17 de diciembre de 2021

Valldemossa. El pueblo al que Chopin ha dado vida.

Leo el título ahora y la verdad es que no me parece justo. En esto me estoy empezando a parecer a los periódicos y medios de comunicación: pongo el título que me da la gana, y luego más abajo te explico realmente la noticia, que es seguramente contraria a lo que digo en el título. Esto se llama crear hype y el resto son tonterías.

        ¿A qué viene todo esto ahora? Ahora lo entenderéis. Primero de todo, para quien no lo sepa, Valldemossa es un pueblo de Mallorca, situado cerca de la sierra, al norte de la isla. Y, por otro lado, Chopin es uno de los compositores más conocidos del romanticismo, famoso sobre todo por sus nocturnos a piano. Supongo, y espero, que conocierais las dos cosas, sino tenemos un problema. Básicamente, os hago este pequeño resumen para que entréis en materia.

El fin de semana pasado, aprovechando que fue puente en España, nos fuimos de excursión con mis padres a Mallorca. Si los que sois fans del blog lo recordáis bien, en mayo hicimos algo similar, lo que esa vez solo estuvimos un día. Es algo que acostumbramos a hacer; no viene mal salir de la isla de vez en cuando, aunque sea para irte a otra un poquito más grande.

        El primer día estuvimos en Palma de compras. Estuvimos en el centro comercial Fan e iban pasando las horas, y las tiendas se iban sucediendo: ahora vamos al Pull, luego Tiger, Primark luego al Zara… y así continuamente. Yo llegué más tarde, debido a un problema cronológico de una alarma y una cagada mía que ya contaré otro día, pero llegué. Ya en Palma centro también pasamos por la librería Babel, que merece mención aparte. Si os gustan las librerías, os apasionan los libros o simplemente os parece relajante ver una estantería llena, os recomiendo que paséis; tienen un montón de libros de todo tipo, y aunque los precios son los que son (como en todas las librerías), al menos se te puede caer la baba un rato y te puedes tomar un café.  

Esta vez fue la primera que yo recuerdo que hemos tenido coche en Mallorca para poder movernos. Nunca lo habíamos necesitado tampoco, pero ya que estábamos, queríamos descubrir nuevos sitios que no fueran el Passeig del Born o Sant Miquel. Y aquí es cuando entra Valldemossa en esta entrada.

        Por pequeña que sea Mallorca en comparación a otras islas, todo depende del punto de vista, siempre que uno llega a un sitio nuevo, necesita ayuda del Maps. Ni mi padre, un boss en el tema de la conducción, habría sabido llegar al pueblo por su cuenta, aunque una vez has hecho el camino una vez no hay que ser un lince para repetirlo. Segunda estrella a la derecha y todo recto hasta el amanecer, y ya estás ahí. Si habéis pillado la referencia, sois los mejores.

Valldemossa se encuentra a mitad de montaña, a la que subes por una sinuosa carretera con unas vistas maravillosas. Tal vez tenía 100 casas en total. A lo sumo, 150. Tú llegabas a él y sabías que habías entrado en un mundo totalmente distinto. Yo no recordaba nada parecido… Esa naturaleza verde al lado que se iba comiendo las calles, esa bruma que volaba en el ambiente, la montaña justo detrás o esas casas marrones que surgían por encima de las piedras. Por parecido, Matera podría ser su hermana perdida, aunque el pueblo italiano está predominado por cuevas, y lo de Valldemossa eran casas, antiguas, pero casas, al fin y al cabo.

        Si te fijabas bien en el pueblo, no tenía mucho. Tal vez podía tener 10 bares en total, alguna tiendecilla de ropa, una iglesia con un campanario que lleva años envuelto en una tela azul y todo estaba totalmente enfocado al turismo. Aquí nos quejamos por 3 meses de turismo al año, pero ahí cada finde se llenaba de ellos: alemanes, ingleses, mallorquines u otros españoles. Y una vez allí entendías el por qué.

Valldemossa era un pueblecito en el que por mucho viento que hiciera, su ambiente te atrapaba en su magia rural, una magia beatificada por Santa Catalina Thomas, matrona del pueblo. Y por Chopin, compositor polaco que por recomendación del médico vivió durante unos años en ese pueblo para curarse de la tuberculosis que sufría -mira que tenía montañas cerca de Polonia y se tuvo que venir a Mallorca-. Allí, en la Cartuja del pueblo, junto a George Sand, gran poetisa y amada del pianista, descubrieron el “lugar más bello del mundo”, donde se inspiraron para sus futuras composiciones. Ellos no estuvieron muchos años, pero su recuerdo perdura aún y perdurará muchos años más en esas calles estrechas que conforman la imagen del pueblo. Otros famosos como Michael Douglas también han aprovechado y han comprado alguna casa por ahí para disfrutar de la tranquilidad y lo bueno de la vida que te aporta un pueblo: me imagino en una de esas casas, con un libro, una copita de vino y un portátil para escribir (hombre, si puede ser una Olivetti, mejor), y se me cae la baba como en Babel. Eso sí, como no me pongan una estufa me voy. Ya os aviso.

