30 de noviembre de 2021

Regreso al pasado

Como os he dicho alguna que otra vez, me gusta escribir. Evidentemente, sino no estaría escribiendo este blog (vaya absurdidad). La verdad es que hace muchos años que me gusta, y el otro día recordé una historia que empecé a escribir hace 4 o 5 años, la encontré y pensé: estos fueron mis inicios, tengo que subirlos al blog algún día. Tal vez no tiene mucho que ver con otras entradas, pero, ¿cuál sí tiene relación? Ea, ninguna. Nos vamos entendiendo poco a poco chicos. Y hoy ha llegado el momento, entre una entrada de vinilos y una próxima qui arrive de Paris dans les prochaines jours, os meto un trocito para que lo leáis y digáis: vaya tío más tonto. De verdad, tened en cuenta que es de hace 4 años, ¿vale?


Un timbre. Ese timbre. El timbre que habíamos deseado durante muchos meses había sonado a gloria dentro de tu inocente mente. Había empezado un periodo de descanso. El verano, un verano en el que pasarían muchas cosas de las que no tenías ni idea en ese momento. ¿Un sentimiento tal vez? Si no sabías que era eso, por mucho que creyeras que sí. Creías que sabías el significado de palabras como amor, simpatía, añoranza… pero solo tenías 16 años. 


Tenías muchos amigos y todos gracias a la música. Una palabra que había conseguido que conocieras personas que eran capaces de sacarte una sonrisa de donde antes había lágrimas, una sonrisa sin contarte un chiste, solo con su presencia, o cosas que solo esas personas entenderíais. ¿Puede ser amor esto? Amor. Aquí ya te metías en terreno peligroso… Qué sentimiento más contradictorio a veces. Un día lo puedes sentir y abrazar con todas tus fuerzas y al día siguiente decirle adiós sin saber ni cómo ni porqué. No avisa. Él llega, un día, no sabes cuál. No te envía un mensaje tampoco, aunque quieres pensar que no tiene tu número guardado. Polvo sería la palabra adecuada para describirlo, por muchas cosas que hayan hablado mil filósofos sin encontrar una concreta descripción. 


Habías terminado 4º de la ESO y seguías pensando que había pasado demasiado poco tiempo para estar allí ya. No estabas preparado. Posiblemente no, o tal vez sí, pero no lo sabrías nunca tampoco. En dos años te jugabas un futuro, pero estresarse en ese momento, momento de vacaciones, que justo acababan de empezar, no era buena idea. Aunque esos últimos meses, unos meses en los que estudiar había sido única y fundamentalmente la cosa que habías hecho, habías pensado. Y mucho. Además, dentro de tu habitación, esa que en unos dos años visitarías solo pagando un billete tres o cuatro veces al año, el pensamiento aumentaba en un dos cientos por cien. Debías elegir muchas cosas y de todas, la decisión correcta, era muy difícil de encontrar. ¿Ingeniero informático, diseñador o arquitecto? ¿seguías con la música o la dejabas? ¿Barcelona, Madrid o Santiago? ¿Empezabas a trabajar? Qué respuesta podías dar a todas esas preguntas tan repetidas dentro de tu mente. Ni idea. Lo único que esperabas era en dos años, poder escoger bien. 


Retrocediendo un par de párrafos, ¿quién no se ha hecho propósitos cuando empieza el año? Todo el mundo. Los primeros días los cumples, porque los primeros días se cumplen. Y lo hace todo el mundo. Pero luego se complica. ¿Por qué? Como muchas cosas en esta vida, más vale no pensarlas. Te quitas un problema de encima. Puedes vivir con problemas, sí. También puedes vivir sin ellos, y muy probablemente, mejor. Así sigues con tu vida y con tu rutina, tu querida. Ese es el único amor que no te suelta. A los 67 o 69, aún te acompaña, o tal vez no, quién sabe. No se pone un perfume caro, ni se viste de gala los domingos, y tampoco utiliza sus fines de semana para comprar por Gran Vía. No hace ruido. Te acompaña de la mano toda la vida y no te das cuenta. Por una vez que hay amor… Realmente, si lo piensas bien, ¿por qué no consigues cumplir los propósitos? Tan difícil no tendría que ser. Sería como mantener una relación con ellos, e intentar mantenerla siempre, pero por alguna razón desconocida es como si se te olvidara y sale de tu mente por la puerta de atrás. Se esfuma, y una vez que no está, no intentes buscarla porque no va aparecer.


¿Era tan fácil olvidarse de todo en nada? Treinta minutos habían pasado y ya no sabías en qué día te encontrabas ni qué hora era. Lo que tienen las vacaciones.


