Todo empezó en Londres, con un brindis por un año mejor al anterior; un año que nos trajera salud, dinero, felicidad, amigos, viajes y muchas cosas más. Yo estaba estudiando en Madrid, y enero nos pasó lentamente a todos. Un enero lleno de exámenes, que a los estudiantes no nos deja disfrutar de la navidad al 100%, pero si lo haces bien, la recompensa llega a finales de mes con el aprobado en todas las asignaturas. Ese mes tuvimos ya el primer capítulo de lo que sería el 2020: una amenaza de guerra entre Estados Unidos y no sé qué país más, pero si está EE.UU., ya asusta.
Febrero fue un soplo de aire fresco, nunca mejor dicho. Llegó el frío y para mi llegaron fines de semana de estar con mi chica, con mis padres y con mis amigos, hasta me fui a Toledo para sacarme el carnet de coche. ¡Qué tortura! Descubrí una nueva ciudad como Granada, que me pareció la mejor ciudad para estar acompañado por ella; Madrid la viví en su mejor momento y en Menorca descubrí nuevos lugares y viejos recuerdos que seguían latentes en mi corazón pese a no vivirlos todos los días. Segundo capítulo de 2020: incendios en Australia, un fenómeno que destrozó la tierra y a todo el mundo. Iba mejorando el año…
Marzo empezó ya a preocuparnos con la escasez de mascarillas y geles hidroalcohólicos, hasta que el 14 de ese mes, Sánchez nos encerró en casa un tiempo indefinido. Sánchez, Merkel, Johnson y casi todos los países del mundo hicieron lo mismo. El problema se veía venir, pero no a ese nivel, por lo que todos los estudiantes nos dejamos casi toda la ropa en nuestras respectivas residencias. Qué suerte tener un hermano que ya utiliza la misma talla que tú para robarle la ropa. A él no le gustó tanto, creo…
Con la cuarentena empezaron las clases online –algunos más, otros menos-, hacer ejercicio como nunca, y cuando digo como nunca es que hacía 5 años que no hacía ejercicio enserio como en ese momento. Empezamos a cocinar, jugar a juegos de mesa, surgió Zoom, y nuestra rendija a la libertad era ir al supermercado a comprar. Repasando el carrete de confinamiento, pasamos de llevar jerséis y sudaderas a ir en manga corta, eso sí, todos los días se salía y se aplaudía a las 20, acompañados de un Resistiré, que se fue haciendo odioso a medida que iban pasando los días.
Los youtubers iban aumentando visualizaciones y adeptos en sus canales y los chefs iban subiendo más fotos a sus stories de platos que cocinábamos. La locura del encierro nos iba pasando, y cuando vimos que podíamos, poco a poco, volver a salir, el poco a poco se convirtió en un “a tope”. Con restricciones, pisábamos otra vez las calles y los bares, con miedo a no saber por dónde ir –por si había cambiado algo-, con miedo a cruzarte con otra persona cerca, con miedo a contagiarnos y tener que encerrarnos otra vez.
En verano se suavizó la curva, y los aviones volvieron a volar. Volví a Madrid y lo primero que hice fue bajarme al sur a ver a Cristina. Conté la historia ya de nuestro reencuentro, pero después de 3 meses y medio sin contacto, ese primer abrazo sabía a gloria, como también supo a gloria el carnet de coche –a la segunda, también hay que decirlo-. Las idas y venidas a Toledo eran más largas que viajar de Barcelona a París, ya que debido a las restricciones me tocó recorrerme la España vacía que defienden algunos, día sí y día también. Dos horas de recorrido de ida por carreteras secundarias que se hacían eternas.
Y para siempre también se hizo el verano contigo, el mejor verano de nuestras vidas, que a su manera será también eterno. Primero en Fuengirola y luego en Menorca, recorriéndonos las playas y bares juntos, sin saber lo que nos esperaría al volver el setiembre. Yo me quedé en Menorca, cambiando drásticamente mi futuro; estudiando Marketing y no diseño y trabajando con mi padre todas las mañanas. Podía parecer una catástrofe, pero doy las gracias al coronavirus por abrirnos los ojos y ver que lo que no funciona, no debe seguir adelante. Terminó el verano y cogía experiencia trabajando. La cuenta del banco, que había caído como las bolsas en el crack del 29, resurgía poco a poco, aunque rápidamente se volvía a ir. Qué lentamente entra el dinero y qué rápido se va. Sólo con un clic.
Celebré mi cumple otra vez con mis padres en casa, como hacía varios años que no pasaba y lo celebré en Granada recorriéndome los bares de tapas y de copas más bonitos y “del rollo”, que tiene la última ciudad de Al-Andalus. La curva de contagios volvía a subir y antes del último confinamiento del año, volví a coger el avión para verla una última vez antes de volver a las pantallas del móvil.
A partir de ese momento, decidí volver a escribir. Volver a sacar las cosas con palabras y no comiéndomelas yo. Con esto os hago partícipes de todos mis sentimientos, buenos y no tan buenos, y de los pensamientos que alguna vez, por mi cabeza, entran y salen. Navidad se acercaba, pero este no ha sido el año que ha traído más ilusión, sino el que nos ha tocado celebrarlo con los nuestros de manera más discreta y cerrada. Al menos, lo celebramos toda la familia por Meet, dándonos los regalos igualmente. Más fríamente, pero con el mismo cariño que todos los años. Y con las mismas copas algunos. Bécquer, poeta andaluz, dijo que volverían las oscuras golondrinas sus nidos a colgar y yo digo que volveremos todos a celebrarlo como antaño lo celebrábamos.
Este año ha sido malo, sí, pero este año nos ha dejado muchas otras cosas. Este año nos ha dejado una Liga del Madrid; la primera final de copa del Rey entre equipos vascos; 3 discos de Bad Bunny para hacer historia; la renovación tecnológica que necesitaba el mundo para estar más en contacto; una guerra en contra del racismo y por los derechos de todo el mundo; murieron Kobe, Maradona, Ennio Morricone, Rosa María Sardà, Pau Donés o Michael Robinson, entre otros; el 2020 nos ha dejado un cambio de presidente en Estados Unidos necesario; una Semana Santa que no se ha podido celebrar en las carreras ni en el Vaticano –pobre Papa-; una mejora del medio ambiente -¿alguien se acuerda de Greta?- y también mis entradas, que eso es mucho. Todo esto, entre muchas otras cosas más en las que podría enrollarme hasta el día 1 de 2021.
El 2021 será otro año. Tal vez no mucho mejor, pero mejor, que ya es mucho. Tiene la misma pinta que el 20, pero cambiándole un número, pero tenemos vacuna y la esperanza es lo último que se pierde. Responsabilidad, amor, y empatía, son las palabras clave que necesitamos para empezar este nuevo año con todas las fuerzas posibles. Nadie dijo que iba a ser fácil, pero juntos lo conseguiremos. Mientras haya salud, todo es posible. Esto es todo amigos, por este año. Nos vemos en el próximo, en uno un poquito mejor. Espero encontraros leyéndome, o al menos, encontraros, que eso significa que estamos vivos. Chin chin.