentable (para ser correcto, que, si digo algo más fuerte, mi madre se enfada) y le tenemos que contestar, porque, ¿quién se cree para decirme algo con lo que no estoy de acuerdo? Y esto pasa con todo: política, amigos, compañeros de trabajo, colegios… Así nos va, y eso es un mal de las presentes y próximas generaciones. Nos hemos convertido en seres intolerables y por eso nos cuesta ponernos de acuerdo. Berto y Andreu se han metido con los vascos, con Ayuso, con otros actores, con la gente que va de público, con la independencia, con Sánchez… ¿Lo dicen enserio? Posiblemente no. Al 90% no, pero ¿por qué nos molesta tanto? Total, es un programa de humor, y cualquier cosa que se diga, debería enmarcarse en un contexto de humor. Son dos tíos, con un café en la mano, que van sacando temas, dejando libre su imaginación. Si un futbolista saca un tema interesante, no nos lo creemos porque es futbolista y es tonto, entonces, qué problema hay en que lo diga un cómico si será una broma segura. Es verdad que habrá temas en los que se podrán hacer más bromas y otros en los que menos, pero ese es el mal con el que viven los cómicos. Un cómico intenta ser crítico y ver las cosas desde un punto de vista que el resto no tenemos; por algo son cómicos, y no periodistas. Si tuviéramos en cuenta que todo lo que decimos puede herir a alguien, no diríamos nada. El papel del cómico no existiría, y posiblemente nosotros como personas, tampoco. En este grupo también englobaríamos a programas de televisión como La Resistencia o La Vida Moderna, otro podcast presentado, entre otros, por David Broncano. Profesiones complicadas. 

El resumen es simple: tu libertad de expresión termina cuando empieza la mía, pero hay que aprender a tragar y relativizar. De no ser así, vamos a convertirnos en un país monótono, donde solo podremos hablar del tiempo que hace y poca cosa más, porque el resto nos va a molestar todo. Y así se consigue que la gente no piense por ella misma, no tenga opinión, y obedezcamos cualquier cosa. Recuerdo cuando Dani Rovira presentaba los Goya. Él decía que al día siguiente no solía mirar las redes, porque le llamaban de todo menos guapo. Yo quiero tener sus coj****. Sabes que te criticarán y aún así, presentas la gala. Si no, lo único que me queda es callarme y no decir nada. Aquí tendríamos que recordar a Aristóteles, cuya frase que ya he comentado alguna vez, “el ser humano es un ser social”, se volvería más real que nunca. 
 
Si hablamos, nos ofendemos. Si no hablamos, dejamos de ser personas. La solución es simple: sé y deja ser feliz. Escucha la música que te dé la gana; viste como quieras; sé del equipo que te apasione; enamórate de quien te salga de allí; sal con tus amigos; disfruta de tus hijos; ve a trabajar con alegría cada día; critica lo que quieras; aguanta que te critiquen, que por algo somos iguales. Y finalmente, lee. Lee lo que quieras, y si es este blog, mejor.

15 de junio de 2021

2021. Año del rebrot... perdón. 2021. Año del deporte.

Son las 9 de la mañana de un día de verano. El calor hace que te levantes de la cama sudado y necesites quitarte toda esa mierda que te empapa. Bajas a desayunar y te encuentras a tu hermano, medio tumbado en el sofá, viendo como 200 tíos están haciendo marcha por una ciudad aleatoria. De repente, cambian de plano, y tenemos a dos chicas haciendo esgrima, pegándose palos con una espada, mientras en un polideportivo lleno de espectadores, Carolina Marín se enfrenta día sí, día también, contra representantes asiáticas de bádminton. La verdad que la imagen por sí sola, era divertida, pero es algo que me toca vivir cada 4 años en mi casa.

11 de la mañana. Una vez has desayunado, te preparas para un día de descanso en el que poca cosa vas a hacer. Lo tenemos que aceptar: en verano se intenta no hacer nada. Y con el calor que hace, es aún, más imposible. De pequeño, mis padres me compraban unos cuadernos para ir haciendo ejercicios mientras ellos trabajaban. Una vez pasé los 13 años, creo que no lo volvieron a intentar. No nos gustaban mucho. Mientras, disfrutábamos de una gran carrera de triatlón en la que no conocíamos a ningún participante. Usain Bolt también solía correr a esa hora, y no había carrera suya que nos perdiéramos. Todo esto lo veíamos entre sumas de matemáticas y cuadernos de caligrafía a 40 grados.

