Así nos levantamos hoy. Y así llevamos levantándonos unos días aquí en Málaga. Esa canción que veis escrita no es nuestro tono de alarma, pero como si lo fuera. Las sensaciones que me transmite, a pesar de ser una de las canciones que más llegué a odiar un día en un avión, son parecidas a las que siento yo al correr las cortinas del cuarto y ver esa playa a 10 metros. Alegría. Emoción. Paz. Y también, felicidad.
Hoy ha sonado la alarma 6 veces. 6 veces que el iPhone nos ha recordado de mala manera que era hora de levantarnos. Yo estaba despierto desde la primera; es lo que tiene la costumbre (han sido días duros en el trabajo). A Cristina le ha costado un poco más; ha terminado hace poco los exámenes y aún lleva la resaca de necesitar dormir 10 horas al día. Siempre me ha tocado a mí apagar la alarma: no lo veo justo. La verdad.
Como he dicho, tenemos la playa a 10 metros. Este año sí. No sabéis el gusto que da abrir la ventana y encontrarte semejante paisaje justo delante de tus ojos. Detrás de mi chica, la playa de Torreblanca que, aunque no sea de las mejores de España, es una playa en la que siempre sabría qué fotos sacar. Tal vez la arena no será blanca, ni el mar cristalino, ni será virgen como Macarelleta, pero el encanto de los apartamentos justo detrás y la niebla que predomina cada mañana, son el encuadre perfecto para una foto con mi analógica.
Poco a poco hacíamos el café, preparábamos las tostadas y sacábamos la fruta y las galletas a la terraza. También sacaba mis donuts, que por muy healthy que intente comer todo el año, siempre me permito mis caprichos -y el donut me pierde-. Puedo decir que pocas veces he desayunado con esas vistas, y pasaban los días y seguían asombrándome como si fuera el primero. Ese mar bravo que escuchábamos por la noche, ondeándose como si se quisiera unir a la fiesta de las discotecas costeras, mostraba una resaca como la nuestra por la mañana. Hubo días que el mar, a las diez, seguía de after. Aguantaba como nosotros ya no lo hacíamos. Ya tenemos una edad. Había tales olas que surferos y amantes del mar salieron a disfrutar del momento con sus tablas mientras los más cobardes nos encontrábamos en la orilla tomando el sol que inundaba cada rincón de la calle. De verdad que no había una triste sombra.
El año pasado os comenté qué me parecieron las playas de Fuengirola. Este año no os puedo decir mucho más nuevo; tampoco han cambiado demasiado. Sigue habiendo la misma arena, las mismas tumbonas, el mismo tipo de turistas, y nosotros. Solo os podría decir que el agua estaba más fría y con más algas, algo que nos echó para atrás más de una vez al querer meternos (siempre he dicho que la piscina mola mucho más).
La sombrilla, en ese caso, es y será siempre nuestro mejor aliado. Clavada en la arena ya fueran las 12, las 15 o las 19. No había momento que estuviéramos en la playa en el que no estuviera abierta porque, aunque queríamos ponernos negros, la sombra en la cabeza era algo necesario para alejar de nosotros posibles insolaciones -requisitos de la dueña. Si tenéis alguna queja, ya sabéis adonde ir-. El agua, aceites y cremas y unas chuches solían rellenar la bolsa de la playa.
A la hora de comer siempre teníamos el mismo debate: ¿dónde comemos? Os parecerá una tontería, pero para nosotros es una cuestión de vida o muerte de la que depende el futuro de nuestra relación. Aunque es verdad que no podríamos ser más iguales con ese tema. Nos gusta comer, y nos gusta comer bien. Tener el apartamento al lado de la playa ha ayudado a que hayamos comido más en casa, pero ir a un chiringuito, con su espetito, su pescaíto frito, su cerveza, el mar al lado, la terracita… ¡no tiene precio! Bajo mi punto de vista, es un “must” para la gente que baje al sur en verano. No sabéis lo que disfruto yo en un buen chiringuito. Me pasaría el día ahí, y si mi novia tiene una ducha al lado para refrescarse, ella también.
Hablando de mi novia, no sabéis lo guapa que se pone por la noche cuando vamos a cenar por ahí. Es otra cosa que no me importaría ver todo el día. Para ducharse está un buen rato (más aún si le toca lavarse el pelo), pero luego, al verla salir por la puerta con alguno de sus vestidos y tacones, oliendo a su colonia y con el pelo liso y rubio, vale la pena estar solo en el salón esperando media hora larga. Yo me muero de calor, pero esa sonrisa no me la quita nadie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario