Fue una navidad atípica, pero ilusionante por lo que llegaba el día 5 por la noche. Ese había sido mi primer año en Madrid, lejos de mis padres, con nuevos amigos, nuevos compañeros de clase y todo había cambiado. Pero había llegado Navidad, y con eso, volvía la normalidad y volvía yo también a casa, como El Almendro -y quien no haya entendido la referencia que busque; vuelve a casa vuelve, en Google y sabrá de qué le hablo. Ay siñor…-.
Hacía un par de meses que esperaba al día 5 de enero. Un día de otoño en la capital, comiendo unas lentejas del menú de la residencia, unas cuantas se me atragantaron al oír un mensaje de mi padre que me decía que le habían propuesto participar en la cabalgata del pueblo como rey Melchor y necesitaba dos pajes; evidentemente, había pensado en mi hermano y yo. Me dejaba pensarlo un par de días antes de decir algo. ¿Qué coñ* pensarlo? Lo tenía más que pensado des del momento que lo escuché. La respuesta era un sí; un sí como una catedral de grande, y si es como la Sagrada Familia, que aún no se ha terminado, mejor. Era la mejor noticia que me podían dar, y a un navideño como yo, no le podía hacer más ilusión. Encima de Melchor, que era nuestro rey favorito. Y el de casi todo el mundo. El pobre Gaspar no se come un rosco.
Ese día comimos rápido; un bocadillo era suficiente. Éramos magos, y nada iba a poder con nosotros. Ni el frío, y menos, el hambre. Tocaba vestirnos, y el traje, que ya nos habíamos probado, nos venía como un guante. Bueno, uno sin dedos, porque con tanta ropa iba un pelín estrecho, y los zapatos eran imposibles de poner.
El primer punto de la ruta era el geriátrico. Ver toda esa gente mayor encerrada conmovía. Eran chicos de 8 años encerrados en un cuerpo de mayor. La ilusión era la misma, pero habiéndolo vivido toda una vida. Lo pasamos mal, ya que no era muy agradable verlos pasándolo de esa manera, pero fuimos recorriendo habitación a habitación, acompañando a nuestro rey, dándoles una pequeña alegría. Algunos sería la última vez que los verían, pero te recibían todos con una cara por la que valía la pena hacer todo ese recorrido.
El siguiente punto de encuentro fue el hospital, con gente que lo vivía de otra manera. Gente que se había roto la pierna, niños pequeños a los que habían operado, o mayores que pasaban ahí unos días por si acaso. Hasta uno nos preguntó si éramos reyes monárquicos o republicanos, que si éramos monárquicos no nos quería, ya que él había vivido para ver alguna vez en su vida, unos reyes que no fueran monárquicos. Algo muy de aquí ese pensamiento. Nos reímos, algo que necesitábamos después de haber pasado por algún momento malo.
Finalmente tocó visitar la base militar, llena de niños y nos metimos en el barco, para dar la vuelta al puerto y llegar donde la multitud nos esperaba. Oías chillar a los niños y sentías como los pelos se iban erizando. Bajamos del barco y nos habían hecho un pasillo. La gente se agolpaba sobre las barreras y ni Cristiano Ronaldo era tan esperado entre sus fans. Sabías que acompañabas a la persona más deseada del mundo en ese momento y eso molaba un montón. Yo me dispuse a tirar todos los caramelos posibles, y los niños lo agradecían.
50kg de caramelos, una carroza y 1h y media por delante. Eso era lo que nos esperaba a los tres. Veías a amigos y seguías tirando caramelos, pero con lo que te quedabas era con todas las sonrisas de los niños que horas más tarde te esperarían en casa. Eso ya no lo íbamos a hacer, la verdad, porque mágicos sí, pero tontos no. La noche de reyes, cada uno en su casa. El trabajo duro ya lo dejamos a los reyes verdaderos y sus camellos.
Al día siguiente, nos levantamos y todos los regalos estaban ahí, bien puestos bajo el árbol. Esa es la mejor sorpresa de todos los años, aunque leer un artículo mío el día de reyes, no está mal tampoco. Fue uno de los días más especiales que recuerdo, pero espero que no sea la única vez en mi vida. Eso sí, la próxima como Melchor, sino no vale. Este año, ya sea en paramotor, en jeep, en caballo o vespino, se mantiene la ilusión. Es adaptarse o morir. Espero que hayáis sido buenos y os traigan lo que habéis pedido, que no mucho, pero muy bueno. Recordad a poner los zapatos debajo del árbol y dejar algo de comida, que sino no pasan. Yo ya tengo el mío. Y si os traen carbón, no importa, comprad salchicha, chuleta y verdura, que sale una barbacoa de locos. Felices reyes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario