19 de noviembre de 2023

Soldados de Salamina.

Fue en octubre de 2023, ahora hace más de un mes, cuando oí hablar por primera vez del fusilamiento de Rafael Sánchez Mazas. Puede que el nombre no os diga mucho, y en ese momento, a mí tampoco me decía gran cosa. Me encontraba vagando entre los pasillos de una de esas librerías que suelo frecuentar, cuando tropecé con el libro que hoy traigo a colación. Soldados de Salamina me cautivó no solo por su editorial -de la cual soy amante-, sino también por su trama. La Guerra civil. Finales de 1939 en tierras catalanas. Javier Cercas. Todas las señales que necesitaba para decidirme a comprarlo estaban presentes a la vez en ese libro. Y así, me lo llevé conmigo.

        Hace un par de meses terminé Santander, 1936., y disfruté de lo lindo con la historia, con esa familia, con la extraña naturalidad con la que el autor relata algo tan atroz como lo sucedido. Unas semanas después, coincidiendo con la feria del libro, compré Días de llamas, siguiendo la estela de un mismo tema que me tenía cautivo. Este último, en total contraposición a la perspectiva del primero -siempre es necesario contar con ambas visiones-, permanece en la cola de libros por leer. Y en ese día, del cual solo recuerdo la lluvia, Soldados de Salamina y la historia de Sánchez Mazas cayeron en mis manos.

Al haber sido uno de los últimos en llegar a mi biblioteca, no tenía más remedio que esperar su turno hasta que pudiera sumergirme en sus páginas. El dilema principal de cualquier lector. Los mexicanos dirían no comas ansias, pero con los libros es una tarea imposible. Al igual que me ocurre con las patatas. Sin embargo, surgió la azarosa casualidad de que un día en Pérgamo, entre las recomendaciones que le hicieron a un chico que estaba como yo, perdido en ese laberinto de montañas de deseos infinitos repletos de palabras que aguardaban para ser descubiertas, resonó el nombre de Salamina. Es lo único que acerté a escuchar. No lo tenían. Lástima. ¡Pero yo sí! Y así, con algo de trampas, decidí saltarme la cola y embarcarme en la novela de Javier Cercas. 

        Unas tres semanas después, con pausas intermedias que no carecieron de su peso, la novela ha llegado a su conclusión. A un punto final que, al igual que en 1939, fue oasis, descanso, fue tristeza, desazón. Todo, claro está, depende de la perspectiva desde la cual se observe. La trama gira en torno a Sánchez Mazas, fundador ideológico del falangismo, y su suerte esquiva al fusilamiento. ¿Quién fue el que decidió salvarle la vida, incluso sabiendo quién era? Un héroe. Y aquí entra la cita que me dejó embelesado y mereció que por primera vez subrayara un libro: “un héroe es alguien que tiene el coraje y el instinto de la virtud para no equivocarse. Un héroe es el que no se equivoca en el único momento en que importa no equivocarse. Héroe no es el que mata, sino que el que no mata o se deja matar”. En la obra, este héroe es un ancianito que danza al compás de Suspiros de España, aunque bien pudieron ser muchos. Un solo disparo habría sido suficiente para cambiar la historia. Y resulta que el disparo que no se efectuó fue más trascendental que los miles que sí resonaron. 

En un mundo contemporáneo donde el ego prevalece sobre todo lo demás -recordemos que supuestamente íbamos a salir mejores de la pandemia-, la importancia de ese no disparo se hace evidente, especialmente en regiones como Ucrania o Gaza. Qué importante sería la figura de ese héroe. Qué necesaria. Aunque baile al son de Suspiros de España en una caravana en medio de los Pirineos. Con el paso de los años, los héroes serán cada vez más escasos. Porque, como dice Bolaño, esos héroes mueren en la batalla. Sin embargo, mientras alguien los recuerde, no habrán perecido del todo. Quizás sean ellos mismos los que se aferran a nuestra memoria para evitar morir del todo. 

        Y aquí tendré siempre especial recuerdo para esa persona que en su momento fue mi héroe: mi tío. Un héroe vestido con jersey de pico y camisa. Un héroe vestido de músico del siglo XX. Un héroe del que no recuerdo su voz, pero sí tengo largos destellos de momentos junto a él. Ahora, ahí arriba, como Miralles, camina con una bandera que no es de su país, sino que es de un país que es todos los países y que sólo existe porque él la levanta, desharrapado, polvoriento, anónimo, infinitamente minúsculo en aquel mar llameante de arena infinita, caminando hacia delante, sin saber muy bien hacia dónde va ni con quién va ni por qué va. Siempre hacia delante. 

A diferencia de Cercas, al repasar estas líneas, no me encuentro en un vagón de tren con un whisky de regreso desde Francia, pero mi habitación en un piso de Chamberí no está nada mal. En absoluto. 


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