Esta vez son las 9 de la mañana. Día lluvioso con viento y malestar. Es pronto y el ambiente no augura demasiada felicidad. Mi madre acaba de dejarme en el aeropuerto, lugar que piso por décima vez este 2022 (evidentemente, teniendo en cuenta idas y vueltas) y estoy solo. Al llegar pronto y no tener la tarjeta de embarque, me siento en la cafetería y espero mientras no abren el mostrador de facturación. Enciendo mi portátil, algo que no hace ni 6 horas que he apagado antes de caer dormido, adelantar prácticas es lo que tiene, y abro mi blog.
Hacía mucho que no lo consultaba. ¿Cómo estará? Ya no me acuerdo ni cómo se llamaba, pero eso da igual, porque veo que alguien de Estados Unidos entró 81 veces hace un par de semanas. A nivel de números puede ser una mierda, pero que alguien que esté en el otro confín del mundo entre en mi blog y se pase por todas las entradas, es algo, si cabe, gracioso. Pero hay veces que la magia ocurre. Tengo mucho tiempo y muchas ideas en la cabeza, de manera que la única manera de sacarlas es escribiendo un poco. Os gustará o no, pero llevamos así un año y medio. Y ni tan mal.
Siempre he pensado que los aeropuertos son un lugar de tránsito. De personas. Mercancías que van y vienen. De vehículos, que despegan, aterrizan, transitan por la ciudad que forma ese recinto. Y también, un lugar de tránsito de emociones. ¿Quién no ha llorado al dejar a alguien querido en frente de ese control "aleatorio" que te va a distanciar? ¿Quién no ha llegado feliz por irse de vacaciones unos días a algún lugar querido? ¿Quién no ha llegado dormido porque su vuelo salía a las 7 de la mañana y no podía ni con su alma? Reconozco que es de las peores sensaciones. Todos hemos dejado a alguien cercano, nos hemos reencontrado con amigos, hemos ido a recibir a algún conocido, o simplemente, nos ha tocado ir al aeropuerto a trabajar, que también estamos algunos de esos. El aeropuerto es ese lugar en el que un arco divide el permanecer y el volar. Volar literalmente. Pero también volar lejos de ti, de lo tuyo y de los tuyos.
Hoy era un día de esos que notas los nervios en el estómago. Pisas el baño más veces de lo normal, y parece que tu estómago está de resaca. Hasta que no ha abierto el mostrador número 33 destino Palma y he podido sacar la tarjeta de embarque, algo que me está dando dolores de cabeza cada vez que me toca viajar (o sino que se lo digan a mi entrenador), yo no podía pasar el control. Seguía solo y no he tenido que hacer ni cinco minutos de cola. Eso sí, justamente me ha tocado que me abrieran la maleta. "Perdone, ¿me puede acompañar?", me ha dicho. ¡Cómo no te voy a acompañar, mujer! ¡Si tenemos este ala del aeropuerto solamente para los dos! Aleatorio dicen... Evidentemente, no me he podido resignar. He abierto todo lo que he podido y más. Más vale que sobre que que falte decían en mi casa.
Tras 5 minutos de esperar los resultados, como si de un examen se tratara, he podido acceder a la puerta de embarque donde una hora más tarde empezaríamos a hacer cola para entrar en el avión. En ese momento, cuando he podido abrir mi mochila y sacar el libro escogido para este viaje, he dejado de estar solo. Kokoro, que así se llama esta narración del autor japonés Natsume Soseki (la o lleva una barrita encima que no sé ni como poner, así que espero que me perdonéis), tiene pinta de ser de esos libros que van a hacerme estallar la cabeza. ¡Cómo me gustan estos, y qué pocos hay!
El vuelo en sí no ha estado mal. No sé si llegábamos a 20 personas en un avión de 60 plazas, por lo que habríamos podido estar sin mascarilla y seguiríamos cumpliendo la distancia de seguridad. Pero no, todos con mascarillas y todo lo que haga falta. FFP2 de esta ya no, que son más incómodas que yo que sé. No sé cómo hemos podido llevarlas todos estos 2 años.
En Palma hacía el mismo tiempo que en Menorca, aunque un poco menos lluvioso y con más ambiente. La felicidad es la misma, pero se afronta de otra manera. Mi dirección estaba clara; McDonalds. El estómago, por muy de resaca que esté, necesita llenarse para afrontar otro vuelo, éste de dos horas. Sé que son las 12.30, pero sino, la ventana de la comida se iba a cerrar sin ser consumida y eso no puede ser. Solo le estoy haciendo un pequeño favor al señor McDo que diría mi hermano. Oye, te voy a echar de menos estos días. A ti y al NBA. Quedan pendientes unas cuantas partidas entre tus Bulls y mis Warriors.
Oigo ya la megafonía. "Llamada para el señor Aleix Gomila". Uy, ese soy yo. "Última llamada para el vuelo AF4235, con destino Paris Orly. Embarque por la puerta, 90". Ay esa pausa de suspense. Allá vamos. Cris, espérame, que voy con las pilas cargadas. Estos días, mientras yo me pego unas buenas vacaciones en la ciudad del amor y de la luz, os dejo esta entrada para que no me echéis de menos. Bienvenidos otra vez, a los nuevos y a los de siempre, al blog de LeLector. El blog de todos. Muchas gracias.