21 de julio de 2021

Fuengirola 21. Año 2.

Volaré, oh-oh
Cantaré, oh-oh-oh-oh
Nel blu dipinto di blu
Felice di stare lassù”

Así nos levantamos hoy. Y así llevamos levantándonos unos días aquí en Málaga. Esa canción que veis escrita no es nuestro tono de alarma, pero como si lo fuera. Las sensaciones que me transmite, a pesar de ser una de las canciones que más llegué a odiar un día en un avión, son parecidas a las que siento yo al correr las cortinas del cuarto y ver esa playa a 10 metros. Alegría. Emoción. Paz. Y también, felicidad.

 

Hoy ha sonado la alarma 6 veces. 6 veces que el iPhone nos ha recordado de mala manera que era hora de levantarnos. Yo estaba despierto desde la primera; es lo que tiene la costumbre (han sido días duros en el trabajo). A Cristina le ha costado un poco más; ha terminado hace poco los exámenes y aún lleva la resaca de necesitar dormir 10 horas al día. Siempre me ha tocado a mí apagar la alarma: no lo veo justo. La verdad. 

 

Como he dicho, tenemos la playa a 10 metros. Este año sí. No sabéis el gusto que da abrir la ventana y encontrarte semejante paisaje justo delante de tus ojos. Detrás de mi chica, la playa de Torreblanca que, aunque no sea de las mejores de España, es una playa en la que siempre sabría qué fotos sacar. Tal vez la arena no será blanca, ni el mar cristalino, ni será virgen como Macarelleta, pero el encanto de los apartamentos justo detrás y la niebla que predomina cada mañana, son el encuadre perfecto para una foto con mi analógica. 

 

Poco a poco hacíamos el café, preparábamos las tostadas y sacábamos la fruta y las galletas a la terraza. También sacaba mis donuts, que por muy healthy que intente comer todo el año, siempre me permito mis caprichos -y el donut me pierde-. Puedo decir que pocas veces he desayunado con esas vistas, y pasaban los días y seguían asombrándome como si fuera el primero. Ese mar bravo que escuchábamos por la noche, ondeándose como si se quisiera unir a la fiesta de las discotecas costeras, mostraba una resaca como la nuestra por la mañana. Hubo días que el mar, a las diez, seguía de after. Aguantaba como nosotros ya no lo hacíamos. Ya tenemos una edad. Había tales olas que surferos y amantes del mar salieron a disfrutar del momento con sus tablas mientras los más cobardes nos encontrábamos en la orilla tomando el sol que inundaba cada rincón de la calle. De verdad que no había una triste sombra.

 

El año pasado os comenté qué me parecieron las playas de Fuengirola. Este año no os puedo decir mucho más nuevo; tampoco han cambiado demasiado. Sigue habiendo la misma arena, las mismas tumbonas, el mismo tipo de turistas, y nosotros. Solo os podría decir que el agua estaba más fría y con más algas, algo que nos echó para atrás más de una vez al querer meternos (siempre he dicho que la piscina mola mucho más). 

 

La sombrilla, en ese caso, es y será siempre nuestro mejor aliado. Clavada en la arena ya fueran las 12, las 15 o las 19. No había momento que estuviéramos en la playa en el que no estuviera abierta porque, aunque queríamos ponernos negros, la sombra en la cabeza era algo necesario para alejar de nosotros posibles insolaciones -requisitos de la dueña. Si tenéis alguna queja, ya sabéis adonde ir-. El agua, aceites y cremas y unas chuches solían rellenar la bolsa de la playa. 

 

A la hora de comer siempre teníamos el mismo debate: ¿dónde comemos? Os parecerá una tontería, pero para nosotros es una cuestión de vida o muerte de la que depende el futuro de nuestra relación. Aunque es verdad que no podríamos ser más iguales con ese tema. Nos gusta comer, y nos gusta comer bien. Tener el apartamento al lado de la playa ha ayudado a que hayamos comido más en casa, pero ir a un chiringuito, con su espetito, su pescaíto frito, su cerveza, el mar al lado, la terracita… ¡no tiene precio! Bajo mi punto de vista, es un “must” para la gente que baje al sur en verano. No sabéis lo que disfruto yo en un buen chiringuito. Me pasaría el día ahí, y si mi novia tiene una ducha al lado para refrescarse, ella también. 

 

Hablando de mi novia, no sabéis lo guapa que se pone por la noche cuando vamos a cenar por ahí. Es otra cosa que no me importaría ver todo el día. Para ducharse está un buen rato (más aún si le toca lavarse el pelo), pero luego, al verla salir por la puerta con alguno de sus vestidos y tacones, oliendo a su colonia y con el pelo liso y rubio, vale la pena estar solo en el salón esperando media hora larga. Yo me muero de calor, pero esa sonrisa no me la quita nadie. 

 

Veréis que esta entrada seguramente no tenga ni pies ni cabeza. Lo sé, soy consciente. Hablo de playas, de comida, de mi novia, del apartamento… Parece que estamos en la última jornada de Liga en el Canal Multideporte. Este desorden ordenado es parte de mi proceso de escribir lo que me salga de allí en el que me embarqué leyendo ese libro que os comenté hace un par de entradas. Ahora estoy a punto de llegar a las 3 páginas. Lo único que os voy a añadir es que uno de estos próximos días os voy a volver a escribir, pero esta vez, de uno de nuestros chiringuitos favoritos de la zona, por si un día os queréis pasar por allí. Yo os lo recomiendo. Como también os recomiendo, siempre, una vez más, que os leáis el blog. Muchas gracias, y disfrutad del verano. Con precaución, siempre.