Así empezaba mi corta historia junto a un teclado. Es solo la primera página de lo que escribí, pero en ese momento me sentía feliz y orgulloso. Ahora lo leo, y la verdad que a mi gusto no está tan mal… Ese rollito de la segunda persona siempre me ha gustado. Es gracioso porque eso es culpa de un antiguo profesor de castellano que tuve, y me lo pegó. ¡Era tan bueno! Desde ese momento hasta ahora he escrito mucho más, y ahora sí estoy con una historia de verdad que ojalá algún día podáis leer. Como dije, los sueños, sueños son. Pero de ilusión también se vive, así que por eso estamos aquí escribiendo un blog, y no en una oficina repartiendo cafés, sin desmerecerlo, vamos. Por algo se empieza siempre (trabajo sea). 


Lo único que espero es que esos que tenéis sueños, no dejéis que se conviertan en rutina y se vayan por la puerta de atrás. Los sueños, si se tienen que ir, que se vayan por la puerta grande y con vosotros encima de sus hombros.  Y si pueden ser despedidos con banda de música, mejor, que así tal vez incluso cobramos algo. Pero mejor si los cogéis y hacéis de vuestros sueños vuestra vida. Dentro de muchos años podréis decir: dios, ¿no podemos repetir esto otra vez? La respuesta seguirá siendo no, pero vosotros seréis más felices. También, lo que espero es que dejéis vuestro like, os suscribáis a este canal… es broma, me basta que me leáis, y si os gusta, me escribís y estaré feliz. 


Gracias a todos.

 

18 de noviembre de 2021

Larga vida a los vinilos

Alerta Spoiler. Estoy leyendo la entrada y no le veo pies ni cabeza, pero bueno, algo es algo. Llevo varios días pensando en cómo encararla porque parece que la inspiración se me hubiera ido. Me está costando lo suyo, y mira que no es difícil. No es un ensayo sobre la creación del mundo, ni una disertación sobre cómo afecta la política económica que está llevando a cabo Arabia Saudita sobre el resto de países asiáticos. No es nada de todo esto, tranquilos. Allá vamos.

CARA A. Llevo varios años con un tocadiscos. Desde hace años tenía el sueño de poder tener uno para poder escuchar discos típicos que escucharía un friki de los vinilos: jazz, zarzuelas de mi abuela y rock español de los 80-90 (y anterior). En mi futura casa ideal, siempre había tenido muy claro que no podía faltar un tocadiscos,  y aunque aún no tengo mi futura casa ideal, y mi presente casa ideal es la de mis padres, donde no puedo meter cosas ilimitadas, el tocadiscos ya está ahí, en la salita de estar. Es el segundo que tenemos, pero ahora al menos, funciona. La primera experiencia no fue del todo buena, ya que era uno tan sencillo que los discos se paraban, pero este funciona increíblemente bien. Y menos mal.


El otro día hablaba con una amiga y me decía que en su casa tiene unos 200 discos. Evidentemente, mi reacción fue fliparlo mucho. Yo tengo 50, creo, y de momento voy que chuto. En ampliar mi colección tengo que dar las gracias a mis padres, que me han comprado discos y se encargaron de pedir a la familia si tenían algunos de hace años, a mi hermano, que me ha regalado varios, y a Cris, que tuvo el detalle de regalarme uno de los más especiales. 


CARA B. No sabéis el gusto que da escuchar ese sonido crepitante de la aguja clavándose en el disco. Por muy buenos que sean unos cascos, el sonido de Spotify no se equiparará nunca con el del vinilo. Es el sonido puro, y aunque no os voy a dar los detalles (por algo existe Google) técnicos de por qué es así, está muy guay ver como con los años nos hemos ido modernizando, y tal vez, perdiendo la esencia, que no calidad. Pero eso pasa con todo eh, menos con los vinos y el queso… Lo que hacía Braun hace más de 50 años seguramente tuviera más calidad que ahora, pero si ahora nos tuviésemos que afeitar con eso, no solo nos quitaría los pelos, sino que tal vez caería hasta la piel.


Los vinilos, pues, son más como el queso. Pueden pasar años, que aunque existan los CDs, MP3s u otros canales de reproducción, nunca nada se escuchará con la magia que tienen esos frisbees negros. Por eso FNAC los está devolviendo a flote, por eso mucha gente va al Rastro y busca vinilos de hace años. Ya sea por ser una persona Vintage o por qué de verdad te guste el rollo, que vuelvan nos alegra, porque a pesar de todo, nunca tendrían que haber desaparecido. Como las analógicas, pero de esto hablaremos otro día.


