Son las 8.30 de la mañana. Siempre he sido de escuchar música y me la pongo para todo. Acostumbrado a escuchar de todo, hace unos meses, me encontré un podcast del que me había hablado mi tía varias veces: Nadie sabe Nada¸ improvisado por Berto Romero y Andreu Buenafuente. O Andreu Buenafuente y Berto Romero. Como queráis, total, son inseparables.
Nunca me había puesto a escuchar un podcast, y menos uno que se emite en la radio. La radio es ese medio que, aunque se haya tenido que adaptar muchas veces a los nuevos tiempos, sobrevive. Hace 50 años, un hombre que trabajaba en la radio era una persona trajeada y con bigote inmersa en una profunda intriga y desconocimiento por parte de la gente. Actualmente, los programas tienen un canal de Youtube, su perfil de Twitter y puedes asistir como público. Todo ha cambiado mucho, pero es verdad que esa atmósfera íntima y mágica que provocaban dos locutores en una sala llena de moqueta con dos micros tenía su gracia.
Andreu y Berto serán muchas cosas, pero hay que reconocer que son muy buenos en lo suyo. Tal vez no llevarán trajes, ni serán dos señores con un vozarrón que destaque, pero su larga carrera habla por sí sola. Son dos comunicadores en toda regla, y ya sea en un programa de televisión o en la radio, saben cómo captar nuestra atención. Su programa, que empezó en 2015 y ya cuenta con más de 300 programas, se basa en la improvisación. Ellos mismos lo dicen, ¿qué puede salir mal? Pues ea, ahí lo tenéis: 6 años emitiéndolo. La verdad que no se pueden quejar. Entre los pasillos de los estudios se juntan con personajes como Àngels Barceló, Pepa Bueno, o Carles Francino, entre otros. No sé si os da la misma sensación que a mí, pero, los de La Ser tienen nombres que sabes que son de izquierda, ¿no? Luego tenemos a Broncano, que es como es y rompe todos los moldes. Entran en su plató, y junto a una botella de agua se dedican a dar respuestas a temas que propone el público por redes sociales. Parece fácil, sí. Sé que ahora todos podríais ser locutores, pero lo difícil es que la gente te escuche. Que la gente esté tan interesada en lo que haces como para que vayan llegando preguntas 6 años después semana tras semana, y que cada sábado tengan el plató lleno. Eso es lo difícil, y es lo que consiguen.
Todo esto me sirve para introducir el tema del que quería hablar. Ellos son cómicos natos, y como cómicos, todo se lo toman a risa. Cualquier tema para ellos es como un juguete para un niño. Lo manosean como quieren, lo destrozan, lo vuelven a recomponer y le encuentran mil puntos de vista distintos. Esa indiferencia con todo que muestran cada sábado, que es la que deberíamos tener todos, a veces hace que alguna respuesta no siente bien a alguien. Evidentemente es normal que un comentario no le guste a todo el mundo, pero ¿cuánto de gruesa es la línea que separa lo ético de lo inmoral para los cómicos? ¿cuándo se pasa esa indiferencia y se convierte en ofensa? ¿hasta cuándo se puede considerar libertad de expresión? ¿cuándo pasa de chiste a mala broma?
De cada vez tenemos la piel más fina, y eso se nota en Twitter. Cualquier cosa que no nos gusta, nos ofende. La persona que nos la dice es un impresentable (para ser correcto, que, si digo algo más fuerte, mi madre se enfada) y le tenemos que contestar, porque, ¿quién se cree para decirme algo con lo que no estoy de acuerdo? Y esto pasa con todo: política, amigos, compañeros de trabajo, colegios… Así nos va, y eso es un mal de las presentes y próximas generaciones. Nos hemos convertido en seres intolerables y por eso nos cuesta ponernos de acuerdo. Berto y Andreu se han metido con los vascos, con Ayuso, con otros actores, con la gente que va de público, con la independencia, con Sánchez… ¿Lo dicen enserio? Posiblemente no. Al 90% no, pero ¿por qué nos molesta tanto? Total, es un programa de humor, y cualquier cosa que se diga, debería enmarcarse en un contexto de humor. Son dos tíos, con un café en la mano, que van sacando temas, dejando libre su imaginación. Si un futbolista saca un tema interesante, no nos lo creemos porque es futbolista y es tonto, entonces, qué problema hay en que lo diga un cómico si será una broma segura. Es verdad que habrá temas en los que se podrán hacer más bromas y otros en los que menos, pero ese es el mal con el que viven los cómicos. Un cómico intenta ser crítico y ver las cosas desde un punto de vista que el resto no tenemos; por algo son cómicos, y no periodistas. Si tuviéramos en cuenta que todo lo que decimos puede herir a alguien, no diríamos nada. El papel del cómico no existiría, y posiblemente nosotros como personas, tampoco. En este grupo también englobaríamos a programas de televisión como La Resistencia o La Vida Moderna, otro podcast presentado, entre otros, por David Broncano. Profesiones complicadas.
El resumen es simple: tu libertad de expresión termina cuando empieza la mía, pero hay que aprender a tragar y relativizar. De no ser así, vamos a convertirnos en un país monótono, donde solo podremos hablar del tiempo que hace y poca cosa más, porque el resto nos va a molestar todo. Y así se consigue que la gente no piense por ella misma, no tenga opinión, y obedezcamos cualquier cosa. Recuerdo cuando Dani Rovira presentaba los Goya. Él decía que al día siguiente no solía mirar las redes, porque le llamaban de todo menos guapo. Yo quiero tener sus coj****. Sabes que te criticarán y aún así, presentas la gala. Si no, lo único que me queda es callarme y no decir nada. Aquí tendríamos que recordar a Aristóteles, cuya frase que ya he comentado alguna vez, “el ser humano es un ser social”, se volvería más real que nunca.
Si hablamos, nos ofendemos. Si no hablamos, dejamos de ser personas. La solución es simple: sé y deja ser feliz. Escucha la música que te dé la gana; viste como quieras; sé del equipo que te apasione; enamórate de quien te salga de allí; sal con tus amigos; disfruta de tus hijos; ve a trabajar con alegría cada día; critica lo que quieras; aguanta que te critiquen, que por algo somos iguales. Y finalmente, lee. Lee lo que quieras, y si es este blog, mejor.
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