4 de noviembre de 2022

¡Qué bonito volver a verte, Madrid!

Leo en el metro. Estudio en el coche. Trabajo en Guadalajara. Juego a baloncesto en Las Tablas. Vivo con un coreano, un italiano y un francés al que he visto una vez en un mes. Parece un chiste. Tengo un casero invisible. Tardo una hora y media en llegar a trabajar. No tengo espacio para mis libros, pero tengo una pantalla de 27 pulgadas. Cocino en mis ratos libres, y hago ejercicio por la mañana. Veo a mi novia siempre que puedo, y a mis amigos los fines de semana. Esta es mi vida en Madrid. Quien lea esto puede pensar que está siendo horrible, que debo querer volver a Menorca ya… Seguramente, si alguien del trabajo lo leyera, me estaría riñendo por haberme ido de mi querido paraíso del que ya han podido disfrutar de la sobrasada. Sin embargo, todo lo contrario. 

        Llevo poco más de un mes en la capital. 40 días. Como Jesús en el desierto. Aunque yo tengo un metro que me lleva a todos lados (menos a trabajar, sí), y comida siempre que mi cuerpo lo necesite. En estos 40 días me ha dado tiempo a muchas cosas. He visto al Madrid en el Bernabéu, al Madrid de baloncesto en el Wizink -dos veces-; he probado las empanadas argentinas y los alfajores originales traídos casi de la misma base del Perito; he visto salir el sol a través de la ventanilla del coche y un montón de accidentes al volver a casa; he visto a famosos por la calle y he ido al cine con mi novia; he comido en sitios nuevos y he vuelto a mis clásicos favoritos; he descubierto nuevas paradas de metro, nuevas zonas, y mucha gente. He tenido una boda en Menorca y su correspondiente despedida. He ido al Rastro, a las Torres Kio, al Barrio de la Concepción, he recorrido la M-30 subido en una moto y hasta me paseo por las Tablas dos veces a la semana. 

Si tuviera que elegir mi lugar favorito de esta etapa, sería el metro. Sí, el metro. Suele sorprenderme el hecho de entrar de día y salir de noche, o estos días, al contrario. El cambio de hora nos ha hecho un poco de daño. Aunque a mi esto de que sea de noche a las 18 me gusta -fusiladme, que no siento el dolor-. He renovado el bono dos veces, y esto de que cueste 10€ me gusta de cada vez más. Qué pena que dure hasta diciembre, o eso dicen… A ver si pasa como con la mascarilla y se olvidan de cambiar la norma. Ver las caras de toda esa gente a las 7 de la mañana, deseando que pase su jornada laboral, solo anima un poco más. Menos mal que llevo ya un café encima. 

        En estos 40 días en el desierto he vuelto a tener esa sensación de vivir en el sitio más bonito del mundo. De mi mundo. Ese lugar idealizado con arena blanca en el que cualquier rincón, por muy pintarrajeado que esté, es de los que recuerdas mucho tiempo con una sonrisa en la cara. Evidentemente hay sitios feos con ganas, y personas feas también, pero tampoco se lo decimos a la cara, y menos en un blog. Así que con Madrid igual. Madrid tiene un no sé qué que te envenena, tiene un qué sé yo que te entra por las venas, te enamora, te ciega los ojos y no te deja ver más. Puedes ir a cualquier otro sitio, que, como el encanto de Malasaña, La Latina, Chamberí o el mismísimo barrio de Recoletos, nada vas a encontrar. No hablo ni del Prado, el Reina o el barrio Salamanca. Una persona solo necesita pasearse por cualquiera de sus calles para darse cuenta de que ha encontrado la ciudad ideal. Una ciudad que te acoge con los brazos abiertos, igual que su gente. 

Siempre recordaré las palabras que me decían antes de venirme por primera vez: los madrileños son gente bastante arisca. ¿Arisca? O he tenido mucha suerte o he caído muy bien. Eso seguro que es gracias a mis padres. Creo que me he juntado con más personas diferentes en 4 semanas que en 2 años en Menorca. También puede ser culpa mía esto último (y tengo suerte de mis amigos), pero es algo diferente. Tal vez no volverás a ver a ninguna de esas personas, pero te invitan. Y vente a tomar unas cerves. Y vamos al Rastro. Y hoy salimos de fiesta. Y hoy nos quedamos a cenar aquí. Y hoy porqué no vamos a tomarnos un café y hablamos. Lo bueno es que hay tantas cosas por escoger a tan distintas horas, que, aunque llegues a las 20 a Madrid, vas a encontrar algún plan por hacer. Pero os recomiendo que no decidáis ir a La casa encendida, porque vaya mierda de exposición. 

        En estos 40 días me he aficionado a la música clásica. Gracias Roger y tu Piú classico. A los clásicos de la literatura. A Lorca. A Joyce. A una buena cerveza al sol. A un buen par de cafés por la mañana. A una pachanga en el parque. Al reggaeton en el coche a las 8 de la mañana. A las formaciones a las 9. A teletrabajar en casa y levantarme 20 minutos antes. Este año me faltan mis vinilos. Eso sí, la librería en mi futura casa ya está negociada. Y también he descubierto muchas cosas; a guardar las llaves y el móvil volviendo de fiesta. A que hay pocas personas que dan las gracias a los camareros cuando te traen un café. A que hay que pedir ayuda cuando uno lo necesita. A guardar los documentos importantes correctamente. Y a que cuántos más amigos tengas, mejor será tu vida. 

Leo en el metro. Estudio en el coche. Trabajo en Guadalajara. Juego a baloncesto en Las Tablas. Vivo con un coreano, un italiano y un francés al que he visto una vez en un mes. Parece un chiste. Tengo un casero invisible. Tardo una hora y media en llegar a trabajar. No tengo espacio para mis libros, pero tengo una pantalla de 27 pulgadas. Cocino en mis ratos libres, y hago ejercicio por la mañana. Veo a mi novia siempre que puedo, y a mis amigos los fines de semana. Esta es mi vida en Madrid, y si tuviera que volver a elegir, la elegiría cien mil veces más. 


1 comentario:

  1. Bon Any Alex i Felicitat carregat de molta música...Tolia

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