13 del mediodía. Llegaba la hora de ir a la piscina a refrescarse un poco. En verano se agradece. A veces nos llegábamos a casa de mi tía y así le hacíamos compañía. Mientras hablábamos con ella, solía jugar España o Estados Unidos algún partido de baloncesto. Recordaré estar en la piscina, con el aperitivo allí al lado, e ir corriendo a la puerta del salón para ver qué hacía la selección. No podíamos entrar porque lo mojábamos todo, pero nos quedábamos en la barrera (como hace la gente en los toros), intentando ver lo máximo que pudiéramos. Normalmente, ganábamos siempre hasta que llegábamos a la final. Ahí nos tocaba sufrir, y casi siempre, perder.

14 de la tarde. Después de unos cuantos largos más, mi tía, al no tener otra cosa en la nevera que no fuera cerveza y ensalada, nos solía invitar a paella. Llamaba y pedía una mixta para 5 a La Paella o Ca’n Jordi. Eso sí, teníamos que esperar a las 3 para que estuviera lista (es lo que tenía hacerlo a última hora siempre). Entre que esperábamos, solía terminar el partido de baloncesto e inmediatamente nos daban alguna carrera de Mireia Belmonte o Michael Phelps. Nunca nos había interesado tanto la natación, pero es verdad que el ímpetu que le ponían los narradores hacía que ese deporte ganara enteros.

16 de la tarde. Una vez devorada la paella y hecha la digestión, volvía el deporte a las olimpiadas. A esa hora solía haber algún partido de tenis, o deportes más de tipo atlético (salto de pértiga, vertical, tiro de jabalina…). La verdad que a esa hora prefería echarme la siesta a ver eso, pero mi hermano se lo tragaba todo. Siempre ha sido de deportes minoritarios.

18 de la tarde. Volvíamos a casa, y se volvía a encender la tele. Un partidito de Rafa Nadal podía hacer que la tarde muriendo de calor se pasara un poquito mejor. A la vez, iban retransmitiendo algún partido de Waterpolo o Balonmano, donde siempre hemos sido del equipo femenino. Lo que hacen las españolas de Waterpolo tiene un mérito... Y esos partidos contra Estados Unidos, dios mío, ¡qué partidazos! Era la hora de merendar algo, ducharse y prepararse para otra competición.

2020 era el año señalado para vivir todo esto, pero debido al Covid todo se ha tenido que retrasar un tiempo. Nuestras vidas también se han retrasado un año, aunque el contador no se haya parado en ningún momento. Para muchos, ha sido un año perdido. Para otros, ha sido un año de recuperación y rotura con lo anterior (como el Romanticismo, vamos). 2020 era también año de Eurocopa, una Eurocopa que por motivos sanitarios no se pudo, ni se debía jugar. Todo pasó al 2021, año en que coincidirían Eurocopa, Olimpiadas y otra competición, por lo que los amantes de los deportes, podían estar todo, todo, todo, todo el día, enganchados a la tele.

21 de la noche de ayer. Suena el himno de España en la Cartuja. La cámara enfoca a los jugadores. ¿Dónde están Xavi, Iniesta, Villa, Puyol, Piqué o Casillas? ¿Quiénes son estos? Ay Luis Enrique… Bueno, tenemos a Gerard Moreno, Tiago, Pau Torres, Rodri y, sobre todo, al pulpo Busi. Esto nos debería dar para mínimo, llegar a octavos. El día que juega la selección, todos somos españoles. Mis amigos cantan el himno con la mano en el pecho y se celebra cada gol como si cualquier partido político tomara una buena decisión.

3 de la mañana. Después de dormir un rato, vuelves a encender la tele. Ahora juega Dios. A su lado, Messi. Si eres muy friki del fútbol, un Argentina – Chile de Copa América no te lo puedes perder. No es mi caso, por suerte. No he llegado a ese nivel, aún. A esas horas, después de un día lleno de deporte, solo apetece dormir. Y dormir mucho, porque a la mañana siguiente, volvemos con el Ping Pong, o con el Judo incluso. Yo ya no sé qué hacer para quitarle el mando a mi hermano. Si alguno de vosotros tiene alguna idea, que me la haga saber. Su aspecto actual es el de la foto, pero esto solo acaba de empezar. En un mes no me lo quiero imaginar.

Oye, no sé vosotros, pero estoy cansado de jugar al Sofing. Si queréis, os sigo escribiendo entradas, y entre bádminton, piragua, kárate, o breakdance, os las vais leyendo, que esto se puede hacer en la piscina. ¿Trato? 

11 de junio de 2021

Verano, calienta que sales.

