5 de julio de 2021

Invitación a una entrada. El mundo de la videollamada.

Un día más, entras al correo y pulsas en el link “Invitación a Google Meet”. 
 De momento solo estás tú y un par de compañeros más. Desactivas el micro y la cámara y te pones cómodo. ¿Para qué vas a ser el único que entre con cámara con tan poca gente? Poco a poco se van añadiendo más. Clase online de Comportamiento de los agregados económicos. O reunión de trabajo en casa. Empieza la videoconferencia, y de los 60 minutos que dura, tal vez solo escuchas lo que dicen durante 20. Es un tercio del tiempo, pero en ese contexto se vuelve complicado mantener la atención más rato.
 
Juan González se ha unido a la videollamada. Es algo a lo que nos hemos acostumbrado. Algo que tiene pinta que va a quedarse entre nosotros mucho tiempo. Algo que no gustará a todo el mundo, pero que, en definitiva, no vamos a cambiar. O al menos, ya es tarde para cambiarlo. Las tecnologías han crecido mucho en los últimos 25 años, y como gran muestra de ello tendríamos la aparición de Google y todos sus servicios, Apple y sus dispositivos rompedores o Amazon y su capacidad de gestionar pedidos alrededor del mundo. Concretamente ha sido Google la que más ha aportado a que la sociedad pueda cambiar de mentalidad; todas las facilidades que ofrece hacen que nos acostumbremos a la inmediatez, a tener todo lo que deseamos en un clic, y más en una situación como la que estamos viviendo a día de hoy.
 
“¡Chicos, si podéis activar la cámara os lo agradeceré!”. Me acuerdo perfectamente del día que cancelaron las clases en Madrid. Estaba en la residencia y mis compañeros celebraban que esa agonía a la que se enfrentaban cada día se hubiera terminado durante dos semanas. Eran dos semanas de vacaciones y después volveríamos a clase - ¡qué ingenuos! -. Lo que no esperábamos es que, durante más de un año, estas clases no volverían a la normalidad a la que estábamos acostumbrados. Cada universidad adoptó una política distinta, y así como hubo algunos que mantenían sus clases diarias de 9 a 13 de la mañana, otros tuvieron unas 10 clases en 3 meses. Eso sí, las prácticas y exámenes se mantuvieron. Ahí me acordé de Dumbledore, director que suspendió durante varios cursos los exámenes debido a los sucesos que habían acontecido ese año. Casi como aquí, cuando en enero, en plena tercera ola, aún debatíamos si se tenían que hacer presenciales. Como siempre digo: hay clases y clases. ¡Malditos muggles!
 
Raúl Vilas ha abandonado la reunión. (Qué cachondo el Raúl, saltándose la clase). En los trabajos pasó algo parecido: quien no se fue a un ERTE (que desgraciadamente fueron muchos), terminó trabajando desde casa, menos mi padre y los esenciales, que siguieron manteniendo al país, como nos recordaba él cada día. 
 
“¡Gabriel, apaga el micro porfa!”. Un año después, podemos valorar qué tal ha ido el teletrabajo (desde casa o donde sea), y si de verdad nos aporta tantos beneficios como se cree. Hemos dejado un año para valorarlo bien, porque al principio todo el mundo se vio envuelto en un caos burocrático y logístico del que era complicado salir. El resumen de las opiniones que pude recoger era unánime. Al principio el telecole y teletrabajo era hasta guay: uno se sentía relajado, se podía levantar casi a la hora de la clase porque si no tenía que poner la cámara, podía hacerla con el pijama, tenías más tiempo libre…pero luego se vio realmente lo que provocaba ese teletrabajo. Menos confianza con los profesores, dificultad para seguir la hora entera y reuniones infumables, poca socialización que hace que uno se aburra. Lo complicado luego también era desconectar. Uno se conectaba al ordenador, y cuando en una jornada normal habría hecho de 8 a 14, durante el tiempo de confinamiento iba conectándose por la tarde ya que no había nada más que hacer.  Yo fui el primero que tal vez me pasaba horas con trabajos de la universidad, mi madre contestando correos del colegio, o amigos realizando tareas de su trabajo hasta las tantas. Uno tenía que saber poner un freno, y eso era un poco complicado. 
 
“Estamos a punto de terminar, chicos” Gabriel Pérez ha abandonado la reunión (no le ha sentado bien lo del micro). Hoy en día, el contexto ha cambiado. El telecole no es tan común antes, ni hay tantos teletrabajadores en casa. Ahora podemos observar los beneficios de hacer las cosas online, disfrutando a la vez de lo presencial. Porque los humanos necesitamos sentirnos cerca, necesitamos hablar con alguien sin una pantalla de por medio, necesitamos la rutina de ir a trabajar, el rato de coche o andar para llegar al colegio, poder preguntar una duda a un profesor y que nos la resuelva en el acto, tener suficiente tiempo para dedicarlo a otras cosas que nos apetezcan…pero también debemos poder recurrir a unas videollamadas si no podemos estar en el mismo sitio que la gente con la que nos reunimos, no estar obligados a juntarnos en un mismo sitio para un trabajo o una reunión y poder realizarlo desde nuestra casa. Las tecnologías están para ayudarnos. Han ido llegando para quedarse, y el uso que hagamos de ellas depende de nosotros. 
 
Todo el mundo ha abandonado la reunión y tú te has quedado ahí. Empanado. Estabas tomándote un café y leyendo mi entrada y no prestabas atención. ¡De verdad, a mi me daría vergüenza terminar así! Espero que la profesora no se haya enterado. Eso sí, si estabas leyendo mi entrada, puedes hacerlo mil y una veces más.  

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