11 de febrero de 2021

Sorrento alla volta di l'esquina

Feliz año a todos! Ay no, que estamos ya en febrero. Hacía tanto tiempo que no escribía por aquí, que no sé ni donde me encuentro. Después de unos días de descanso, merecido, volvemos con más fuerza que nunca.

        No. Si por el título os estabais preguntando si sé italiano, la respuesta es no. Creo que queda bastante claro. Aunque parezca que sé un poco, eso es darle un poco de entonación y gesto de italiano enfadado con los dedos, y ya está. No es mucho más difícil. Será que, al hablar catalán, nuestra forma de decir las cosas se parece un poco por la entonación, pero el gallego también y nadie confunde a uno de La Coruña con uno de Milano. A mí, en Madrid hubo mucha gente que me confundió con un norteño, y nunca entendía por qué. Más tarde, sin querer, me di cuenta de la cancioncilla que me salía de vez en cuando, y a partir de ahí ya quedé como un galleguiño más. Mi intención era que no se notara mi acento catalán, no que me llamaran Aleixo. No lo llegué a conseguir al 100%.

Bueno, volviendo a nuestra querida Italia. Italia es uno de los países más antiguos de Europa. Italia es el país de la pasta, de la pizza, del amor, de los monumentos antiguos, de las calles con plantas por todos lados, de la costa de Amalfi, de los canales de Venecia, de los arcos de Bolonia o de la fiesta de Milán. Italia es muchas cosas, pero Italia también fue el primer país donde yo fui, fuera de España. Qué emocionado estaba con 9 años. Me preparé el viaje como si fuera a ser el guía turístico de 30 personas, y ya ves tú, iba con mis padres y no iba a poder explicar nada a nadie. Básicamente porque no sabía nada, pero me encantaba mirar las guías de viaje, las cosas que explicaba y ver las fotos de los sitios más emblemáticos de la ciudad. Pero diréis, ¿por qué nos hablas de Italia si no has vuelto desde 2009? Ea, tenéis razón. Todo esto ha venido a que, este verano volví a estar cerca de Italia. Y no fue viajando a Francia que está cerca, o Austria, no. Fue en Fuengirola. Málaga, sí.

        Fuengirola, aparte de sus playas kilométricas y sus guiris en las terrazas noche sí, noche también, tiene un bar que bien podría tener una estrella Michelín (o dos): el Sorrento. Imagino que nadie que lea esto será de la ciudad malagueña, pero si os habéis pasado, podréis corroborar que es increíble. En un sitio como ese, cualquiera pensaría que se trata de un chiringuito al lado de la playa, con sus hamacas y pescaito frito, pero nada más lejos. Y tan lejos. 20 minutos teníamos que andar para llegar al mar, y eso en verano se nota. Lo notábamos cada vez que subíamos de la playa por la tarde hacia el piso y pasábamos por delante.

Estuve dos semanas, y nos pasamos por ahí con Cristina, unas 5 veces. Y no sé si me quedo corto. A nosotros dos hay una cosa que nos pierde, que creo que ya lo he dicho alguna vez; las patatas fritas. Sí. Lo siento, pero es así. Las bravas, nuestra perdición. Con salsa, otra locura. Ella siempre me había hablado de las patatas del Sorrento, pero no fue hasta que fuimos la primera noche a probarlo, cuando le tuve que dar la razón. 

        Dos cervezas nos abrían el apetito. Galicia y Alhambra. Cualquier español de bien, sabe que estas dos son las mejores. Ni Cruzcampo, ni Mahou, ni Amstel, ni Heineken… La gallega y la granadina, irremplazables. Y quien lo quiera rebatir, no vamos a llegar a estar de acuerdo, así que se podría ir del blog (pero espero que no os vayáis). Una vez empezadas las cervezas, pedimos la especialidad de la casa, patatas al ajo y parmesano, con salsa de yogur. El crujiente era perfecto, y las especias se lo daban todo. Hasta ese momento, pocas patatas habían superado eso, pero unos días más tarde volvimos para celebrar nuestro aniversario, y probamos las batatas fritas con una salsa rollo mayonesa, ranchera… era suave y le daba un puntillo, pero no llegaban a la calidad del primer día. El primer día fue un gran descubrimiento. Tal fue nuestra devoción hacia el Sorrento, que preparábamos la cena en casa y me tocaba bajar a buscar las patatas. Suerte que estaba a 5 minutos, porque el calor a las 21 de la noche hacía que andar 5 minutos fuera como correr 40. Demasiado. Y ella no se iba a mover, pobrecita. La entiendo. Encima, yo tenía que quedar bien, así que iba yo y ya volvía y me duchaba.

Aparte de las patatas, tenían unas pizzas y ensaladas, que, de verdad, os recomiendo. No sé si seréis mucho de ir por Fuengirola o no, pero si vais, apuntároslo. Es lo más cerca que estuve de Italia, y en este momento que vivimos, tiene pinta de que va a tener que pasar más tiempo para volver alla nostra città. Oh Sorrento, che città. Non sarai la più bella, mai sarai la più specialle. Volveremos, a Sorrento y a su bar tocayo. Espero que pronto. Como veis, el italiano no es lo mío. Lo que sí es lo mío es intentaros explicar un poco, con palabras, el sentimiento de comer esas patatas, o lo mortal que era volver de la playa andando. De verdad. No os hacéis una idea. En ese rato, te daba tiempo a todo, hasta a leeros un artículo mío. Os lo recomiendo. Muchas gracias.

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