Levantarme de esa cama siempre era complicado, aunque es verdad que, al ser el apagador de la alarma, me despertaba antes que ella. Su señal de “dame la cajita del aparato” me indicaba que por fin estaba, más o menos, activa. Preparar el desayuno era nuestra primera tarea del día, que solía ir acompañada con algunos besos en la cocina (los que me dejaba, porque a esa hora no sé si tengo una novia monísima o un gremlin mojado). Por la mañana, a veces me había tocado ir a comprar el pan, y me encantaba ese olor que tenían las calles. Era como si viviera allí. Me recordaba a la sensación que tenía cuando vivía en Madrid y salía a comprar un domingo. Ese “algo” de hacer cosas en el sitio en el que vives. Pero no era así -supongo que era el anhelo de esa sensación lo que me provocaba ese sentimiento-. Mientras las tostadas se hacían y la cafetera iba desprendiendo ese olor amargo, pero inconfundible a café, nos gustaba comentar la noche. Yo respiraba fuerte, pero ella ocupaba más de media cama. A veces, viceversa. Anécdotas que se repetirían la noche posterior. Y todas y cada una de las noches según ella.
El tiempo se iba consumiendo por la mañana y, tal como decía Horacio, se tenía que aprovechar. Es el de Carpe Diem, o fundador de Mr Wonderful. Lo aclaro porque cuando mi novia leyó esto antes de publicarse me hizo una cara como diciendo: ¿quién cojones es este? Pues ahí tenéis la respuesta. Era un día azul que sorprendía con alguna nube formándose cerca de la sierra, y las calles ya no eran como me las había encontrado a las 9 de la mañana. Vestirme había sido complicado, porque la censura tenía que aprobar el outfit, pero alguna ventaja debía tener hacer la maleta por Facetime.
Una vez salimos a la calle, público de todas las edades hablando de temas diversos fue acompañándonos durante un rato. La Catedral, Reyes Católicos o el paseo de los Tristes esta vez no fueron testigos de nuestro camino. Por primera vez casi no pasamos por ahí. No nos fue necesario, pero tengo que decir que el camino que hicimos estaba precioso. Me acuerdo de que le dije a Cristina; “es mi primera vez aquí en Granada durante primavera”. Era verdad. Y os prometo que lo notaba como diferente. Siempre había ido en invierno, o a principio de este curso, pero los árboles transmitían algo distinto. Ahora tenían un color verde muy bonito y primaveral. Supongo que será la herencia de la ingeniería agrícola de mi padre, pero siempre me había fijado en los árboles en las ciudades que pisaba. Eso me decía mucho de un sitio, y en eso, Granada era una de las ganadoras. En otoño tenía unos preciosos árboles marrones, y esos verdes en primavera congeniaban muy bien con toda la retahíla de edificios del centro. Todos nuestros recorridos tenían un objetivo principal: la comida. Cerveza, café, o una tapa. Nos encantaba y nos daba la vida entera. Los bares tenían ese algo especial que con una cerveza te traían un tapón (de tapa grande, no de botella), y eso no falla nunca. A mi me tenía enamorado. Encima, las decoraciones de los sitios no podían ser mejores. Andalucía tiene ese color especial.
Volviendo a casa abrazados nos dimos cuenta de algo que hacía tiempo en lo que no caíamos; terminar contentos era uno de los planes más divertidos que habíamos hecho, y no necesitábamos ir a Nueva York o Riviera Maya, ni siquiera a la más romántica de las romas para ser felices. Solo necesitábamos unos frutos secos, una copa de lo que fuera, un tema de conversación y ganas. El resto se hacía solo. Las relaciones a distancia tienen ese defecto. Una vez compras el pack no te comentan que se necesitan ganas, paciencia, y conversación. Mucha conversación. Aunque poco a poco se va cogiendo práctica, nunca terminas de acostumbrarte al irte. Eso suele ser lo más difícil.
Antes de dormirnos solo nos hacía falta una cena con la que irnos a la cama con la barriga llena, valiera la pena. Una noche pedimos pizza, otra hicimos de Arguiñanos y la última tocó Five Guys. No nos cansaremos de repetir lo rico que está, pero es que no hay otra palabra. Eso sí, os recomiendo no ver Lo Imposible mientras coméis, porque el estómago se hace un nudo gigante (otro día comentaremos el tremendo peliculón).
Como decía Agustín Lara, Granada es esa tierra gitana y de sueño rebelde; tierra cubierta de flores, de sangre y de sol. También decía que tiene mujeres bonitas, pero como la mía ninguna. Eran las 8 de la mañana. La alarma me había despertado y buscaba esa pierna pegada a mi cuerpo, ese olor de Cristina, y lo único que encontré era un vacío. Volvía a estar en Menorca, pero mi mente seguía en Pintor López Mezquita. Volveré a verte y a sentirte. Solo espero que algún día pueda levantarme así todas las mañanas. En Granada, en Menorca o en Paris.
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