Llegué
al aeropuerto relativamente pronto; vuelo internacional, maleta a facturar…
Unas dos horas antes bastaba, aunque con todos los papeles que tienes que
entregar por el virus, más vale llegar pronto que tarde. Algo a lo que ya nos
hemos acostumbrado, pero que pronto dejará de existir para volver a dar paso a
una normalidad que tal vez no recordamos tanto como pensábamos. Pasé todos los
controles, y llegué a la puerta de embarque. PARIS, se leía con letras bien
grandes. No podía ser real ese viaje. ¡Ay qué ilusión! Recuerdo que no podía
parar quieto en el aeropuerto; tenía el libro que estaba leyendo en ese momento
(un muy buen libro de Anita Brookner, por cierto) temblando en mis manos.
El
vuelo no pudo empezar mejor: ya sobre Francia, sonó la megafonía, que o bien
estaba en otro idioma (sé que sonó en francés, no soy tonto), o no lo entendía
yo bien, y al instante nos pasaron un papel para rellenar y entregar a las azafatas.
Y yo, cómo no, sin un triste bolígrafo en un avión lleno de franceses, que creo
que es totalmente normal. Pues ya me veis a mi sacando mis dotes de francés nativo
para pedir un boli con el que rellenar eso. Al final lo conseguí, y no solo una
vez, sino dos, pero más que nada porque soy tonto y me dejé sin rellenar una
parte. Pasan que cosas cuando uno está nervioso…
Llegamos
a tierra y me tocó ir a buscar el bus que me tenía que llevar al centro. Unos
20 minutos más tarde y habiéndome recorrido las tres terminales con mi maleta
facturada, llegué, tras unas cuantas preguntas más, a la marquesina. Pero, por
si fuera poco, la máquina donde se podían comprar billetes no funcionaba; en
efectivo el conductor no lo permitía y la máquina para pagar con tarjeta en el
bus tampoco iba bien. Mientras, el conductor iba soltando frases de las que yo
solo podía pescar alguna palabra, y con otro francés, nos colocamos en la
entrada por si en algún momento teníamos que pagarle algo. Mi idea no era
llegar y que me metieran una multa de a saber cuántos euros. El recibimiento no
podría haber sido peor. Pues así fue como el conductor, cansado de tenernos
ahí, nos dejó pasar y me monté gratis en un trayecto que tendría que haber
costado 10€. Luego lo pensé detenidamente, y menos mal que no caí en la
tentación de coger un taxi durante la búsqueda del bus en mi momento de desorientación…
Menos mal que no lo hice. Me ahorré unos 40€, que en Paris no vienen nada mal.
Por
el camino empezaba a flipar con las avenidas que se iban sucediendo a través de
los cristales. Avenidas grandes llenas de árboles, plazas llenas de luces, glorietas
gigantes con muchos carriles, pero también bares pequeñitos en las esquinas o calles
más estrechas con poquita luz… No era la mejor hora para llegar a Paris, pero
ver la punta de la Torre Eiffel por encima de los edificios ya valía la pena.
Creo que el edificio más bajito de Paris es más alto que el más alto de Menorca
casi, y no lo digo por decir.
Denfert-Rochereau
me esperaba al final del trayecto, y cuando vi llegar a mi rubia favorita al
otro lado de la plaza… Ay Cris, si supieras cómo me quedé en ese momento. Lo
tenía todo. Seguramente, uno de los sitios más bonitos en los que he estado, mi
novia… ¡Quién me iba a decir que mi primera vez allí sería con ella! El destino
lo quería así, y el resto ya da igual.
Las
primeras veces nunca son fáciles. Nos lo dice todo el mundo en cualquier
momento de nuestra vida. Los primeros días con una nueva pareja, los primeros
días en la universidad, los primeros días como padres… Son situaciones
complicadas que llevan un tiempo de adaptación. Otra frase muy repetida es que
“siempre hay una primera vez”, aunque es verdad que estas pueden ser
inesperades y tardar su relativo tiempo en llegar: un concierto, el alcohol, el
sexo, hasta para leer un libro. Sin embargo, hay veces que por muy primera vez
que sea, sabes que va a ser como te imaginas. A partir de ese momento empezaría
un viaje de una semana que ya comentaré en otra entrada en breve… Paris tiene
mucho, y casi todo, bueno. Y si os hago el resumen de todo en una entrada me
vais a matar. Os espero en la próxima entrada.
Au
revoir, mes amis.
No hay comentarios:
Publicar un comentario