28 de abril de 2021

Granada, tierra soñada por mi.

En un lugar de Andalucía, en una ciudad de cuyo nombre sí quiero acordarme, no hace mucho tiempo, no un hidalgo, sino yo, me levanté. El anaranjado amanecer del cielo indicaba las 8 de la mañana y el sonido fuerte de la alarma había hecho que pestañeara, algo que no tenía marcha atrás. Tranquilamente, buscaba rozar esa pierna en la cama; ese pelo rubio de mi compañera de noche: esa sonrisa que tantos días había esperado -era el precio a pagar por tener una relación a distancia-. Empezaba un nuevo día, pero el cielo y esa ventana me querían demostrar de alguna manera que no estaba en mi casa. 

        Levantarme de esa cama siempre era complicado, aunque es verdad que, al ser el apagador de la alarma, me despertaba antes que ella. Su señal de “dame la cajita del aparato” me indicaba que por fin estaba, más o menos, activa. Preparar el desayuno era nuestra primera tarea del día, que solía ir acompañada con algunos besos en la cocina (los que me dejaba, porque a esa hora no sé si tengo una novia monísima o un gremlin mojado). Por la mañana, a veces me había tocado ir a comprar el pan, y me encantaba ese olor que tenían las calles. Era como si viviera allí. Me recordaba a la sensación que tenía cuando vivía en Madrid y salía a comprar un domingo. Ese “algo” de hacer cosas en el sitio en el que vives. Pero no era así -supongo que era el anhelo de esa sensación lo que me provocaba ese sentimiento-. Mientras las tostadas se hacían y la cafetera iba desprendiendo ese olor amargo, pero inconfundible a café, nos gustaba comentar la noche. Yo respiraba fuerte, pero ella ocupaba más de media cama. A veces, viceversa. Anécdotas que se repetirían la noche posterior. Y todas y cada una de las noches según ella. 

El tiempo se iba consumiendo por la mañana y, tal como decía Horacio, se tenía que aprovechar. Es el de Carpe Diem, o fundador de Mr Wonderful. Lo aclaro porque cuando mi novia leyó esto antes de publicarse me hizo una cara como diciendo: ¿quién cojones es este? Pues ahí tenéis la respuesta. Era un día azul que sorprendía con alguna nube formándose cerca de la sierra, y las calles ya no eran como me las había encontrado a las 9 de la mañana. Vestirme había sido complicado, porque la censura tenía que aprobar el outfit, pero alguna ventaja debía tener hacer la maleta por Facetime. 

        Una vez salimos a la calle, público de todas las edades hablando de temas diversos fue acompañándonos durante un rato. La Catedral, Reyes Católicos o el paseo de los Tristes esta vez no fueron testigos de nuestro camino. Por primera vez casi no pasamos por ahí. No nos fue necesario, pero tengo que decir que el camino que hicimos estaba precioso. Me acuerdo de que le dije a Cristina; “es mi primera vez aquí en Granada durante primavera”. Era verdad. Y os prometo que lo notaba como diferente. Siempre había ido en invierno, o a principio de este curso, pero los árboles transmitían algo distinto. Ahora tenían un color verde muy bonito y primaveral. Supongo que será la herencia de la ingeniería agrícola de mi padre, pero siempre me había fijado en los árboles en las ciudades que pisaba. Eso me decía mucho de un sitio, y en eso, Granada era una de las ganadoras. En otoño tenía unos preciosos árboles marrones, y esos verdes en primavera congeniaban muy bien con toda la retahíla de edificios del centro.  Todos nuestros recorridos tenían un objetivo principal: la comida. Cerveza, café, o una tapa. Nos encantaba y nos daba la vida entera. Los bares tenían ese algo especial que con una cerveza te traían un tapón (de tapa grande, no de botella), y eso no falla nunca. A mi me tenía enamorado. Encima, las decoraciones de los sitios no podían ser mejores. Andalucía tiene ese color especial.