5 de julio de 2021

Invitación a una entrada. El mundo de la videollamada.

Un día más, entras al correo y pulsas en el link “Invitación a Google Meet”. 
 De momento solo estás tú y un par de compañeros más. Desactivas el micro y la cámara y te pones cómodo. ¿Para qué vas a ser el único que entre con cámara con tan poca gente? Poco a poco se van añadiendo más. Clase online de Comportamiento de los agregados económicos. O reunión de trabajo en casa. Empieza la videoconferencia, y de los 60 minutos que dura, tal vez solo escuchas lo que dicen durante 20. Es un tercio del tiempo, pero en ese contexto se vuelve complicado mantener la atención más rato.
 
Juan González se ha unido a la videollamada. Es algo a lo que nos hemos acostumbrado. Algo que tiene pinta que va a quedarse entre nosotros mucho tiempo. Algo que no gustará a todo el mundo, pero que, en definitiva, no vamos a cambiar. O al menos, ya es tarde para cambiarlo. Las tecnologías han crecido mucho en los últimos 25 años, y como gran muestra de ello tendríamos la aparición de Google y todos sus servicios, Apple y sus dispositivos rompedores o Amazon y su capacidad de gestionar pedidos alrededor del mundo. Concretamente ha sido Google la que más ha aportado a que la sociedad pueda cambiar de mentalidad; todas las facilidades que ofrece hacen que nos acostumbremos a la inmediatez, a tener todo lo que deseamos en un clic, y más en una situación como la que estamos viviendo a día de hoy.
 
“¡Chicos, si podéis activar la cámara os lo agradeceré!”. Me acuerdo perfectamente del día que cancelaron las clases en Madrid. Estaba en la residencia y mis compañeros celebraban que esa agonía a la que se enfrentaban cada día se hubiera terminado durante dos semanas. Eran dos semanas de vacaciones y después volveríamos a clase - ¡qué ingenuos! -. Lo que no esperábamos es que, durante más de un año, estas clases no volverían a la normalidad a la que estábamos acostumbrados. Cada universidad adoptó una política distinta, y así como hubo algunos que mantenían sus clases diarias de 9 a 13 de la mañana, otros tuvieron unas 10 clases en 3 meses. Eso sí, las prácticas y exámenes se mantuvieron. Ahí me acordé de Dumbledore, director que suspendió durante varios cursos los exámenes debido a los sucesos que habían acontecido ese año. Casi como aquí, cuando en enero, en plena tercera ola, aún debatíamos si se tenían que hacer presenciales. Como siempre digo: hay clases y clases. ¡Malditos muggles!
 
Raúl Vilas ha abandonado la reunión. (Qué cachondo el Raúl, saltándose la clase). En los trabajos pasó algo parecido: quien no se fue a un ERTE (que desgraciadamente fueron muchos), terminó trabajando desde casa, menos mi padre y los esenciales, que siguieron manteniendo al país, como nos recordaba él cada día. 
 
“¡Gabriel, apaga el micro porfa!”. Un año después, podemos valorar qué tal ha ido el teletrabajo (desde casa o donde sea), y si de verdad nos aporta tantos beneficios como se cree. Hemos dejado un año para valorarlo bien, porque al principio todo el mundo se vio envuelto en un caos burocrático y logístico del que era complicado salir. El resumen de las opiniones que pude recoger era unánime. Al principio el telecole y teletrabajo era hasta guay: uno se sentía relajado, se podía levantar casi a la hora de la clase porque si no tenía que poner la cámara, podía hacerla con el pijama, tenías más tiempo libre…pero luego se vio realmente lo que provocaba ese teletrabajo. Menos confianza con los profesores, dificultad para seguir la hora entera y reuniones infumables, poca socialización que hace que uno se aburra. Lo complicado luego también era desconectar. Uno se conectaba al ordenador, y cuando en una jornada normal habría hecho de 8 a 14, durante el tiempo de confinamiento iba conectándose por la tarde ya que no había nada más que hacer.  Yo fui el primero que tal vez me pasaba horas con trabajos de la universidad, mi madre contestando correos del colegio, o amigos realizando tareas de su trabajo hasta las tantas. Uno tenía que saber poner un freno, y eso era un poco complicado. 
 
“Estamos a punto de terminar, chicos” Gabriel Pérez ha abandonado la reunión (no le ha sentado bien lo del micro). Hoy en día, el contexto ha cambiado. El telecole no es tan común antes, ni hay tantos teletrabajadores en casa. Ahora podemos observar los beneficios de hacer las cosas online, disfrutando a la vez de lo presencial. Porque los humanos necesitamos sentirnos cerca, necesitamos hablar con alguien sin una pantalla de por medio, necesitamos la rutina de ir a trabajar, el rato de coche o andar para llegar al colegio, poder preguntar una duda a un profesor y que nos la resuelva en el acto, tener suficiente tiempo para dedicarlo a otras cosas que nos apetezcan…pero también debemos poder recurrir a unas videollamadas si no podemos estar en el mismo sitio que la gente con la que nos reunimos, no estar obligados a juntarnos en un mismo sitio para un trabajo o una reunión y poder realizarlo desde nuestra casa. Las tecnologías están para ayudarnos. Han ido llegando para quedarse, y el uso que hagamos de ellas depende de nosotros. 
 
Todo el mundo ha abandonado la reunión y tú te has quedado ahí. Empanado. Estabas tomándote un café y leyendo mi entrada y no prestabas atención. ¡De verdad, a mi me daría vergüenza terminar así! Espero que la profesora no se haya enterado. Eso sí, si estabas leyendo mi entrada, puedes hacerlo mil y una veces más.