8 de noviembre de 2020

It's Christmas in London baby!

     Era un día nublado ayer en Menorca. Ya era hora. Llevábamos unas semanas que solo veíamos llover en la televisión. Parecía que se iba acercando, pero nunca llegaba. Hasta hoy. Típico día de otoño que apetece manta y peli; el sol se pone a las 18 y no hay mucho por hacer. Tal vez escribir. Creo que puede ser una buena idea. Hoy no es el mejor día para salir, y al disfrutar de tan pocas horas de sol, estoy nostálgico. Nostálgico de otra ciudad donde el sol se ve muy pocas veces. 

Un pajarito me dijo que algo que podía gustar era que escribiese sobre sitios adonde fuera y recomendarlos –o no-. Al principio no sabía muy bien si hacerlo o no, pero allá vamos. Los guapos te hacen un vlog en youtube, y los buenos, pero no tan guapos, escribimos en un blog. Diferentes niveles.

La ciudad sobre la que vamos a hablar hoy podría ser cualquiera que se encuentre en el Norte. Dinamarca, Bruselas, Finlandia… Pero hay una en concreto donde tuve la suerte de poder pasar el fin de año pasado. A los amantes de Friends os sonará el: ¡it’s London baby! Entonces sabréis de lo que os hablo. En ese momento no había ni Covid, ni mociones de censura, ni Trump, ni Biden ni nada. Era otro momento, que parece muy lejano, pero fue apenas hace un año.

Solo había viajado una vez fuera de España; 2009, Roma. Un viaje que, con solo 9 años, preparamos con mi hermano como si no volviéramos a salir nunca de Menorca. Este fue similar. Además, hacía mucho tiempo que no viajábamos en fin de año. Es una sensación diferente, y eso lo notamos des del momento en que utilizas el pasaporte y no el DNI para entrar en el avión. Fue el vuelo más largo en el que había estado, pero al pasar por Francia al menos no veías mar; vivir en una isla tiene eso, que la mayor parte del tiempo estás viendo azul y más azul –ya sea el cielo o el agua-. Buscábamos Paris, pero pillaba lejos, y la Torre Eiffel no es lo suficientemente alta como para verla a 400km de distancia. 

        El avión se iba acercando a las costas inglesas y la niebla iba apareciendo. No sabías si estabas entrando en Londres o en un baño turco. Ahí la moda es llevar una hora menos, y encima, el cielo se vuelve oscuro a las 16, por lo que solo disfrutas del sol –si es que salía- durante 8 horas del día. Para un fotógrafo, la captura de la luz se hace complicada. Pero lo intentas. El coger las maletas y salir del aeropuerto fue más rápido de lo que pensábamos,  lo que no imaginábamos era lo lejos que estaba el aeropuerto, de la ciudad; dos horas en el coche y llegamos al hotel, que eso en nuestra isla son dos idas y vueltas. Demasiado. Y más después de 3 horas de avión.

El hotel era el típico hotel londinense. No sé qué pasa ahí, pero todo se llena de moqueta, incluso el aeropuerto. El metro, por suerte, y en mi opinión, funciona mucho mejor que el de aquí. Más rápido y con menos tiempos de espera, por lo que era un lujo montarse. Y el primer día, recordando que era 31 de diciembre, no se nos ocurrió nada más que ir directos a Picadilly Circus, al lado de Leicester Square. Si no habías estado nunca ahí, el frío y la cantidad de gente que había te sorprendía y absorbía. Las luces de navidad acompañaban a la multitud en un ambiente muy lejano a la tristeza y pesimismo actual. Paseabas por las calles y todo te iba sorprendiendo; la cantidad de tiendas, los restaurantes, los edificios, la gente… Y no digamos los coches; ¿qué es eso de ir por la izquierda? Increíble. Nuestra boca estaba abierta, aunque puede que fuera por el hambre. 

        El ambiente que se respiraba era el de un fin de año diferente, y aún no habían llegado ni las 11 de la noche, las 12 en España. Momento en el que brindaríamos por un 2020 lleno de alegrías y salud. Cuánto nos faltaba por saber. Y cuánto os falta por saber sobre Londres. Si no leísteis la última entrada os la dejó aquí. Nos vemos en el próximo vide… ¡ay, no! Nos vemos en el próximo artículo. It’s London baby!

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