El día se iba alargando poco a poco, y eso, aunque fuéramos los dos del “team invierno”, nos alegraba el día, porque nos dejaba más tiempo para hacer planes; desde quedarnos en un banco a reírnos y hablar de cualquier cosa, hasta ir a tomarnos una copa. No sabéis cuántos temas hemos tocado en esas charlas: iglesia, futbol, política, música… Era lo mejor de no tener tabús. El segundo plan no lo solíamos hacer tanto, porque con una copa ella iba contenta, pero esta vez nos decidimos a tomarnos alguna en Plaza Einstein. Nos invitaron varias veces a un café y copa, pero ese día solo queríamos copa y solecito. Un solecito que pintaba de naranja un cielo que ya iba oscureciendo. No escuchábamos la música, pero las risas podían ser hasta mejores, y después de dos cubatas, había muchas risas. Y muchos besos. Ahora ya sí jeje. 

        Volviendo a casa abrazados nos dimos cuenta de algo que hacía tiempo en lo que no caíamos; terminar contentos era uno de los planes más divertidos que habíamos hecho, y no necesitábamos ir a Nueva York o Riviera Maya, ni siquiera a la más romántica de las romas para ser felices. Solo necesitábamos unos frutos secos, una copa de lo que fuera, un tema de conversación y ganas. El resto se hacía solo. Las relaciones a distancia tienen ese defecto. Una vez compras el pack no te comentan que se necesitan ganas, paciencia, y conversación. Mucha conversación. Aunque poco a poco se va cogiendo práctica, nunca terminas de acostumbrarte al irte. Eso suele ser lo más difícil. 

Antes de dormirnos solo nos hacía falta una cena con la que irnos a la cama con la barriga llena, valiera la pena. Una noche pedimos pizza, otra hicimos de Arguiñanos y la última tocó Five Guys. No nos cansaremos de repetir lo rico que está, pero es que no hay otra palabra. Eso sí, os recomiendo no ver Lo Imposible mientras coméis, porque el estómago se hace un nudo gigante (otro día comentaremos el tremendo peliculón). 

        Como decía Agustín Lara, Granada es esa tierra gitana y de sueño rebelde; tierra cubierta de flores, de sangre y de sol. También decía que tiene mujeres bonitas, pero como la mía ninguna. Eran las 8 de la mañana. La alarma me había despertado y buscaba esa pierna pegada a mi cuerpo, ese olor de Cristina, y lo único que encontré era un vacío. Volvía a estar en Menorca, pero mi mente seguía en Pintor López Mezquita. Volveré a verte y a sentirte. Solo espero que algún día pueda levantarme así todas las mañanas. En Granada, en Menorca o en Paris.



17 de abril de 2021

De Madrid al Zielou

Siempre me ha gustado hacer algún flashback, y como hasta ahora “casi” no había podido hacer muchos –creo que todas mis entradas son flashbacks-, volvemos a uno de los mejores momentos que me ha dado este 2021. Ha sido un año que ha empezado fuerte. Muy fuerte, sino que se lo digan al Atleti, que parecía que iba a ganar La Liga de calle y se ha cagado encima al final. O a Pablo Iglesias, ¿quién iba a pensar que iba a dejar de ser vicepresidente? Creo que nadie. 

        El 2021, por muy malo también que haya sido, ha tenido algo que no vivía desde el pasado verano. El 2021, en dos meses, me devolvió la ilusión perdida de ir a Madrid. De ir a mi ciudad favorita, que no de cuna, durante 4 días. No vimos la nieve, pero, si no recordáis mal, hicimos muchas otras cosas que podéis leer en mi entrada sobre ese viaje.

Fue un viaje que tuvo muchas cosas. En 4 días se concentraron muchas emociones: miedo, ilusión, amor, diversión, algún dolor de cabeza y empanzamiento. La última es habitual. Suerte que buena parte del día nos la pasábamos andando. Era la consecuencia de comer donde hacía meses que no comíamos. Porque Madrid será muchas cosas, pero es un sitio de buen comer. Ahora vendrán los vascos y los gallegos y dirán que en su casa se come mejor, y no seré yo quien os diga que no, pero hoy valoramos Madrid, ya os tocará a vosotros otro día.

