10 de diciembre de 2021

La ilusión de esas primeras veces

Era sábado por la mañana y los nervios de preparar esa maleta llevaban en mi cuerpo desde que había sonado la alarma. En verdad llevaban ya muchos más días dentro de mí, por lo que el estado de agitación que sentía en mi cuerpo era incomparable a otros viajes. Por si fuera poco, la hora del vuelo tampoco ayudaba. Normalmente viajaba por la mañana, y así a mediodía podía comer en el destino, pero esta vez el vuelo salía por la tarde y llegaba para dormir. Una caca, pero bueno. Es lo que hay.

        Llegué al aeropuerto relativamente pronto; vuelo internacional, maleta a facturar… Unas dos horas antes bastaba, aunque con todos los papeles que tienes que entregar por el virus, más vale llegar pronto que tarde. Algo a lo que ya nos hemos acostumbrado, pero que pronto dejará de existir para volver a dar paso a una normalidad que tal vez no recordamos tanto como pensábamos. Pasé todos los controles, y llegué a la puerta de embarque. PARIS, se leía con letras bien grandes. No podía ser real ese viaje. ¡Ay qué ilusión! Recuerdo que no podía parar quieto en el aeropuerto; tenía el libro que estaba leyendo en ese momento (un muy buen libro de Anita Brookner, por cierto) temblando en mis manos.

El vuelo no pudo empezar mejor: ya sobre Francia, sonó la megafonía, que o bien estaba en otro idioma (sé que sonó en francés, no soy tonto), o no lo entendía yo bien, y al instante nos pasaron un papel para rellenar y entregar a las azafatas. Y yo, cómo no, sin un triste bolígrafo en un avión lleno de franceses, que creo que es totalmente normal. Pues ya me veis a mi sacando mis dotes de francés nativo para pedir un boli con el que rellenar eso. Al final lo conseguí, y no solo una vez, sino dos, pero más que nada porque soy tonto y me dejé sin rellenar una parte. Pasan que cosas cuando uno está nervioso…

        Llegamos a tierra y me tocó ir a buscar el bus que me tenía que llevar al centro. Unos 20 minutos más tarde y habiéndome recorrido las tres terminales con mi maleta facturada, llegué, tras unas cuantas preguntas más, a la marquesina. Pero, por si fuera poco, la máquina donde se podían comprar billetes no funcionaba; en efectivo el conductor no lo permitía y la máquina para pagar con tarjeta en el bus tampoco iba bien. Mientras, el conductor iba soltando frases de las que yo solo podía pescar alguna palabra, y con otro francés, nos colocamos en la entrada por si en algún momento teníamos que pagarle algo. Mi idea no era llegar y que me metieran una multa de a saber cuántos euros. El recibimiento no podría haber sido peor. Pues así fue como el conductor, cansado de tenernos ahí, nos dejó pasar y me monté gratis en un trayecto que tendría que haber costado 10€. Luego lo pensé detenidamente, y menos mal que no caí en la tentación de coger un taxi durante la búsqueda del bus en mi momento de desorientación… Menos mal que no lo hice. Me ahorré unos 40€, que en Paris no vienen nada mal.

Por el camino empezaba a flipar con las avenidas que se iban sucediendo a través de los cristales. Avenidas grandes llenas de árboles, plazas llenas de luces, glorietas gigantes con muchos carriles, pero también bares pequeñitos en las esquinas o calles más estrechas con poquita luz… No era la mejor hora para llegar a Paris, pero ver la punta de la Torre Eiffel por encima de los edificios ya valía la pena. Creo que el edificio más bajito de Paris es más alto que el más alto de Menorca casi, y no lo digo por decir.

Denfert-Rochereau me esperaba al final del trayecto, y cuando vi llegar a mi rubia favorita al otro lado de la plaza… Ay Cris, si supieras cómo me quedé en ese momento. Lo tenía todo. Seguramente, uno de los sitios más bonitos en los que he estado, mi novia… ¡Quién me iba a decir que mi primera vez allí sería con ella! El destino lo quería así, y el resto ya da igual.

        Las primeras veces nunca son fáciles. Nos lo dice todo el mundo en cualquier momento de nuestra vida. Los primeros días con una nueva pareja, los primeros días en la universidad, los primeros días como padres… Son situaciones complicadas que llevan un tiempo de adaptación. Otra frase muy repetida es que “siempre hay una primera vez”, aunque es verdad que estas pueden ser inesperades y tardar su relativo tiempo en llegar: un concierto, el alcohol, el sexo, hasta para leer un libro. Sin embargo, hay veces que por muy primera vez que sea, sabes que va a ser como te imaginas. A partir de ese momento empezaría un viaje de una semana que ya comentaré en otra entrada en breve… Paris tiene mucho, y casi todo, bueno. Y si os hago el resumen de todo en una entrada me vais a matar. Os espero en la próxima entrada.

Au revoir, mes amis.

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