Andaba yo por la mitad de Los detectives salvajes, libro que ya comenté por aquí hace unas semanas, cuando uno de los amigos literarios de este pequeño grupo que se ha formado llamado “Albricias librescas”, evocación de nuestro querido Don Quijote, me propuso la futura lectura de uno de los clásicos de Bolaño. Bolaño, singular. Que no Bolaños, nuestro ministro.
Yo, poco puesto en ese tipo de literatura, recientemente introducido a la corriente latinoamericana, acepté por crear un vínculo. Interesado, por supuesto, en Bolaño, aunque no sabía nada del libro, y aún menos sobre su longitud. No había 2666 páginas, pero superaba el millar, algo inusual, exótico, repelente. Pero era un reto. Tenía que ser un reto.
Las 400 páginas restantes de Los detectives fueron efímeras, y en menos de una semana estaba empezando la obra póstuma de un escritor que pretendía publicar ese libro fragmentado en 5 partes. Entiendo por qué, pero menos mal que el editor hizo caso omiso. Imagino que una vez muerto, sintió que podía hacer lo que quisiera: nadie se le iba a quejar.
2666 ha sido una experiencia en su totalidad, que ha durado un mes físicamente y en mi cabeza, se va a quedar para mucho tiempo; con momentos tan buenos de no poder parar de leer y momentos en los que, incluso no diciendo tanto, mantenía esa intriga, ese sufrimiento. El escritor chileno que por lo que he leído, pasa más tiempo en México que en Chile, consiguió que una monótona parte sobre asesinatos se convirtiera en una de las críticas sociales más metafóricas que se hayan escrito; que 4 teóricos locos por un autor prácticamente desconocido se conviertan en sus 4 apóstoles de una forma inesperada -dato que entendí tras leer la novela y hablar con uno de los lectores más feroces que conozco-; que cualquier persona que haya querido escribir alguna vez en su vida sienta lo que sintió ese alemán que tras vivir lo que vivió, intentaba publicar sus novelas sin mucho éxito; consiguió escribir una obra de 1200 páginas en las que podría decirse que no sobra ni un punto, ningún adjetivo, y tampoco ninguna sus comas.
Evidentemente no es un libro que recomiende a todo el mundo. Mis padres, por ejemplo, han dicho que les sobran 700 páginas. Entendible. A mi hermano, las 1200. Y si os soy sincero, cuando vi ese tocho negro editado a la perfección por Alfaguara, un poco más y me eché para atrás. Pero era un reto para mí. ¿Qué mejor forma para entrarle a la literatura de ese realismo tan mágico como el de Bolaño que con una de sus obras cumbre? Lo compré. Y no me arrepiento. Creo que no me arrepentiré nunca de haberle dicho que sí a Dani, porque ese libro no ha sido solo la apertura a un mundo literario distinto y nuevo para mí, sino también a un grupo de personas de las que se puede aprender cada día. No sabéis la de recomendaciones que me llevo de ese grupo, incluso alguna de las próximas lecturas que podréis ver en este, nuestro querido blog.
Creo que no hace falta que comente mucho más. Bajo mi punto de vista, este libro merece que cada persona entre en él, a su manera, a su ritmo, disfrutando del proceso, porque no deja de ser un proceso en el que uno aprende de cada página cómo intentar ser un mejor escritor, y aun así, quedarte muy lejos de Bolaño.
Disfrutad y no dudéis en comentarme vuestras sensaciones sobre el libro si lo conocéis.
¡Brindemos por 2666! ¡Brindemos por Bolaño!
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