11 de agosto de 2024

De lágrimas se llena la Península

Parafraseando a Almudena Grandes, la memoria es el cofre de los recuerdos donde el tiempo guarda sus tesoros y el alma atesora sus vivencias. Hay algo que encuentro curioso, o más bien, intrigante, en la sensación que emerge de la memoria. El pasado. ¿Qué ocurre con el pasado? ¿Se desvanece y cae como las hojas del otoño? ¿Se disuelve como la niebla al amanecer? El pasado anida en los recovecos de nuestra mente para abalanzarse sobre nosotros como un cóndor esperando. No hacemos memoria de algo que no hemos vivido, ni tampoco de lo que estamos viviendo. Haz memoria, me decía mi madre cuando perdía algo. Recuerdo su cara, su gesto de, yo no puedo hacer más. Sin embargo, esta memoria pasada tiene más que ver con el presente y con el futuro de lo que pensamos. 

Si quisiéramos establecer la definición de obra maestra literaria, sería un poco complicado acotar las variables que tendrían que ser estudiadas, sus valores y la manera de medirlo. Hay pocas cosas más subjetivas que el arte, materia que siempre ha sido considerada inútil, algo peligrosa; cuanto menos creativa sea una sociedad, más puede uno gobernar. Eso debieron pensar muchos cuando empezaron a mandar. Sin embargo, hay algo en lo que todos podríamos estar de acuerdo, y es que para que un libro sea considerado obra maestra, empezar con una buena dedicatoria debería ser de obligado cumplimiento. En el caso de la novela que hoy nos ocupa, esta primera premisa para que en obra maestra se pueda convertir, se cumple de forma ingenua, familiar, simple. Tal como una obra maestra debe ser. 

Quien no sabe de donde viene, no puede saber quién quiere ser. David Uclés, jiennense de nacimiento, originario de Úbeda, decidió en el apogeo de su juventud, en sus años de locura, éxtasis, frenesí, en los que no existe un futuro, sino un único presente, que vuela frente a nuestros ojos, escribir una historia única. Una historia en peligro de extinción, haciendo un ejercicio de memoria para decirnos a todos sus lectores -ahora compañeros de península-, lo que hemos sido durante muchos años y enseñarnos lo que queremos llegar a ser. A lo largo de 700 páginas el autor desafía la realidad, dejando espacio para la fantasía, para la poesía y para la magia. 

Como en el mundo creado por García Márquez, ese mundo que no aparece en los mapas, perdido en mitad de la América salvaje que muchos han situado en algún pueblo del norte colombiano, Uclés nos presenta su Macondo particular; Jándula. Situado en la provicia de Jaén, fue el pueblo que vio crecer a toda su familia, la generación Ardolento, o Arlodento. Ambos servían. Qué más da. Como los Buendía, la familia de Odisto se nos presenta llena de tradiciones, de muerte, algunas alegrías perdidas en mitad de la tristeza general y muchos hijos. Si observamos bien estas dos obras me parece curioso, y a lo mejor es simple coincidencia, que esos mundos separados por la distancia de un océano y por más de 50 años de historia, traten el abandono con sinónimos en sus títulos. Azar puro, o no tanto. Conociendo al autor, algo me hace pensar que no hay tanta locura en esta idea. O quizás, sí. Vuelvo a la acción. 

No era tarea fácil intentar resumir una guerra civil, por mucho que muchos otros autores lo hayan hecho. Por suerte, en la literatura española tenemos novelas que tratan la guerra desde el punto de vista de todos los bandos, desde la visión de un juez, hasta sabemos, con un punto de ficción, qué ocurrió durante los últimos días de la vida de Lorca. No era tarea fácil resumir 15 años de viaje, de entrevistas, de descubrir porqué la gente prefería vestir con mangas largas en verano mientras recogían garbanzos en sus huertos a 40 grados bajo el sol, o cuál era el ritual que se realizaba antes de cualquier parto; no era tarea fácil descubrir porqué los balcones de Madrid son tan estrechos, ni tampoco descubrir la estrategia que Franco escribió en ese papel enterrado en la arena canaria. No era fácil conseguir que algo tan complicado como la guerra, se nos apareciera en forma de realismo mágico. Porque, aunque no exista la gruta -que bien podría ser el túnel de Despeñaperros-, ni hubiera un volcán en mitad de Iberia -aunque lo que pase en Madrid consiga afectar a toda la península-, ni existan flores que congelan a la gente, cada uno de los disparos, de las muertes, de las batallas, fue real. Fue más que real. Y contarlo de esa forma tan bella, tan sentida, tan íntima, hace de este libro algo único. 

La península de las casas vacías es un libro que no vamos a olvidar en breve. Hay libros que se leen y se olvidan. Hay algo en mi interior que me dice que, con este, va a ser más complicado. Será la voz de algún antepasado, que en mitad de mi vigilia me susurra. La península de las casas vacías tiene un poco de García Márquez, pero tiene mucho de Uclés. Y qué maravilla haber descubierto a este autor. Aunque si tenemos que esperar 15 años a que escriba otro libro, voy a tener ya casi 40. David, sé que en tu refugio en Santiago vas a estar leyendo esto; por favor, saca otro libro. Ya. Entre campana y campana.

La península de las casas vacías no era un libro fácil, y David lo hace muy sencillo. Lo hace tan sencillo para que nosotros, simples lectores, podamos sentir desde el sofá de nuestra casa, o en la arena de la playa, lo que sintió cada uno de esos personajes que forman su familia. David deja toda su alma en cada una de sus palabras para que lo acompañemos a lo largo de la historia. Aunque no compartamos apellido. Porque, aunque no seamos Ardolento, o Arlodento, qué más da, todos tenemos un Odisto en nuestra familia. Ese bisabuelo que se fue a la guerra y no volvió. Esa tía que tuvo varios hijos que se le murieron muy jóvenes. O ese amigo de nuestro abuelo con el que no se hablan porque durante la guerra tuvieron ideologías distintas y ya no volvieron a hablar. Esa división, cuya presencia en el ambiente presente vuelve a aparecer, deberíamos dejarla a un lado e intentar, como Odisto al final de la novela, volver a casa y disfrutar. Porque la vida, a veces es tan sencilla como esto.

“En ese pueblo triste, tristísimo, la gente se divierte, sin duda, pero se divierte como si dijera: comamos y bebamos, que mañana moriremos.”


No hay comentarios:

Publicar un comentario