        Con esto me acabo de dar cuenta de lo mucho que me he parecido a los medios de comunicación: Madrid, Madrid, Madrid y Más Madrid. O Podemos. O Ciudadanos. Bueno, no, Ciudadanos no –pobrecitos-. ¡Existen otras comunidades, sí! Pero qué le voy a hacer, si no he viajado a Palencia en mi vida, hulio.

Si algo caracteriza a las redes sociales actualmente son sus influencers y sus vidas de ensueño. Un error en el que creo que no deberíamos caer con tanta frecuencia, ya que lo que nos enseñan puede llegar a producir envidia y desesperación por no tener ese nivel de vida. Lo único bueno para lo que sirve seguirlas es para vistear restaurantes y ropa, y aquí fue donde encontramos el Zielou. Es verdad que son restaurantes para ir una vez cada mucho tiempo, pero creímos que una ocasión como esta merecía la pena celebrarla como tocaba.

        Y aquí nos veis a los dos, recorriendo toda la Castellana. Mis padres siempre me han contado que ellos se la recorrieron desde Cibeles hasta arriba andando, empezando de día y terminando de noche. Nosotros la hicimos en coche, y siempre recordaré la cara de Cristina viendo esas calles anchas y llenas de rascacielos imponentes gobernados por sus poderosas empresas. Es una calle que impresiona, y más cuando pasas por delante del Bernabéu.

Llegamos a Chamartín y no sabíamos donde estaba el restaurante. La estación la teníamos delante, pero hasta que no nos dimos cuenta de que el Uber nos había dejado debajo del restaurante, tardamos un poquito en encontrarlo. La entrada era increíble; esa terraza con vistas a las cuatro torres -perdón, 5, que ahora hay una más nueva- por la noche debía ser increíble. En la entrada parecía que nos estaban esperando y cuando vimos que una mujer estaba ahí solo para acompañarnos ya vimos el nivel que iba a tener el restaurante. Y cuando nos tomaron la temperatura, ya nos miramos, y no pudimos hacer nada más que reírnos.

        El interior era como el de una discoteca, con unas luces que iban cambiando al ritmo de la música casi, y una vez sentados en esas butacas que parecían de casa de señores, pudimos quitarnos la mascarilla y mirarnos con una cara de cierta sorpresa y de no saber si estábamos en el sitio correcto. Nunca habíamos estado, al menos por mi parte, en un restaurante de esas características. Miramos la carta con el código QR -ahora no se da en papel, pero me imagino que habría estado escrita en un pergamino o algo así- y decidimos lo que nos podía gustar más (creo que pedimos lo más normal que había). 

Primero nos trajeron la burrata; esperábamos que nos la sirvieran con una jeringa, como la de las vacunas, pero tuvimos que conformarnos con un plato cubierto por una campana llena de humo. Se notaba que iba gente famosa acostumbrada a grabarlo todo porque nos pidieron si antes de quitarnos la campana lo queríamos grabar. Nosotros, humildes, le dijimos que no. No somos de grabar la comida, sino de disfrutarla, aunque luego nos hiciéramos una foto comiéndola. El segundo plato fue un solomillo diría, aunque no lo recuerdo muy bien porque seguíamos obnubilados por estar en ese sitio. Solo recuerdo que era un plato que se pedía mucha gente y venía con patatas. De postre pedimos una tarta de queso, que eso si es digno para recordar.

        Me preguntaréis, ¿valió la pena? Bueno, no sé si lo preguntaréis o no, pero yo os lo digo. Para mí, sí. El precio es verdad que fue el que fue, aunque no muy desorbitado, pero creo que es una experiencia para ir una vez en nuestra vida. No sé si volveremos, pero ya hemos ido una primera vez. No recordaré tanto el sitio en sí, sino las risas con mi novia y la sensación de estar perdidos en medio de una ciudad en la que no has estado nunca y solo hay gente rica a tu lado.