        Yo, como fiel seguidor, voy a seguir ahí, y cada vez más. Si tengo que completar una buena estantería ya puedo ir ahorrando, porque se escucharán de puta madre, pero también son más caros que yo que sé. Ahí entiendo que la gente se decante por Spotify. Pero ya está, no por nada más. 


La entrada está llegando ya a su fin. La aguja se está frenando, y como siga así, el disco se va a rayar… Aprovecho para haceros una reflexión; quien me diga la expresión: “suenas más que un disco rayado”, no ha tenido un disco en su vida, porque los discos rayados no suenan, solo se saltan un trozo. Así que ahora ya lo sabéis. Y como habéis aprendido una cosa nueva, nos podemos ir a la cama. Yo ahora me pondré un disco de Elton, que para terminar la noche con una Cocacola y una pizza siempre estamos a tiempo, pero terminarla con una copita y un buen disco de vinilo... eso ya no tiene precio. ¡Larga vida a los vinilos!

12 de noviembre de 2021

El Encanto. De Cuba al mundo entero.

Hay libros que te marcan. Todos tenemos uno. Gente a la que le apasiona la literatura de Stephen King; gente a la que le apasiona la poesía de Mario Benedetti (un servidor entre estos -aunque tengo que decir que su prosa es también, ridículamente superior a las demás-), o gente que a base de libros de autoayuda ha ido formando poco a poco su personalidad. Por eso hay libros para todos, y si no, solo hace falta entrar en La casa del Libro o La Central para verlo.

        Pero si hay uno que últimamente me ha marcado es El Encanto, un libro escrito por Susana López Rubio que, al contrario de la recientemente tan comentada (y criticada, también) Carmen Mola, es una mujer a la que el hecho de ser guionista la hace escribir de cine. Este libro, que ya de por sí su portada a lo Art Noveau enamora, me lo recomendó hace un par de años mi compañera Leire, pero por un hecho totalmente ajeno a la historia. Al leerlo se enamoró de Cuba, una ciudad que hace años podía ser preciosa, y que actualmente, debido a la situación política en la que se encuentra es una Atenas latina. Restos de una ciudad hermosa a la que el tiempo y EEUU se han llevado por delante.

Claro, yo no conocía Cuba. Ni la conocía ni me había interesado nunca por ella (solo había visto la portada de un disco de Nat King Cole en la que aparecía con la típica camisa de lino blanca por una de sus calles). Empecé a leer el libro y evidentemente era la típica historia de amor en la que puedes esperar cómo va acabar. Pero eso a veces da igual, sino que se lo digan a mi madre, que ha visto mil pelis de Navidad donde todas terminan igual.

        Iban pasando las páginas y me iba enamorando de esa Cuba que me mostraba la autora con sus palabras: esas casas de colores, ese olor del Malecón, esas galerías, los mojitos entre palmeras… Todo parecía idílico. Además, lo que decía de El Encanto y sus salones me recordaba a Velvet y sus galerías, que puede ser perfectamente una de mis series favoritas. La historia incluso se podía parecer en gran parte, aunque si conocéis la serie tampoco os esperéis que en el libro vaya a pasar lo mismo. Aunque si os acordáis de Raul de la Riba, me enviáis un mensaje cuando leáis la historia.

Y qué decir de Patricio y Gloria. ¡Ay esos dos! Ojalá os pudiera contar más, pero entonces os destriparía toda la historia y no querríais leerlo, por lo que voy a cerrar la boquita, que así estoy más mono. O eso decían de pequeño. Yo solo aviso que el libro tiene uno de los finales más inesperados que recuerdo. Hay otro que me flipó completamente, pero ese fue de Peaky Blinders y no viene al caso ahora. 3 páginas. Solo 3 páginas hacen falta para cambiarlo todo. El resto da igual, porque esas 3 páginas lo son todo. Y si el libro me ha gustado tanto ha sido al 60% por estas 3 páginas, y el resto por como escribe la tía. Eso sí, si no llegan a estar esas páginas yo mato a alguien creo.

        Pocas veces he llorado por un libro. He llorado, muchas veces, pero por otras cosas. Pero nunca me había pasado eso de terminar un libro y que se te caigan las lágrimas de no poder más. Supongo que la vida exterior influye, como en todo y que no solo es por el libro, pero al verme, mi madre se empezó a mear de la risa. Mamá, quiero verte cuando lo leas. Quien ríe último…

El Encanto no será el mejor libro (creo que esta frase la digo mucho -no será el mejor algo-), pero tiene ese algo de Cuba que te engancha. Esas últimas 3 páginas. Esos 5 minutos en los que la vida te puede cambiar. Esta entrada también se lee en 5 minutos, aunque no creo que os cambie la vida. Solo espero que os den un poquito de ganas de leerlo y de leerme.

Como siempre, gracias. Hasta pronto.