Este fin de semana han venido mis padres a Madrid, y no sabéis las ganas que tenía de verlos. Hacía dos meses que no los abrazaba, no me reía con ellos ni disfrutábamos del placer de comer juntos, y estos 3 días han servido para recargar pilas. Ezequiel y Daiana me dirán que ellos hace 2 años que no ven a los suyos, y yo sé de una que se habría muerto si nos pasa eso.
Madrid es una ciudad que hemos visto ya mucho. Los rincones típicos nos los conocemos de pe a pa, y sin embargo, siempre descubrimos algo nuevo. La ciudad siempre te sorprende. Y esta, aún más. Había que buscar alicientes nuevos, motivos por los que seguir descubriendo, y lo hemos conseguido.
El primer día le tocó a la Velázquez Tech. Exposición que se ha sumado a la moda de realizar un paseo inmersivo que te adentra en el mundo del autor y sus Meninas. Diego Velázquez (con el de Silva de por medio), nos enseñó el verdadero motivo de su cuadro y el porqué lo más importante somos nosotros. Foucalt decía que lo más important residía en su centro, en ese espejo en el que salen los reyes. Dalí decía que, si hubiera un incendio en el Prado, él salvaría el aire. El aire de la sala donde reside el retrato de la familia de Felipe IV -he tenido que buscarlo, porque había puesto la de Carlos IV, algo posterior perteneciente a Goya, para que veáis el lío de nombres-. Las meninas, seguramente, sea el cuadro más conocido de ningún pintor español, y hay que estar orgullosos. Un domingo por la mañana, con el sol reinando el cielo de Madrid, siempre es buen momento para entrar en esa sala, aunque sea en segunda fila, observar el marco, pensar en tus cosas, y despejar la cabeza. Aunque hayas visto mil veces ese cuadro, siempre merecerá la pena volver. Y volver. Y seguir volviendo a recordarlo. Aunque permanezca inerte, sin cambios.
El segundo día le tocó el turno al Palacio Real. Realmente extraordinario. Tengo el vago recuerdo de ir cuando tenía 10 años. Ese verano en el que ganamos el Mundial. Una edad corta a la que ya te enteras de lo suficiente para reconocer la belleza de ese palacio, pero demasiado corta como para disfrutarlo todo. El sábado lo pudimos disfrutar, saborear, oler, sentir en cada una de sus salas. Mucho dinero en cada una de ellas, luz en sus galerías, y secretos que nunca viviremos. Siempre he pensado en qué haría yo si viviera ahí. La idea de correr en pelotas por el pasillo siempre me ha seducido, pero hace demasiado frío como para desear una neumonía. Coronas, soledad, cuadros y mil ojos mirándote creo que harían de mi estancia en palacio una severa penitencia. No me gustan los espacios grandes vacíos, y ese, la palabra grande se queda pequeña. Aunque me atrae la idea de tener 10 baños y probarlos todos. Algunos tenemos manías que no se pueden perder, ni tampoco explicar. De la visita me gustaría recordar, aparte de la gran explicación que nos hizo la guía -que fue un 10-, los huevos gordos de Carlos IV. Tan gordos que le llegaban al suelo paseando por la galería. Para los que hayan ido, recordarán que en la entrada principal hay una escalera, muy señorial, con una bóveda rellena de una pintura que seguramente valga más que yo toda mi vida. En un momento de su vida, le dijeron que tenía que cambiar de habitación por no sé qué motivo, y él, con toda su cara, dijo: yo no cambio nada. Me giráis las escaleras, y lo tenemos solucionado. Y este es el motivo por el que, al subir la escalera, el cuadro se ve del revés, y no como toca. Por los huevos del rey Carlos IV. No tuvo suficiente con perder todo lo que sus antepasados habían conquistado.
Por la tarde fuimos a la exposición de Tutankhamon. Una experiencia multisensorial de la que recordaremos el laberinto, la sala de realidad virtual (y el mareo que cogimos volando por Egipto con un águila al lado) y la foto de papá con su recreación como faraón. No tiene desperdicio. Hay imágenes que no se olvidan, y esa es una de ellas.
Finalmente, el último día tocó una visita que teníamos pendiente desde hace mucho tiempo. Y cuando digo mucho, es mucho. 13 años. Desde ese verano del Mundial. La visita al Monasterio de las Descalzas Reales (fundado por Juana de Augsburgo, hija de Carlos V, que es anterior a Carlos IV) era algo que a mi madre le hacía mucha ilusión. Ver qué había dentro de ese edificio, los cuadros que guardaban, los jardines que tenían… La cuestión es que no llevábamos 5 minutos, y el niño de delante lo entendió a la perfección. Hizo lo que todos hubiéramos deseado. Fingir mareo y salir de ahí. Nada como tener 8 años. La pobre hermana no fue tan lista y se comió la visita entera. De ahí nos quedó claro que nadie se mete con la de seguridad, que las monjas del pasado debían ser muy bajitas y que todo hacía referencia a iconografía tradicional y a la contrarreforma. Esas dos palabras las iba soltando cada pocos minutos el guía sin venir a cuento. A parte, según él, los pintores del siglo XVII pintaban diferente a los del XV (menudo fenómeno historiador), ni mejor ni peor, pero que cuando querían, pintaban bien. Esto, según él, hacía que los cuadros de autores como Goya, que son menos precisos, no estuvieran tan bien como los del Bosco. Este guía tenía los mismos huevos que Carlos IV. La visita fue de 5 justito, pero lo que nos hemos reído los dos días restantes no tiene precio.
Y, por cierto, no dejemos en el olvido la manía de muchos museos de: prohibido hacer fotos. Guapos, la tenéis subida a Internet… ¡Qué más te da que la haga sin flash con el móvil! Y encima, por que te pongas borde, no te voy a hacer más caso. Es que estás mirando el Whatsapp y ya te vienen con la frase, que parecen un disco rayado. Seguro que en su casa su marido les dice: buenos días, y ellos le responden con: perdona, no se puede hacer fotos. Siempre se tiene que hacer una así de escondidas para joder. Aunque sea un selfie y salga borrosa. Pero por joder, lo que sea. El claustro lo tengo en mi carrete. Que es de lo poco potable ahí adentro. Luego te vas a París y el Louvre lo puedes fotografiar como te de la gana.
Han sido muchos nombres, de los que algunos recordaré su inicial, o simplemente borraré, pero ha valido la pena. Cuando dejemos de ser estudiantes, eso sí, se ha terminado visitar nada, porque madre mía, cómo han subido los precios… Termino recordando una cosa: no hay nada como ser niño. Ya lo sabéis, cuando no os guste algo, mareo y para casa. Si así veo más a mis padres, creo que lo puedo intentar. Aunque ya sabéis que mi casa está siempre abierta para vosotros, y para el que quiera (fuera de familia solo con cita previa). Al blog, estáis siempre invitados. Y yo agradecido. Agradecido de que mis padres estén conmigo en las buenas y no tan buenas, de que me quieran, ayuden y aconsejen. Agradecido de que Cris haya vuelto de Italia. Y agradecido de vosotros, por leerme. Por que siga escribiendo. Y porque esto me alegre las semanas como hasta ahora.
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