Nos quedamos sin ver a tus influencers ni a mis youtubers que también van, pero por un momento estuvimos en Mónaco al lado de millonarios que apostaban al Black Jack. Solo te digo que, tengamos o no un Audi Q8 con el que llegar al restaurante, en el futuro volveremos. Solo te recomiendo que te pongas la ropa más rara y cara que tengas, y vas a estar en tu salsa.  Ese día realmente descubrimos cual es el cielo de Madrid, espero volver a pisarlo contigo. A la próxima te debo ese cóctel (y esto va solo por mi novia, a ver si todos vais a querer el cóctel luego. No gano tanto con el blog como para regalaros cócteles a todos, lo siento). A vosotros os debo una próxima entrada. Pronto aquí, en Le Lector.

        P.D. Al final, no fueron ni solomillo, ni patatas (acerté de lleno, vamos), fue un pollo Tikka Masala con arroz, que, aunque no tenga nada que ver, estaba riquísimo. Suerte de ti, Cristina, porque sino yo no me acuerdo. 

10 de abril de 2021

Un pequeño paso para el hombre…

No hace falta poner más y ya sabéis a qué me estoy refiriendo. No hablamos de futbol, no hablamos de arte ni de cultura. Cuando se pronunció por primera vez algunos incluso no habíamos nacido. El 20 de julio de 1969, Armstrong pisaba por primera vez la Luna y todos los medios de comunicación, al hacerse eco de la noticia, la presentaban en sus columnas con la misma frase, ya repetida hasta la saciedad. No la voy a repetir porque la tenéis en el título y sabéis cómo termina. 

        Podremos creernos más o menos que llegaron a pisar ese terreno rocoso, hasta que clavaran la bandera de los “mejores” estados para que quedara para la eternidad, pero hay que reconocer que delante de tal suceso, había que levantarse y aplaudir. Quien haya visto The Crown se acordará de cuando el príncipe Felipe estaba nerviosamente pegado a la tele para, como todo el mundo, ver la hazaña de esos tres chicos.  

Menorca no es la Luna, ni de lejos. Por si os lo estabais preguntando, no lo es. Tampoco es ni tan verde ni tan frondosa como el País Vasco o Irlanda, pero se podría decir que generalmente somos una isla campestre de matojo y arbustos, pero verde. En verano a lo mejor no mucho, pero eso le pasa a cualquiera. Los pelos morenos se vuelven un poco más rubios y las hojas verdes se convierten en amarillas ramas secas. 

        Menorca no es la Luna, pero si cogemos el coche y nos dirigimos al Norte, hay un pequeñito sitio, que es lo que más se le parece. Favàritx, junto a Cavalleria, son de los faros que se encuentran más al norte en nuestra isla. Si Menorca se tuviera que caracterizar con una cosa sería con sus faros, o eso o con los caballos. Nuestro coche iba pasando por un camino de carretera rodeado de campo verde, con la música a todo trapo, viendo el cielo azul pasar a través de la ventana.  Tras 20 minutos de trayecto, llegamos a un parking donde se podía dejar el coche. Suponíamos que más adelante estaría todo lleno -así fue-. 

Llevaba mi cámara analógica y empezamos a andar. Era cortito el tramo, pero en 5 minutos pasamos de tener plantas de romero al lado a tener roca pizarra y otros tipos de piedra. Después de unos días en los que en el cielo habían predominado las nubes, era un día despejado, con un azul que ya nos empezaba a mostrar el camino al deseado verano. Lo notabas, igual que el olor a mar. Lo he dicho más veces, pero lo mejor de esas excursiones era no cruzarte a nadie y poder ir sin mascarilla. Espero que no me lea ningún gobernante, porque si no os habéis enterado, ahora esto parece que también está prohibido. Vosotros no lo sabéis, pero me han chivado que lo próximo que decretaran será obligarte a ir al baño de tu casa con mascarilla. Sé que os extraña, pero dicen que es de vital importancia que nos duchemos con protección, por no sé qué de los aerosoles estos… Pronto lo sabréis, estad atentos, porque cualquier día de estos nos aparece la Robles diciéndonos que no somos lo suficientemente responsables en nuestra propia casa.

        Bueno, seguimos paseando, y poco a poco empezó a avistarse el faro, el cual creo que es uno de sus principales objetivos. Verlo de lejos. Paseabas cerca del mar y lo notabas; notabas su olor a alga, su color azul verdoso, sus olas que rompían contra las rocas o esa brisa que te deja pegada al cuerpo. Yo iba haciendo fotos, y por el camino íbamos cruzándonos con gente en bicicleta, coches, motos y hasta caballos. Es lo bonito y diferente de vivir en Menorca. También os digo que hay gente que imagina Menorca como una isla de película donde vive Robinson Crusoe, la gente va en taparrabos y vamos en caballo a todos lados y también os digo, que hay algún cochecito que no lo he visto yo en algunos sitios de la Península, eh.

El faro era muy bonito, pero era el típico faro con sus rayas negras. No tenía mucho más, pero el paisaje valía la pena. Siempre me quedará la imagen de las rocas grises besándose con el azul verdoso del mar. Se acercaba la hora de comer y yo me iba cansando también. Había estado enfermo tres días, y al cuarto había “resucitado” (ese había sido el título que pensaba poner a mi anterior entrada, pero decidí cambiarlo), por lo que tampoco importaba moverse mucho más. 

Iba terminando el carrete y tocaba descargarlo para poder revelarlo unos días más tarde. Mi tristeza vino cuando yo iba descargándolo y no había manera de soltarlo de la bobina. Qué pena. 36 fotos que se iban a la mierda. 36 fotos que no podréis ver en mi Instagram. Por suerte, vuestro escritor de blog favorito fue haciendo con el móvil por si acaso, que nunca viene mal y las podréis ir viendo en mi perfil. De esta excursión saco varios titulares; primero, para ir a la Luna no necesitáis haceros astronautas, solo venir a Menorca; segundo, siempre que vayáis con analógica, haced fotos igualmente con el móvil, por si pasa algo, que nunca se sabe, y tercero: “una pequeña excursión para mi, una gran entrada para vosotros”. Vaya motivao, por dios. Bueno, disfrutadla. Muchas gracias, siempre. Y hoy, ¡Hala Madrid!

5 de abril de 2021

Reflexiones de un cofrade confinado.

        Predata. Os recomiendo leer esto con la marcha ¡A la Gloria!, y podréis   entender porqué se me ponen los pelos de punta.

Llega la primavera y los árboles sonríen. Los pájaros empiezan a cantar por las mañanas y los primeros pantalones cortos empiezan a asomarse -hay gente muy exagerada-. El día se va haciendo más largo y hasta nos cambian la hora para que el sol dure más. A algunos les gustará más y a otros menos, pero es lo que hay. El primer día duele, pero luego te acostumbras.

Llega la primera luna llena de primavera, y con ella, la Semana Santa llega a su fin. Una semana de alegría, de vacaciones y de muchas emociones que se termina una vez vuelven a empezar las clases. No relacionar esta festividad con la religión o con la Iglesia sería imposible, y menos cuando cada cofradía está ligada a una iglesia y a una figura que suele ser la de Jesús. Se supone que todo el que la sigue es porque se siente parte de esa tradición, de ese colectivo que forma la Iglesia, de esa “hermandad” que los protege y los guía. No me refiero tanto a la gente que lo ve en la calle como la gente que lo vive desde dentro -ya sea procesionando o debajo del trono/paso-. Cada uno es libre de sentir lo que crea, pero un mínimo de creencia se tiene. 

Yo la vivo desde que tengo uso de razón. No tenía un año y ya llevaba mi medalla de aspirante colgada del cuello. Imagino que eso es lo que me hace desear que llegue esa semana del año donde sacamos el hábito, lo planchamos para que no parezca un saco y compramos las bolsas de caramelos para repartirlos. Te pones marchas de Semana Santa y vas contando los días para que llegue el Domingo de Ramos, ese día donde sacas los ramos y tu mejor atuendo, y a las diez estás puntual en tu iglesia.

