“¿Cómo nos encontramos, este libro y yo? Por azar, como todo el mundo”. El azar, como bien nos explica Mohamed Mbougarr Sarr no es nada más que un destino que ignoramos. Igual que yo ignoraba el significado del título de su obra, hasta que un día, por azar, Pablo me preguntó si yo había leído “Los detectives salvajes”. La respuesta, en ese momento, fue que no. No sabía ni de qué libro se trataba. Esto fue hace unos 8 meses, recién terminando el caluroso verano que ahogaba Madrid en un aire contaminado y bochornoso. Ahora, a 27 de abril, las cosas han cambiado. El día es frío y lluvioso.
La más recóndita memoria de los hombres -sí, así de largo-, se ha convertido en una de las obras maestras de mi aún corta biblioteca. Fue un libro al que tuve que dar su cierto tiempo, porque a veces, no es el momento-. Definido por muchos como una segunda parte de “Los detectives salvajes”, con argumentos totalmente independientes, me atrevo a decir, sin temor a equivocarme que, por una vez, la segunda parte ha sido mejor que la primera. Y aquí puede que mucha gente se me eche encima. (Hay otros que dicen que Los galgos, los galgos es mejor que Rayuela -no tengo suficiente información-, así que, todo el mundo es libre de opinar).
Bolaño es un excelente narrador, y eso creo que poca gente lo duda después de su larga y célebre trayectoria. Sin embargo, Mbougarr Sarr ha conseguido que, de su libro, no sobre ni una parte. Ni una página. Ni un solo párrafo. A través de un lirismo y un texto cuidado hasta el último detalle, su historia me absorbió a lo largo de sus 445 páginas hasta llegar a su clímax final.
El martes pasado, celebrando el día de Sant Jordi (y su coincidente Día del libro), me pasé obligatoriamente por mi librería de confianza y alguien pidió un libro para un chico de 25 años que le hiciera pensar, entretuviera y se saliese de los típicos títulos que cubren mesas en cualquier librería importante (igual de válidos y buenos). En ese instante, al escuchar la voz de Pablo, tuve un dejà vu y recordé las palabras que me dijo cuando me pilló mirando el libro por primera vez intentando decidirme a comprarlo. Es, a nivel literario, una obra maestra. Uno de esos libros que sabes que se van a recordar durante tiempo, sin tanto marketing como otros que ya hemos visto durante estos 4 meses que llevamos de año. Es un libro sobre política, historia, sobre la guerra, sobre la vida de un africano en Senegal con deseos de ver mundo. Es un libro que habla de la muerte y el olvido, de un escritor con aires de grandeza que desaparece, de un escritor en ciernes que anda tras los pasos del “Rimbaud negro” y también, un libro que habla de amor. Es un libro que lo tiene todo. Por eso es el ganador del Goncourt. Merecido.
El libro es una defensa de toda la cultura africana, siempre infravalorada por todo el mundo. “Nuestra cultura está herida. La espina está clavada en su carne y es imposible sacarla sin morir”. Por eso, T.C.Elimane, ese escritor llamado a ser el nuevo “Rimbaud negro”, huye a París, intentando hacerse un nombre en la literatura francesa. A pesar de ser una persona de color, algo inusual en esa época en el continente europeo, usa esa cultura herida no como medalla, sino como cicatriz, como un mal recuerdo, porque la única manera de ganar es seguir luchando, hacer vida con nuestra historia, reconocerla y nombrarla, día y noche.
Mbougar Sarr, a través de Diégane Latyr Faye -ya os digo que los nombres han sido lo más complicado-, nos habla constantemente de la muerte, y por supuesto, de su antítesis. La vida, eso que define como lo que hay en medio de tal y vez, nos pertenece justo en el instante en que se nos escapa, y eso, para un escritor, es un horror. Siempre hay ese temor a no estar a la altura de lo que expresamos, de sentirse en una caverna sin salida, como diría Platón, de morir como un animal. Sin embargo, lo que cuenta es la vida, y por eso hay que escribir sin saber nada, con el objetivo de acabar lo mejor posible; es decir, con los ojos abiertos, verlo todo y no perderse una.
Hay un fragmento que encarna a la perfección esa duda acerca de la vida que hemos tenido todos alguna vez. ¿Porqué estamos aquí? Y el senegalés no lo puede expresar de una forma más bonita: “Cada ser humano debe descubrir su pregunta. No hay otra finalidad a nuestra presencia aquí. (…) El sentido de la vida no se desvela hasta el final. No buscamos nuestra pregunta para encontrar el sentido de la vida. La buscamos para hacer frente al silencio de una pregunta rotunda e inflexible. Una pregunta que no tendría respuesta, cuya única finalidad sería la de recordar a quien la hace la parte de enigma que contiene su vida”. Después de escribir esto, se acomodó en su silla, se sirvió un whisky, y se quedó tan tranquilo.
Creo que después de un fragmento de esa fuerza, la entrada debe terminar aquí, porque no se puede decir nada más rotundo y de una forma más bella. Por este motivo, seguiremos con los ojos abiertos, viéndolo todo, escribiendo sin saber, viviendo sin conocer, para que finalmente, dentro de muchos años, la vida, en el momento en que se nos escape, nos pertenezca. Para que finalmente, dentro de muchos años, encontremos el sentido de nuestra vida.
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