Ir a desfilar por la pasarela de casetas sin ningún título en la mente es, a la vez, lo mejor y lo peor que puede ocurrir. Leía hace algunas semanas un artículo donde el escritor indicaba que, la librería que consigue que el título que ibas buscando no sea el único que compres, sino que añadas otro que hayas visto encima de una de sus mesas, son las que vale la pena visitar. Más de 300 casetas en fila, con unos 200 libros por cabeza, hacen nada más y nada menos que la posible suma de 60.000 títulos en un recorrido que asemeja al de un IKEA: ese pasillo que va guiándote por cada uno de los diferentes tipos de productos para que, en vez de comprar cojines, te lleves los manteles, una silla, un par de flores y un posible armario para tu despacho. Y cuando sales, dices; “¡Mierda! Se me han olvidado los cojines”. En la feria, puede pasar algo similar.
Y de repente, mientras estaba ahí, ojeando algunos títulos que podían llegar a ser potenciales compras para mi biblioteca, que ya no es mía, sino de Cris y mía -un tema que ya contaré en breve-, me acordé de un libro. Un pequeño libro azul, cuaderno de Anagrama, recién recomendado por escritoras como Paula Ducay o actores como Carlos Cuevas, Estuve aquí y me acordé de nosotros.
Anna Pacheco, periodista y escritora especializada en temas sociales, aborda a través de unas 150 páginas, un tema muy candente, y más en estas fechas: el turismo, el trabajo turístico y la clase. Siendo menorquín, es un tema que he vivido en mis propias carnes, viviendo el turismo y trabajando para él en una agencia de aeropuerto. Las críticas eran buenas, y siendo recomendación de María, nada podía fallar. Me quedará la espinita de que no llegué a que me lo pudiera firmar, aunque imagino que el día en el que esto se pueda solucionar sucederá más pronto que tarde. Esto no es un guiño a la posibilidad de encontrarme con ella y poder hablar de su estudio, un estudio que ha servido de inspiración para un futuro proyecto que quiero empezar a desarrollar.
Para mi sorpresa, el libro no trata tanto el auge del turismo en nuestro país, que también, sino las condiciones de trabajo de una empresa dedicada a ello. Y aunque ya no trabajo en el mundillo, ha habido muchas afirmaciones, casos y ejemplos que se pueden aplicar no solo a empresas turísticas, sino también a empresas de otros sectores, dejando un reguero de apuntes subrayados en cada una de las páginas que se iban sucediendo.
Ha sido un libro que he leído mayoritariamente por la noche, esperando un avión a las 4 de la mañana, en un aeropuerto lleno de grupos de amigos esperando a embarcar. De manera que, el ambiente que me rodeaba escenificaba a la perfección todos los diferentes capítulos que iba terminando. Esos turistas, que me acompañaban a altas horas de la madrugada, viajan para olvidarse de lo que son por unos días, porque el lujo es ante todo una actitud, y esto, Pacheco lo escribe a la perfección. En Menorca hay una lista de sitios que uno no se puede perder, y los puedo recitar de memoria: Macarella, Macarelleta, Fornells, la Cova de’n Xoroi, el Poblat de Pescadors, Pont de’n Gil y Ciudadela. ¿Hay sitios mejores? Sin ninguna duda -aunque ese atardecer de verano en Pont de’n Gil es difícil de olvidar-, pero esa foto, la foto que todos los turistas se hacen en el mismo sitio, no hace nada que no sea certificar el viaje frente al resto. He estado aquí. Check.
Trabajamos cada año para irnos de vacaciones, para demostrar un estatus que solo es válido si viajas, si compras productos caros, si… Si te vas a Soria de vacaciones, el nivel cultural que demuestras no es el mismo que quien se va a Cadaqués, Menorca o Islas Cíes. Hay sitios, y SITIOS. En el libro, se nos muestra un claro ejemplo con La piel quemada (1967), dirigida por Josep Maria Forn, que plantea la idea de que “el turismo no se hace solo, sino que lo hacen los trabajadores a cambio de miseria”. Estamos normalizando una forma de vivir y, sobre todo, de consumir, que va a conseguir que, por intentar disfrutar de la vida, la estemos perdiendo. Y es esa la sensación que se tiene muchas veces trabajando, cuando empezar a las 9 de la mañana puede significar salir de casa a las 7:30, y llegar a las 20, una vez has terminado a las 18.30. ¿Trabajo para poder vivir, o vivo para trabajar? Cuando termino mi horario, no tengo tiempo ni ganas de más, y cuando dispongo de tiempo, debo gastar para demostrar que vivo. Benedetti tiene unas palabras muy bonitas que ilustran este momento: “nadie pedirá informes ni balances ni cifras / y sólo tendré horario para morirme / pero el cielo de veras que no es éste de ahora / ese cielo de cuando me jubile / habrá llegado demasiado tarde”.
"Hay veces que nos llega justito para lo que hay que pagar. Alquiler -por las nubes-, electricidad, gasolina. Hay que comer. Hay que vivir también. La familia, la pareja. La vida es eso". Y nada más que eso. Sin embargo, cada vez se hace más difícil. Los sueldos no suben, y si antes, este tema se convertía en una de las prioridades de todos los trabajadores, ahora lo urgente es trabajar mejor. La necesidad de tener más dinero, algo utópico, en vez de verse como una consecuencia de una situación a erradicar, se ha constituido como algo inevitable de nuestro tiempo. Es lo que nos ha tocado vivir. Es lo que hay, se repite. Nos toca conformarnos.
¿Es posible otro tipo de turismo? Habrá que reformular las prácticas a las que estamos acostumbrados. El problema vendrá cuando ese turismo de proximidad al que últimamente damos tanta importancia se convierta en exótico. En ese momento, el paraíso estará perdido, y los destinos morirán. Y tocará volver a buscar otra manera de demostrar ese afán de descubrimiento, construyendo alternativas a un consumo desesperado, de evasión, para que en un futuro no tengamos que afirmar: me acordé de todo lo que no hicimos cuando pudimos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario