En primer lugar, una pandemia que obligó a reorganizarse, a volver a los inicios, a no salir de casa y disfrutar de la familia, del tiempo, de esas pequeñas alegrías que nos da la vida y así decrecer el ritmo frenético que llevábamos en nuestro día a día; en segundo lugar, un cambio de carrera, porque cuando ves que algo no funciona, más vale parar y no seguir, aunque sea por “vivir la experiencia”. Me pregunté: “¿seguro que esto es lo mío? Yo no perdía dos años, porque la vida, en esos dos años, me enseñó muchas otras cosas; en tercer lugar, esa oportunidad de trabajo, que me abrió las puertas de una nueva vida futura, aunque en ese momento no lo supiera; y finalmente, esa bajada a la feria. Esa historia que podremos contar en un futuro, esa noche que tú y yo, sin decirnos una sola palabra, entendimos que eso no era un final, sino que, de hecho, podía ser un inicio de algo. Recuerdo en los tiempos de mi adolescencia, cuando mis cabellos lucían castaños y mis preocupaciones eran otras, la cercanía de una pareja adulta.
Me levanto de la cama, con las legañas pegadas, la cara arrugada y con sueño atrasado. Sigues durmiendo, hacia el lado derecho, como todos los días. Te miro, te doy un beso en la frente y me voy al salón. No quiero poner la tele, prefiero leer. Así no se oyen ruidos desde la habitación. Tengo que habituarme a este nuevo escenario. Abro la primera página del libro, y a pesar del sueño, las palabras poco a poco van entrando en mi cabeza, una a una, y yo voy disfrutando del libro que tengo en mis manos. Puede ser el de Pol Guasch o el de Sara Gallardo. También el de George Perec, hasta Lolita, de Nabokov. ¿Quién sabe? En todo caso, disfruto cada una de esas páginas en la tranquilidad de este salón, que poco a poco se ha ido llenando de vida, de flores, de historias y cuadros, de libros y discos, de nosotros.
En algún momento en el que no soy consciente de mi alrededor, empieza a sonar la Suite Bergamesque de Debussy en el piso de abajo. La vecina, o vecino, de sexo desconocido, suele practicar diariamente. Hay días que la descubrimos practicando escalas, otros en los que nos deleita con los Liebestraum de Liszt, hasta prueba los conciertos de Rachmaninoff. Es algo que me impresiona y me intriga. Me gustaría conocer a ese músico, o música, poder hablar con él o ella y decirle: “espero cada día el momento en que los primeros acordes del piano empiezan a sonar y vibrar en nuestra casa”. Tras un día largo en el trabajo, la mejor medicina puede ser simplemente el inicio de cualquier sinfonía de Beethoven. Me he planteado dejar de pagar Spotify -lo pagan mis padres-.
¿En qué momento puedo venir a despertarte? ¿Hay alguna norma que diga cuándo es considerado como demasiado tarde? ¿Cuál es el límite en el que ya me puedo salvar de un enfado evitable? Creo que voy a esperar 10 minutos más. El libro me está gustando. El ritual en el que se ha convertido ese momento por la mañana me llena el corazón de alegría. Si en algún momento imaginé cómo podía ser la vida viviendo contigo, sé que me quedé corto con las expectativas. Ya lo sabes, pero no me canso de repetírtelo.
En 2 meses hemos pasado de compartir maletas para fines de semana en los que uno iba a casa del otro, encontrarnos compañeros de piso en el salón, compartir un solo baño con amigas y organizar momentos de cocina en los que no hay espacio para tantos, a poder ver una película tranquilamente sentados en el sofá, con tu bol de palomitas de Taylor Swift, a tener el congelador lleno de tuppers solo para nosotros; a poder “convidarnos” cuando queremos, echarnos ese vermú y nuestras patatillas. En 2 meses hemos pasado de compartir maletas para fines de semana a disfrutar de nuestro hogar.
Sé que no va a ser nuestro hogar definitivo, porque la vida es muy larga, y nos falta mucho por vivir. Sueños que aún parecen lejanos, como una hipoteca, una casa más grande, o simplemente un jardín, van apareciendo poco a poco al final de esta estación. El tren acaba de llegar, y no sé cuánto tiempo parará. Disfrutemos de la parada, esta vez en Retiro, por primera vez juntos, haciendo camino para llegar en un futuro, más o menos lejano, a la siguiente estación. 5 años han pasado muy rápido, pero cuando uno disfruta, el tiempo vuela. Como decía Dovlátov, somos exactamente lo que sentimos que somos. Nada más. Y aquí modifico. Yo, me siento profunda e irreparablemente feliz. Independientemente del lugar, la felicidad es contigo.
Me levanto del sofá, dejo el libro en la mesita de centro, me pongo las zapatillas fuera de la alfombra para no pisarla, y me dirijo a nuestra habitación. No me acostumbro aún a llamarla “nuestra”. Abro la puerta, intentando no hacer ruido. Me acerco a ti, poco a poco, y no me queda otra que decirte:
¿Perrucheo?