El motivo puede ser diverso: el cantante principal, habitualmente sobreexpuesto a la popularidad, busca su propio camino; diferencias imaginando el devenir del grupo, o simplemente, por motivos económicos. Siempre es cuestión de dinero. Queen se separó, y Mercury tuvo que volver. One Direction se separó. Take That se separó. Mecano se separó y vemos cómo les ha ido.
El caso de La Oreja de van Gogh no es ajeno a este modus operandi. Cuando en el pasado se decidió cambiar de cantante, Leire apareció como una nueva oportunidad para modernizar una banda que se había cansado de triunfar. Cuando uno ha ganado tanto es difícil seguir con hambre -o eso dicen los futbolistas-. Amaia era la que había decidido dar un paso atrás y su imagen quedaría envuelta en un aura de inmortalidad que recordaríamos años después. Todos hemos sido aquel que al escuchar esas canciones que tantas veces sonaron en las radios de miles de coches en todas las carreteras, colegios, oficinas y hogares españoles deseamos que Amaia volviera, aunque fuera para un concierto. Leire, sin embargo, fue el parche. Una voz igual de sobresaliente se convirtió en el remplazo de un ídolo, algo complicado, casi imposible, de sustituir. Mucho ha durado.
Cuando este verano uno de los malditos conciertos del Bernabéu regaló al público la aparición estelar de Amaia en el concierto de Karol G, algo se rompió. Ese ídolo de la infancia de toda una generación reaparecía tras muchos años en la sombra. Esa melancolía que muchos sentían al escuchar al grupo, se había convertido en el motivo perfecto para soñar con la idea utópica, idílica, de volver a verla en acción. Sólo había un problema. Leire. Y en ese momento, justo en esa ovación al recibir a la artista en la canción de Rosas, las cabezas de los hombres del grupo empezaron a funcionar. ¿Cuánto vamos a ganar con nuestra gira ya pactada? ¿Cuánto podemos ganar con una nueva gira con Amaia? La diferencia sería abismal. ¿Cuánta gente iría a un concierto de La Oreja de van Gogh en el que cantara Amaia? Miles, incluso cientos de miles. El grupo juega con la baza a favor de la memoria, un arma muy poderosa en los tiempos actuales. Una memoria que seguramente se emborrona por una expectativa que va a ser fácil de cumplir, en el caso de que termine ocurriendo. Solo volver a esa infancia, a ese momento ya pasado, valdrá los 100€ que podrán costar las entradas.
Es cuestión de tiempo, como todo, que esta suposición se haga realidad. Y sino, tiempo al tiempo, aunque creo que Amaia gana mucho más como ídolo y ente propiedad del recuerdo que como una cantante resurgida de la muerte. Alguien, en uno de esos momentos lúcidos que uno tiene en el momento más inesperado, escribió los siguientes versos: "Después de ti entendí / que el tiempo no hace amigos / qué corto fue el amor / y qué largo el olvido". Igual ese amor que ahora sentimos por el recuerdo podría haber sido eterno. Cuando un grupo de música que te ha acompañado durante años decide separarse, suele provocar en sus fans una sensación de soledad y vacío difícil de llenar. Sin embargo, hay dos versos que uno debe recordar: "seré inmortal / porque yo soy tu destino".
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