Imaginaros ahora un reloj. Un reloj que va haciendo la cuenta atrás. Sois estudiantes de High School Musical y estáis pendientes del tic tac que hace el aparatito. Quedan 10 segundos. Nueve. Estáis nerviosos. No prestáis atención a nadie. Cinco. Solo os fijáis en el reloj, que va sonando. Dos. Uno…

¡nOTICIÓN! Encima mal escrito, para que os deis cuenta de lo importante que es. ¡Ya ha llegado el verano! Después de un año de mierda, por fin llega una época que nos suele venir bien a todos para recoger pilas. El verano. Una estación controvertida, polémica, que suele suscitar a que haya dos tipos de personas. Como cuando en los sesenta eran de los Beatles o de los Rolling -ni uno ni otro, o Elvis o cualquier grupo de 4 tíos que cantara como si fueran The Platters-.

Uno de los primeros signos que tenemos de que ha llegado esta estación es el calor que hace. Entiendo a la gente que le encanta estar en la piscinita; que hay más sol para hacer planes; que no hay colegio para poder quedar por la tarde. Si. Todo muy guay. Pero, ¿y el hecho de estar en la calle y derretirte como un bombón Lindor? A mí me gusta el verano, sobre todo el tema de la piscinita, pero es verdad que, como la sensación de estar en invierno, con un frío soportable, con el ambiente de “medio” Navidad, no hay nada. Y sé que me saldrán muchos haters, pero esta es mi humilde sensación.

Eso sí, el otro día, al pisar por primera vez la playa en mucho tiempo, recordé una sensación que no tenía otros años atrás. Tras todo este año que hemos pasado, que ha tenido cosas mejores y peores, mi cabeza, al tocar esos finos granos de arena blanca, pensó en el verano pasado. Sin querer, me vinieron todos los recuerdos de las playas que recorrimos con Cristina, día sí y día también.

Llegar a la playa con el coche transmitía unas vibraciones así muy de película: la música a tope y la ventanilla bajada, el viento dándome en la cara, el techo descubierto, ver el campo pasar a los lados… Y cuando llegamos a la costa. ¡Ay qué olor! Yo de eso ya no me acordaba. Hacía tanto tiempo que no iba, y que con la mascarilla no hueles mucho, que recordar ese olor fue como oler a gloria.

Recuerdo cuando durante mis primeros 19 años de vida pre-Covid, al bajarme del avión en Menorca, lo primero que me gustaba hacer era oler ese ambiente a mar salado que desprendía el aire, fuera la hora que fuera. Ahora ese olor ya no lo noto, pero si es verdad que al llegar a la playa se acentuaba un poquito. Escuchar el sonido del mar, ver la arena abarrotada de sombrillas, oler a crema de sol, notar la espalda quemada…son aspectos que nos demuestran una vez más que rondamos una época de vacaciones. Unas vacaciones merecidas.

Quedan aún varios exámenes, pero las ganas de cervezas en la playa y meterte en el agua con tu pareja o amigos va ganando fuerza por momentos. Y en Menorca, durante este mes de junio, las ganas se convierten pronto en necesidad. Ya sea Binigaus, Cala Mitjana, Binibècquer, Macarella o Son Parc, cualquier playa es buena para ir a meterte i “fer una nedadeta”. Aquí en Menorca no nos bañamos, nosotros nadamos en la playa, aunque no hagamos ningún largo. Es lo que tiene ser de aquí. No lo vais a entender, pero por algo somos los "elegidos!

También os digo, el agua helada eh. No sé qué le han metido, pero solo falta añadirle ginebra y limón, porque los cubitos ya los tenemos. Los guiris se meterán (en el agua, que eso ha sonado bastante mal) porque allí no pasan de los 25º, pero aquí esta temperatura es similar a la del hielo. Una vez conseguías ir metiendo partes de tu cuerpo, ibas calculando el tiempo que tardarían en congelarse y no notarlas. Yo no sé si duré unos 5 minutos, pero es verdad que antes de meterme me la había imaginado más fría. Me sorprendió el aguante que tuve.

Puede que ir a la playa a veces sea una odisea (y si no lo veis así, solo hace falta entrar a Youtube y verse “Las playas de Málaga” de Dani Rovira): pensar en todas las cosas, sombrilla, comida, la nevera, ropa de recambio, toallas, palas, crema de sol, móvil, llaves, cartas para jugar… pero todo esto se compensa con llegar a una de nuestras playas paradisíacas y disfrutar de un día de sol con buena compañía. Este plan se lo recomiendo a todo el mundo, y mira que yo no era de playa. También os recomiendo leeros mis artículos, aunque no seáis de leer. Rectificar es de sabios dicen. Y venirse a Menorca también.

P.D. Cristina, empieza a calentar, que pronto sales! Nos queda nada. Yo te tengo preparadas la gasolina y la sombrilla para la playa.