22 de diciembre de 2020

El Rais. Por rice.

        No, no me he equivocado. No quería escribir País y me he confundido. Es tal cual está escrito: El Rais. Restaurante en Mahón al que tuve la oportunidad de ir el otro día. Al hablar de comida, ya se me hace la boca agua. Recuerdo un amigo mío que quería ser crítico gastronómico, y en chef se ha quedado. Nada malo por los posts de Instagram que veo. Pero ya que él hace la comida, yo me encargo de la crítica.

Celebrábamos muchas cosas; el 26º aniversario de la boda de mis padres –se dice pronto, pero son muchos años-, las notas de mi hermano, un concierto que habíamos hecho juntos que había salido increíblemente bien… Se necesitaba un sitio a la altura de la celebración. Y al puerto que fuimos. Para el que no lo sepa, Mahón tiene el segundo puerto natural más largo de Europa y el tercero del mundo, que, aunque no os sirva para nada, es un dato curioso que puede ser interesante en alguna conversación random. O no. Pero así ya lo sabéis y puedo fardar de puerto, que eso pocas veces se hace. Cogimos el coche, porque aquí, para ir a un sitio que está a 5 minutos en coche, se coge. Y ya está. No hay otras opciones.

Nos habían hablado muy bien de un restaurante que era del mismo dueño que tenía otro restaurante en el centro; Ses Forquilles. Los tenedores, para quien no lo entienda. Vaya nombre eh. Pues la comida era igual de especial que el nombre. La diferencia con este era que el del puerto se especializaba más en el arroz, en el arte del grano. Que no del gramo, que ya os veo venir. Blanco, largo, redondo, basmati, bomba… Hay muchos tipos distintos, y en el Rais, los podías probar casi todos. Rais, imagino que de Rice. Si es así, el que pensó el nombre no fue muy original, pero bueno, de alguien que ha pensado Ses Forquilles, qué podemos esperar. También hay que decir que me costó pillarlo. Aquí uno que es un poco lento.

Con vistas al puerto y una decoración bastante moderna, el ambiente era muy agradable. La calma del mar y la música se unían en una sinergia perfecta que hacía de la comida, un atributo más a la esencia “Made in Menorca”. Fuimos pidiendo y los platos fueron llegando. Sabías que era un restaurante bueno por sus cubiertos y la forma en la que estaban colocados, con total precisión y delicadeza.

Pan de cristal con tomate y aceite –muy diferente al pan de cristal del 100 montaditos, ya sabéis cuál digo… espera, no se parece en nada a ese. No sé por qué será-, croquetón de pollo rebozado, cuyo crujiente no nos va a quedar así en la vida, por mucho que Arguiñano diga en el Hormiguero que cualquiera puede “cocinar”. Este Arguiñano se ha vuelto un poco Ratatouille este 2020. El siguiente entrante fueron unas papas arrozadas a la brasa, lo cual sobraba un poco, con salsa picante, para terminar con unos calamares bravos; bravos por ser menorquines y por sus salsas, que te dejaban la boca ardiendo.

Cuando terminamos los entrantes llegó la hora de los dos principales, que como no podía ser de otra manera, fueron dos arroces: uno cremoso con setas y otro negro, para abarcar una gran diversidad. El primero fue otro rollo. De verdad. Qué arroz más rico, más meloso… El sueño de todo cocinero es saber clavar el arroz y ese estaba más que clavado. Tanto, que se deshacía en tu boca al momento, mientras que el arroz negro era más normalito. No destacaba, pero tampoco hacía un feo a la comida. Para nosotros, el error fue el tipo de arroz, pero para unos incultos sobre comida, el arroz era como al electricista la vacuna del Covid, que sabe de qué le hablan, pero ni idea de cómo se pone.

Para terminar, tres probamos el helado artesanal, que estuvo rico, pero no sobresaliente. No repetiríamos, mientras que mi madre probó la tarta de manzana. Eso sí que fue digno de mención en este blog; el hojaldre estaba en ese punto en que es crujiente y a la vez al morderlo se deshace, que junto al caramelo y a la manzana bien hecha hacía del postre una verdadera obra de arte de la repostería. Samantha estaría orgullosa.

Para ser la primera vez que íbamos, yo le doy un 9 de 10. Riquísimo, pero nos faltó algo para ser perfecto. Ay ese arroz negro… si no fuera por él, tendría el 10 seguramente. Es verdad que no somos de ir a estos restaurantes, pero también es cierto que si adónde vas está rico y te gusta, ¿para qué cambiar? El hombre es un animal de costumbres. Ahí se terminó nuestra experiencia en el Rais, y aquí termina mi experiencia como crítico gastronómico. No creo que me gane un sueldo de esto, la verdad, pero para hacerlo alguna vez no está mal. El hombre es un animal social, como decía Aristóteles, y un animal de costumbres, como ya hemos dicho. El hombre o al menos yo. Y como somos seres de costumbres, espero que leer mi artículo ya sea costumbre en vuestras vidas. Os espero en el próximo. Un beso y feliz navidad. Cuidaros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario