En las noticias siempre habían enseñado los fuegos artificiales de Londres y cualquiera que fuera en Navidad tenía que intentar ir a verlos. Habíamos mirado diferentes opciones, pero todas eran igual de complicadas para una familia que no había estado nunca en Londres y no sabía cómo funcionaba la ciudad. Metro, horarios, precios… Los británicos no nos dejaban de ofrecer entradas para ir a ver la función, pero sonaba más caro que unos calcetines de Gucci. Nos apetecía, pero era como la reventa de unas entradas para la final de Champions: falsa.
Seguían sonando villancicos y se iba acercando la hora de cenar. A esa hora en España se merienda, no se cena, pero buscamos un sitio para cuatro. Alguna mesa en cualquier sitio medio decente. Era un día especial y queríamos cenar fuera y no en el hotel. Nunca se nos había dado la oportunidad, por pereza, comodidad… pero queríamos aprovechar ese día diferente. Y llegamos al McDonalds. Vosotros pensaréis, ¿quién cena en fin de año en un McDonalds? Para vuestro asombro, demasiadas personas, más de las que incluso yo –un forofo del McDonalds- imaginaba. Estaba lleno, y se iba llenando por momentos. El resumen de esa cena fue que esa iba a ser la primera de muchas veces que cenáramos una hamburguesa en fin de año. La gente siempre tiende a comer grandes platos en esos días, y a veces, no nos damos cuenta de que no es lo qué comamos, sino cómo lo comamos, con quién, o dónde. Pasar de gambones o lechona a patatas fritas y una CBO no es un tan mal cambio. Eso sí, hay que decir que los McDonalds, como en España en ningún sitio. ¡Qué hamburguesas más raras! Ya me había pasado en Florencia, y aquí viví un dejàvú. El que avisa no es traidor…
La gente llenaba colas para entrar a las zonas donde se podían ver los fuegos artificiales y también, para fiestas privadas en edificios inmensos. Mujeres con vestidos largos y hombres con esmoquin era lo que más se repetía. Y entre esa multitud, cuatro menorquines vestidos con lo que llevaban en el avión, y un gorro de lana, buscamos una callejuela con vistas al río, para intentar ver lo que toda Inglaterra quería ver. Pero fue en vano. No había manera de no toparnos con otro edificio, por lo que decidimos volvernos al hotel.
No eran ni las doce en España y ya íbamos con el pijama puesto. En la habitación llena de moqueta. (¡Cómo no!) Imaginaros las ganas que teníamos de celebrar el 2020 que llevábamos 12 uvas para cada uno en una bolsita y 12 chuches para hacer unas segundas campanadas, a las doce de Reino Unido. Uno. Dos. Tres. Las uvas fueron desapareciendo y el 2020 se convirtió en realidad. Al menos en España. Una hora más tarde, esperando campanadas, descubrimos que en Londres se hace cuenta atrás y vimos que las 12 chuches eran una tontería. Un error de novatos, pero nos las comimos igual.
Los fuegos fueron simplemente espectaculares. Un acto digno de ser visto. Pero por la tele, como en ningún sitio. Mucho mejor que en la calle, y encima, con ese frío. Primrose Hill, Vauxhall Bridge, Monument… Anda, anda. Ya habrá muchos otros años para ir a verlo. Eso sí, a partir de ahora, mi cena de fin de año va a ser la cena que todo el mundo desea y nadie quiere admitir. Una buena hamburguesa. Encima, si no nos dejan ser más de seis, al menos le va a dar alegría. Fue una celebración de un año que prometía mucho. Un año que empezamos en Londres. Nos faltaba mucho por ver y con vosotros lo vamos a ir recorriendo poco a poco.
Sin duda, es una experiencia que recomendaría una vez en la vida. Eso sí, mejor intentad no ir a un McDonalds. Id a ver ese ambiente. Festivo. Divertido. Diferente. También, ya que estamos, os recomiendo ir a ver mis otros artículos. Espero que os gusten. 31 de diciembre. Londres. Ocho de la tarde. El verdadero quién pudiera...