Son las seis y diez de la tarde. Estoy sentado en el McDonalds del aeropuerto de Madrid. Solo, escribiendo. Me estoy comiendo unas patatas para hacer tiempo. Ha sido un fin de semana largo; lleno de aventuras y felicidad; con la mejor compañía y con ganas de que fuera eterno.
Son las seis y diez de la mañana del jueves y la situación era similar. No había McDonalds, pero el sueño y el cansancio eran el mismo. Estaba montándome en un avión y no tenía ni idea de lo que me esperaba estos 3 días y pico. Madrid era nuestro destino; esa ciudad loca, agobiante e inesperada, a la vez que preciosa, acogedora y viva las 24 horas del día. Bueno, 17 horas del día (las otras siete se las come el toque de queda).
Cristina también venía, aunque ella llegaba más tarde y a Atocha. Era su segunda vez en tren a Madrid y la primera que tenía que salir sola. Se perdió. Fue nuestro primer contratiempo. Entre gente con maletas y abrazos de reencuentros la encontré. Rubia, con su bolso y su maleta, y tan guapa como siempre. Qué bonica estaba. Nos rugía ya el estómago y no se nos ocurrió otra cosa que ir a El Brillante a desayunar. Bar madrileño típico, con sus bocatas de calamares y tostadas de jamón y queso. Lo que no fue normal fue la clavada a primera hora de la mañana por dos trocitos de pan y dos cafés.
En el transcurso de una hora nos pararon de la tele para una entrevista, vimos una manifestación en el congreso e hicimos el Check-in en el hotel. Era pequeño, en Calle Montera, y al contrario de lo que pensáis por lo de calle Montera, no ha habido ruidos raros de otros pisos al lado por la noche. Será que teníamos la Policía justo enfrente. Suerte que no nos los queríamos cruzar por si acaso.
En estos tres días hemos tenido tiempo de todo; nos hemos perdido por las calles de Madrid cogidos del brazo como dos abuelos; hemos ido de compras (al menos ella, a mi no me han dejado mucho); hemos ido al Sumo a probar nada más y nada menos que 16 platos de sushi, de los cuales yo me comí 10 mínimo; hemos paseado por Plaza Santa Ana, un sitio en el que yo no había estado nunca, y mira que está céntrico; hemos comido los deliciosos manolitos en Alonso Martínez (nada más que añadir); hemos visto La Isla de las Tentaciones con nuestra copa y nuestros Papa Delta -la verdad que nunca imaginé que eso estaría tan rico-.
También hemos desayunado en el ya famoso y conocido por influencers Café Comercial -si no podéis ir, seguramente sea porque reservan todas sus mesas a los brunch, por el módico precio de 28€ nada menos. A nosotros nos bastó con un sandwich, una tostada y un café, as always. Hemos podido ver toda la Castellana sin mover un pie del coche; tomamos unas cervezas con mis amigos de mi ex-uni; nos ha tocado sufrir el frío de una Filomena 2.0, sin lluvia y sin nieve. Pensaréis así que nos ha hecho buen tiempo, y así es, pero el frío que ha hecho ha sido increíble; hemos paseado por el Retiro, tomándonos un tinto de verano al lado del lago; hemos hecho fotos; hemos andado y andado, más que nada para evitar el metro y sus grandes multitudes. Ese sonido de fondo de “próxima parada... correspondencia con” se ha echado de menos; hemos comido en el Zielou, que mejor os explico qué tal otro día; conectamos la tele del hotel a Internet, como dos hackers de Silicon Valley; tomamos a “cervecita” in Plaza Mayor, como habría dicho Ana Botella si fuera un poquito más madrileña -qué es eso de un café-; hemos reído, nos hemos querido, y todo esto y mucho más han hecho del finde, unos 3 días mágicos que podremos recordar y contar dentro de muchos años.
Escribo todo esto en el aeropuerto porque necesitaba sacar todo eso en palabras antes de solo tener las imágenes en mi cabeza o en Instagram. Normalmente dicen que cuando uno se lo pasa bien no sube nada. Creo que le doy la razón a este ser, porque lo último en lo que piensas es en coger el móvil y estropear el momento. La despedida ha sido horrible, como siempre. Andar por el Paseo del Prado -en medio de la carretera, algo raro- sin ti, ha provocado que las lágrimas cayeran sin querer desde el minuto 1 después de que cruzaras ese control de equipajes. ¿Cuándo nos volveremos a ver? Pronto, no lo dudo. Todo depende de Pedrito, que espero que sea bueno y coherente. Hasta este día cercano, me quedo con nuestras conversaciones sobre cualquier tema que nos salga sin importar qué piense el otro, conversaciones sobre el futuro, me quedo con tus caricias, tus besos a medianoche, con nuestras risas tontas, con tus botes de maquillaje por todo el baño, con tus quejas matutinas, con tu sonrisa y contigo. Qué suerte tuve y tengo cada día. Te esperaré llegar siempre en nuestro Atocha particular.
P.D. Por cierto, también he podido ver el futbol contigo, que no juntos, un gran avance para nuestra relación. La próxima vez verás al menos 5 minutos. Después de estos días, me quedaría siempre con Madrid. Aunque si me dan a elegir, me quedo más contigo. Siempre. Como espero que vosotros os quedéis conmigo en esta entrada, por algo melancólica que sea. Gracias, como siempre. Son las siete y cincuenta, y sigo esperando para embarcar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario