Llueve. Lleva todo el día lloviendo y se escucha que es por el huracán que está causando estragos en las costas americanas -ahora que estoy escribiendo esto hace un sol que ni en mayo-. Ha empezado octubre y con él ha llegado el frío, por lo que uno a veces necesita resguardarse en un café bien caliente donde calentar las yemas de las manos. Y si se acompaña de una galleta de pistacho, mucho mejor.
El verano tiene esa casuística distinta donde el mundo real parece pararse para dar espacio a un tiempo de relajación, fantasía y reflexión donde uno puede darse cierta prioridad, una prioridad inexistente los 10 meses restantes. Madrid, y el trabajo, pueden extasiar hasta caer en una rutina mortífera sin un descanso posible. Pérgamo, ahora vuelve a estar lleno, como antaño, de amigos, compañeros de los escritores, conocidos de la librería, paseantes curiosos... Algunos tardan en llegar, pero se colocan en las sillas del final. Mojados unos, sudados otros.
Claves de una política global fue una de las novedades veraniegas de la editorial Arpa, que con El tiempo Perdido se ganó mi respeto y admiración, y hoy, sus tres autores se sentaban frente al público para presentar y debatir sobre la situación política actual, las guerras simultáneas de Gaza y Ucrania, la policrisis y el cambio climático. Creo que el haberme hecho mayor ha derivado en un placer epicúreo a través de planes como este. Hay un gozo tranquilo, duradero en las charlas que provocan que mi cabeza se aleje del trabajo y el día a día para profundizar en temas que no domino tanto. Nunca me ha interesado mucho el tema político, pero como dijo Mariana Enriquez en el prólogo del libro que ya reseñé en este blog de Juan Forn, la amalgama de géneros, el mestizaje de formatos que van pasando por mis manos a la hora de enlazar lecturas han conseguido que pueda atender una charla sobre política global y el tema me interese hasta el punto de escribir esta reseña.
Sería difícil quedarme con ciertos esbozos de los temas que tocaron durante la hora y media que duró la charla, pero hubo un par de frases que resonaron en mi cabeza durante un rato como para apuntarlas en los Diarios que ha sacado el iPhone en su nueva actualización. Buena actualización, aunque no sé si para mi salud ocular es bueno -apostaría que no-.
Decía Carlos Corrochano, el director de la obra y entre otras cosas, profesor en Science Po, que uno de los paradigmas actuales que nos encontramos es que “lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer”. Un ejemplo sería la Inteligencia Artificial. Ixtaso, coautora, comentó acerca de la nueva tecnología que nace, que al ser “cloudcentrista” no hay un material que nos preocupe, sin embargo, sí hay una materialidad que afecta a las dinámicas de poder y aumenta la vulnerabilidad de todas esas zonas que no disponen de ellas. Viendo esto, queda la duda de si lo nuevo que puede nacer, es bueno, o preferimos mantener lo antiguo.
Reflexionando durante la charla, y es algo que comenté en la última entrada, creo que vivimos en un mundo que se ha establecido durante tantos siglos que ahora, en un momento que nosotros consideramos crítico, donde todo está “perdido”, la religión, la familia, la patria, los valores tradicionales, no somos capaces de crear raíces para que nazca de una nueva base, esa sociedad moderna que andamos buscando. Decía Xan que para que eso sucediera en el siglo XX, tuvo que ocurrir una de las mayores masacres de la historia de la humanidad y que no debemos caer en el riesgo de que vuelva a suceder. Claro, ahí introducimos el concepto de, ¿hasta qué punto estamos dispuestos a llegar para conseguir esa paz que queremos? ¿La guerra? ¿Darle las llaves del poder a un país en concreto? No debería ser una opción. Ni siquiera en nuestro pensamiento.
A lo largo de la historia ha habido tantas crisis que es difícil decir que la de ahora es una de las más profundas, porque no conocemos como fueron las revoluciones del siglo XIX, o lo que sintieron nuestros antepasados en la Edad Media, sin embargo, cada generación ve lo suyo como lo más importante, como lo más crítico. Por eso, vuelve a aparecer ahora el concepto de utopística, más que de utopía, porque no buscamos ese ideal que ya vemos como un imposible, sino que buscamos posibles maneras de conseguir una sociedad más adaptada a la realidad del mundo en el que vivimos ahora. Una utopía mucho más pragmática, y menos centrada en la fe. Debemos preguntarnos más acerca de “¿qué debemos hacer?” y no “¿qué somos?”. Los tiempos han cambiado y durante siglos, la pregunta que ha monopolizado la teoría filosófica ha sido la segunda, junto a “¿de dónde venimos?”. Cuando la ciencia y la religión ya han compartido sus teorías, sus creencias, sus premisas, toca pensar en algo nuevo, en otra respuesta. Pero parece que somos incapaces de cambiar las cosas.
Carlos decía, atribuyendo a Tronti, que el pensamiento debe ser extremo, sin embargo, la acción consecuente, prudente. Romper las barreras de la imaginación, sabiendo que hay ciertos límites que no vamos a poder cambiar. ¿Y si a lo mejor no estamos preparados para que nazca nada nuevo? Y creo que el problema viene, como dice Clara Ramas, cuando estos valores que creemos perdidos no se han evaporado sin más, sino que permanecen como ruinas por las que se da una guerra cultural permanente para devolverles la vida. Mientras haya personas que estén ancladas en ese pasado, en “lo viejo”, siempre que intente nacer algo nuevo va a haber una lucha que ya explicó Marx hace dos siglos y que ahora no nos parece tan lejano. Y así sucede la historia.
¿Y si los dos peces no andaban tan equivocados? ¿Y si somos nosotros los que nadamos en el mar sin saber lo qué es? Dos jóvenes van paseando por la calle cuando de pronto se cruzan con una persona mayor que les saluda con una mano en el bastón y les comenta educadamente: "Buenos días, chicos. ¿Cómo va la vida?". Los dos jóvenes le devuelven el saludo al viejo con un simple gesto y continúan su camino un rato más en silencio hasta que uno de ellos se vuelve hacia el otro y le pregunta: "Tío, ¿qué coño es la vida?".
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