Tengo la comunión y la confirmación hecha, pero sí es verdad que en los últimos años me he ido desplazando un poco de este Ente que es la Iglesia. No estoy en contra, pero tampoco del todo a favor. Soy una persona que sí cree en eso a lo que llamamos Dios, pero hay cosas que no me cuadran, como cualquier católico confeso. Por eso puede extrañar que me guste tanto la Semana Santa, cuando se honra el Enterramiento de Jesús y su póstuma resurrección. ¿Son compatibles las dos cosas? 

La misa del Domingo de Ramos es la única que no me gusta saltarme, y este año, a pesar de todo, no ha sido menos (llevábamos casi dos años sin). En el sermón que se hace siempre después del Evangelio, nuestro cura dijo algo interesante que hizo plantearme la pregunta que lanzo aquí: “con todo el tema del virus, ahora se verá quién es cofrade de verdad y quién hace de cofrade”. Ostia. A cuadros me quedé. Cuantas vueltas le he dado a este tema estos días. ¿Cómo podía ser que una persona que ha llegado a criticar a esta institución por ser muy, a mi gusto, parafernalista -no sé si es correcto o no-, se sienta tan atraído por algo relacionado con ella como es la Semana Santa y sus cofradías? Pues aún hoy no sé como responder correctamente sin trabarme.

A mi parecer, son compatibles porque no todo se resume en la fe. No todo es creer o no en Jesús y todas las cosas que hizo. No todo es poder rezar un Padrenuestro e ir a misa todas las semanas. La Semana Santa es mucho más. La Semana Santa son muchas cosas. La Semana Santa es sentirte parte de la cofradía e ir a montar los pasos la semana antes; la Semana Santa es una semana de flores, olor a incienso y cenas en familia; la Semana Santa son las marchas tocadas por las mejores bandas de cornetas y tambores; es gente juntándose para ir a ver las procesiones y cofrades que pasean por las calles con sus hábitos puestos; son amigos tomándose una cerveza en el bar de la plaza; es quedarte hasta tarde desmontando las figuras para guardarlas en su sitio y preparar las de la siguiente procesión; también es ver como los padres ayudan a sus hijos con sus capirotes y a los niños ilusionados por salir donde han visto a su familia salir toda la vida. La Semana Santa es sentirte parte de algo, aunque lo que represente no sea algo que apoyes ciegamente.

La diferencia de Andalucía con el resto de los sitios es abismal; la gente que puede ver la procesión menos importante de esa semana será mucha más que la que hay en Menorca el Viernes Santo. Por eso no podemos generalizar el sentimiento de allí. Es muy complicado de entender, tampoco lo sabría explicar muy bien. Aquí se vive, que es lo importante. Me encantaría que esta tradición no se pierda del todo, porque Navidad también representa a la Iglesia y a todos nos gustan los Reyes. Es algo que no hemos pensado mucho, pero tiene su qué.

Este año no se ha hecho nada de procesiones -por suerte o por mala suerte, he estado enfermo también-, por lo que solo tengo ganas de que llegue el año que viene para poder celebrarlo con los míos. Será porque lo he “mamado” desde pequeño, porque es lo que he vivido siempre, pero sé que aunque no me sienta 100% ligado a esta Iglesia que todos imaginamos con curas viejos que a veces parece que nos cuenten un “cuento”, quiero que mis futuros hijos sientan eso. Quiero que mis hijos estén nerviosos al poder llevar el paso por primera vez, quiero llevarlos en brazos de pequeños escuchando como la banda toca la Saeta, quiero que repartan caramelos a sus amigos y que quieran llevarles una flor a su madre cuando termine la procesión. Quiero que ellos quieran como yo, por mucho que no sean los católicos más correctos del mundo. La Semana Santa no es solo fe. La Semana Santa es lo que cada uno vive, y solo queda decir una cosa: Tres tocs i partim!