El primer resultado que apareció en nuestra pantalla del móvil fue El hombre pez. Buen nombre. Ya era una buena señal. Estaba relativamente cerca de casa, que esto en Madrid podría indicar un radio de todo lo que entre en la red de metro, y reservamos. Vivimos en un mundo en el que, si no reservas, siempre nos quedará un buen McDonalds. Que yo, encantado, pero no era nuestra intención. No sé si será el Covid, la impaciencia, o la necesidad de la estabilidad, pero cuesta mucho decidir un lunes lo que quiero cenar el fin de semana siguiente. Fueron 15 minutos de agradable paseo por las calles del barreo en los que descubrimos la zona de Núñez de Balboa, y un poco más de la calle Juan Bravo, por la que ya habíamos pasado otra vez. Aunque si me tuviera que quedar con una cosa, sería con el aire que corría.
Llegamos a nuestro destino, y al pasar por delante de la puerta, pensamos que nos habíamos equivocados de lugar. Miramos el rótulo, y no, era correcto, por lo que ya pudimos observar por dónde iban los tiros. Cris iba perfecta, yo en cambio, me faltaba una camisa un poco más arreglada. Aunque dentro había un niño con la camiseta del Madrid, así que podía estar tranquilo. A ese niño le daba igual si era un sitio pijo o no, él iba con su equipo y con Vinicius hasta el fin del mundo. Dentro de mi resonó un Hala Madrid que no puedo reprimir en estas líneas.
Nos acompañaron muy gentilmente a nuestra mesa y nos explicaron cómo funcionaba todo. Era un restaurante de comida fusión, y aunque todos pensaréis que era de la india y la comida japonesa, muy habitual en todas las fusiones, la mezcla la hacían con la comida cántabra. Muy original. La decoración, perfecta. Atención, más que sublime. Vino muy rico, aunque aún no sé cómo funciona esto de olerlo antes de que te pongan más. 3 platos máximo. Luz tenue. Servilleta de rodilla y compañía insustituiblemente perfecta. Una vez con la carta en las manos nos decidimos nada más y nada menos que por las recomendaciones del camarero: croquetas de solomillo Tikka Masala; rabas de calamar, y un butter chicken que no voy a olvidar en mi vida.
Con el aperitivo ya vimos que era el mejor restaurante al que habíamos ido. De esos que sabes que vas a volver. Se nota en cada bocado. Lo sientes. Y cuando llegó la comida, lo confirmamos. El mejor restaurante, sin duda. Uno de esos de una vez al año que sino te hace daño. El pan con cebolla que pedimos estaba riquísimo, aún mejor mojado en la salsa del pollo. Nunca sabré la diferencia entre el butter chicken y el Tikka Masala, aunque no sé por qué, imagino que tiene que ver con la "butter". Lo que me quedó bastante claro es que cuando aparezca la palabra Madras en un plato, mejor evitarlo si no queremos dormir toda la noche entre la tapa del váter y el suelo (no fue nuestro caso, que ya vimos por dónde iba el camarero y decidimos que si avisaba es porque picaba mucho). Tras pagar y decidir volver a casa, bajamos Velázquez hasta nuestra calle, camino en el que aprovechamos para bajar un poco la comida antes de irnos a dormir. Y menos mal.
Mola celebrar en sitios así. Mola celebrar haber terminado el curso. Mola celebrar la vida. Mola la comida hindú. Mola celebrar que ya falta poco para nuestras deseadas vacaciones. Mola celebrar la felicidad. Mola celebrar el amor. Mola celebrar contigo.
☀️☀️
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