Puede que haya sido uno de los peores septiembres que recuerde, y cuando me tocó pensar en un regalo para mi futuro cumple, me auto-compré el billete para ir a mi segunda casa sin pensarlo ni un segundo. No vienen mal los autoregalos de vez en cuando, os los recomiendo.
Llegar a Madrid y ver sus calles bañadas de naranja por los últimos rayos que lucía el sol a través de las ventanillas mojadas por la lluvia me hizo sentir que tenía 5 años y llegaba por primera vez a ese desconocido sitio. Era como si no hubiera pisado nunca la ciudad. Si habéis visto Tú a Londres y Yo a California, mi sensación era la misma que Annie, o Hallie, no sé cuál de las dos gemelas era, llegando a Londres por primera vez. Todo parecía nuevo y a la vez era todo conocido; Avenida América, Goya, Fuencarral, hasta Galileo. No había calle que no me resultara familiar, y mira que la mitad no las había pisado en la vida.
En casa -bueno, no en la mía, sino a la que iba- me esperaba mi querido amigo Rafel, amigo de la (casi) infancia, que lleva 4 años detrás de una ingeniería industrial que le está quitando el sueño, y el pelo. Eso sí, siempre con una sonrisa en la cara, que eso se agradece. Hacía un mes y algo que no nos veíamos, y durante el año pasado nos han dejado vernos poco. Es uno de esos amigos que siempre estará ahí, tenga un buen día, o el peor en años, pero siempre está para ayudarte, para hacerte reír o para hacerte un chiste de los suyos, que suele ir orientado a sus partes íntimas y poco agradables.
Madrid también ha conseguido que me reencuentre con mis amigos de la universidad. A estos hacía casi un año que no los veía, y juntarnos todos (los que estábamos) para ir a comer y tomarnos algo quitó un poco esa espinilla que tenía de no haber podido despedirme nunca de ellos. El Covid llegó de imprevisto, como igual de improviso fue mi vuelta a Menorca y el cambio a otra carrera. Y ellos se quedaron ahí, sin el menorquín que dio nombre a nuestro grupo de amigos. Fue una terapia de grupo en la que todos fuimos contando nuestras historias, riéndonos, comiendo y bebiendo, algo que siempre ayuda en cualquier tratamiento. Ellos fueron el mejor psicólogo que uno necesitaba tener en ese momento, y encima me regalaron un par de cosas de ropa, que, para no verme en año y medio, atinaron suficiente en el gusto. ¡Así da gusto!
A la terapia psicológica, se unió también la parte física. Mens sana in corpore sano. No fui a correr, ni a jugar a baloncesto, ni siquiera estuve haciendo flexiones, pero hice algo que me daba vida entonces, y me la sigue dando ahora. Madrid tiene ese algo, que andes por donde andes, vas a encontrar lo que buscas. Yo me bajé del metro en Príncipe de Vergara, que por quien no lo sepa, está al otro lado del Retiro y andando, no sé cómo, llegué a Moncloa. Pasito a pasito, pasé por Goya, Colón, Alonso Martínez, San Bernardo… Iba buscando un metro que me llevara directo, y al final mis pasos me llevaron a casa. ¿El metro? ¿Se come? Paseaba por la calle y ese bullicio, ese olor característico a ciudad cosmopolita, esas luces de las tiendas, ese sonido de los coches pasando a tu lado, me iban entreteniendo a pesar de no llevar ni música, ni batería casi. Sin el móvil se podía vivir, y yo hasta ahora no lo había descubierto. Fue una hora de trayecto. Esos 4km consiguieron olvidarme de todo y centrar la mente en ese paseo, en cada uno de los 12.315 pasos que di (es broma, ni idea de los pasos que di, la verdad). Yo no sé vosotros, pero leer “El monje que vendió su ferrari” me está afectando más de lo que pensaba.
Este finde hemos salido de fiesta; he dormido en un sofá que a pesar de su condición me ha sido bastante cómodo; me he comido un McAitana con mis amigos de Menorca; he conocido a nuevas personas y amigos, que siempre viene bien y te alegran los días; he vuelto a estar en contacto con Luna, aunque sea por teléfono, que hacía mil años que no escuchaba su voz; hemos hecho vida de turista y comprado libros y discos de vinilo, y hemos comido. Mucho, mucho (me llevaría mil cajas de manolitos, jo).
Por todo esto, repito: Madrid es alegre, acogedora, bucólica y terapéutica. Madrid te sirve el día más feliz de tu vida y el más triste. Madrid es apta para todas las edades. Tendrá sus más y sus menos, pero lo que tú buscas, estará. Al menos, lo que busco yo, lo tiene. En un tiempo volveré, eso lo tengo más que claro, solo espero que no haya cambiado. Espero que sigan sus calles verdes, sus edificios marrones, sus cielos azules y sus calles repletas de gente.
¿Habéis sentido alguna vez esa sensación de estar en el sitio correcto en el momento exacto? ¿Esa sensación de saber que ese es tu lugar? ¿Esa misma sensación que sientes cuando eres pequeño y estás en tu casa con tu familia y amigos? Esa es la sensación que me viene a mi al pisar Madrid cada vez que vuelvo. Porque a Madrid ya no voy, solo vuelvo.
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