        Tras un rato de pasear, volvimos a coger el coche y desanduvimos lo andado 2 horas antes. Por mucho que fuera un ratito corto, nos volvimos a la civilización habiendo descubierto un lugar precioso que, a lo tonto, se puede haber metido en mi Top de lugares bonitos. Bueno, volvimos con eso y con una sobrasada. Eso es sagrado. Si alguna vez vais a Mallorca, aprovechad, y visitadlo. Veréis que no tardáis mucho (es lo que tiene vivir en isla), y que vale la pena. Y sino, durante el camino os leéis mi entrada y pensaréis en todo lo que os he dicho. Recordad, segunda estrella a la derecha y todo recto hasta el amanecer. Allí se encuentra Valldemossa, el pueblo que dio la vida a Chopin y te la dará a ti nada más llegar.

10 de diciembre de 2021

La ilusión de esas primeras veces

Era sábado por la mañana y los nervios de preparar esa maleta llevaban en mi cuerpo desde que había sonado la alarma. En verdad llevaban ya muchos más días dentro de mí, por lo que el estado de agitación que sentía en mi cuerpo era incomparable a otros viajes. Por si fuera poco, la hora del vuelo tampoco ayudaba. Normalmente viajaba por la mañana, y así a mediodía podía comer en el destino, pero esta vez el vuelo salía por la tarde y llegaba para dormir. Una caca, pero bueno. Es lo que hay.

        Llegué al aeropuerto relativamente pronto; vuelo internacional, maleta a facturar… Unas dos horas antes bastaba, aunque con todos los papeles que tienes que entregar por el virus, más vale llegar pronto que tarde. Algo a lo que ya nos hemos acostumbrado, pero que pronto dejará de existir para volver a dar paso a una normalidad que tal vez no recordamos tanto como pensábamos. Pasé todos los controles, y llegué a la puerta de embarque. PARIS, se leía con letras bien grandes. No podía ser real ese viaje. ¡Ay qué ilusión! Recuerdo que no podía parar quieto en el aeropuerto; tenía el libro que estaba leyendo en ese momento (un muy buen libro de Anita Brookner, por cierto) temblando en mis manos.

El vuelo no pudo empezar mejor: ya sobre Francia, sonó la megafonía, que o bien estaba en otro idioma (sé que sonó en francés, no soy tonto), o no lo entendía yo bien, y al instante nos pasaron un papel para rellenar y entregar a las azafatas. Y yo, cómo no, sin un triste bolígrafo en un avión lleno de franceses, que creo que es totalmente normal. Pues ya me veis a mi sacando mis dotes de francés nativo para pedir un boli con el que rellenar eso. Al final lo conseguí, y no solo una vez, sino dos, pero más que nada porque soy tonto y me dejé sin rellenar una parte. Pasan que cosas cuando uno está nervioso…

        Llegamos a tierra y me tocó ir a buscar el bus que me tenía que llevar al centro. Unos 20 minutos más tarde y habiéndome recorrido las tres terminales con mi maleta facturada, llegué, tras unas cuantas preguntas más, a la marquesina. Pero, por si fuera poco, la máquina donde se podían comprar billetes no funcionaba; en efectivo el conductor no lo permitía y la máquina para pagar con tarjeta en el bus tampoco iba bien. Mientras, el conductor iba soltando frases de las que yo solo podía pescar alguna palabra, y con otro francés, nos colocamos en la entrada por si en algún momento teníamos que pagarle algo. Mi idea no era llegar y que me metieran una multa de a saber cuántos euros. El recibimiento no podría haber sido peor. Pues así fue como el conductor, cansado de tenernos ahí, nos dejó pasar y me monté gratis en un trayecto que tendría que haber costado 10€. Luego lo pensé detenidamente, y menos mal que no caí en la tentación de coger un taxi durante la búsqueda del bus en mi momento de desorientación… Menos mal que no lo hice. Me ahorré unos 40€, que en Paris no vienen nada mal.

Por el camino empezaba a flipar con las avenidas que se iban sucediendo a través de los cristales. Avenidas grandes llenas de árboles, plazas llenas de luces, glorietas gigantes con muchos carriles, pero también bares pequeñitos en las esquinas o calles más estrechas con poquita luz… No era la mejor hora para llegar a Paris, pero ver la punta de la Torre Eiffel por encima de los edificios ya valía la pena. Creo que el edificio más bajito de Paris es más alto que el más alto de Menorca casi, y no lo digo por decir.

Denfert-Rochereau me esperaba al final del trayecto, y cuando vi llegar a mi rubia favorita al otro lado de la plaza… Ay Cris, si supieras cómo me quedé en ese momento. Lo tenía todo. Seguramente, uno de los sitios más bonitos en los que he estado, mi novia… ¡Quién me iba a decir que mi primera vez allí sería con ella! El destino lo quería así, y el resto ya da igual.

        Las primeras veces nunca son fáciles. Nos lo dice todo el mundo en cualquier momento de nuestra vida. Los primeros días con una nueva pareja, los primeros días en la universidad, los primeros días como padres… Son situaciones complicadas que llevan un tiempo de adaptación. Otra frase muy repetida es que “siempre hay una primera vez”, aunque es verdad que estas pueden ser inesperades y tardar su relativo tiempo en llegar: un concierto, el alcohol, el sexo, hasta para leer un libro. Sin embargo, hay veces que por muy primera vez que sea, sabes que va a ser como te imaginas. A partir de ese momento empezaría un viaje de una semana que ya comentaré en otra entrada en breve… Paris tiene mucho, y casi todo, bueno. Y si os hago el resumen de todo en una entrada me vais a matar. Os espero en la próxima entrada.

Au revoir, mes amis.