17 de abril de 2021

De Madrid al Zielou

Siempre me ha gustado hacer algún flashback, y como hasta ahora “casi” no había podido hacer muchos –creo que todas mis entradas son flashbacks-, volvemos a uno de los mejores momentos que me ha dado este 2021. Ha sido un año que ha empezado fuerte. Muy fuerte, sino que se lo digan al Atleti, que parecía que iba a ganar La Liga de calle y se ha cagado encima al final. O a Pablo Iglesias, ¿quién iba a pensar que iba a dejar de ser vicepresidente? Creo que nadie. 

        El 2021, por muy malo también que haya sido, ha tenido algo que no vivía desde el pasado verano. El 2021, en dos meses, me devolvió la ilusión perdida de ir a Madrid. De ir a mi ciudad favorita, que no de cuna, durante 4 días. No vimos la nieve, pero, si no recordáis mal, hicimos muchas otras cosas que podéis leer en mi entrada sobre ese viaje.

Fue un viaje que tuvo muchas cosas. En 4 días se concentraron muchas emociones: miedo, ilusión, amor, diversión, algún dolor de cabeza y empanzamiento. La última es habitual. Suerte que buena parte del día nos la pasábamos andando. Era la consecuencia de comer donde hacía meses que no comíamos. Porque Madrid será muchas cosas, pero es un sitio de buen comer. Ahora vendrán los vascos y los gallegos y dirán que en su casa se come mejor, y no seré yo quien os diga que no, pero hoy valoramos Madrid, ya os tocará a vosotros otro día.

        Con esto me acabo de dar cuenta de lo mucho que me he parecido a los medios de comunicación: Madrid, Madrid, Madrid y Más Madrid. O Podemos. O Ciudadanos. Bueno, no, Ciudadanos no –pobrecitos-. ¡Existen otras comunidades, sí! Pero qué le voy a hacer, si no he viajado a Palencia en mi vida, hulio.

Si algo caracteriza a las redes sociales actualmente son sus influencers y sus vidas de ensueño. Un error en el que creo que no deberíamos caer con tanta frecuencia, ya que lo que nos enseñan puede llegar a producir envidia y desesperación por no tener ese nivel de vida. Lo único bueno para lo que sirve seguirlas es para vistear restaurantes y ropa, y aquí fue donde encontramos el Zielou. Es verdad que son restaurantes para ir una vez cada mucho tiempo, pero creímos que una ocasión como esta merecía la pena celebrarla como tocaba.

        Y aquí nos veis a los dos, recorriendo toda la Castellana. Mis padres siempre me han contado que ellos se la recorrieron desde Cibeles hasta arriba andando, empezando de día y terminando de noche. Nosotros la hicimos en coche, y siempre recordaré la cara de Cristina viendo esas calles anchas y llenas de rascacielos imponentes gobernados por sus poderosas empresas. Es una calle que impresiona, y más cuando pasas por delante del Bernabéu.

Llegamos a Chamartín y no sabíamos donde estaba el restaurante. La estación la teníamos delante, pero hasta que no nos dimos cuenta de que el Uber nos había dejado debajo del restaurante, tardamos un poquito en encontrarlo. La entrada era increíble; esa terraza con vistas a las cuatro torres -perdón, 5, que ahora hay una más nueva- por la noche debía ser increíble. En la entrada parecía que nos estaban esperando y cuando vimos que una mujer estaba ahí solo para acompañarnos ya vimos el nivel que iba a tener el restaurante. Y cuando nos tomaron la temperatura, ya nos miramos, y no pudimos hacer nada más que reírnos.

        El interior era como el de una discoteca, con unas luces que iban cambiando al ritmo de la música casi, y una vez sentados en esas butacas que parecían de casa de señores, pudimos quitarnos la mascarilla y mirarnos con una cara de cierta sorpresa y de no saber si estábamos en el sitio correcto. Nunca habíamos estado, al menos por mi parte, en un restaurante de esas características. Miramos la carta con el código QR -ahora no se da en papel, pero me imagino que habría estado escrita en un pergamino o algo así- y decidimos lo que nos podía gustar más (creo que pedimos lo más normal que había). 

Primero nos trajeron la burrata; esperábamos que nos la sirvieran con una jeringa, como la de las vacunas, pero tuvimos que conformarnos con un plato cubierto por una campana llena de humo. Se notaba que iba gente famosa acostumbrada a grabarlo todo porque nos pidieron si antes de quitarnos la campana lo queríamos grabar. Nosotros, humildes, le dijimos que no. No somos de grabar la comida, sino de disfrutarla, aunque luego nos hiciéramos una foto comiéndola. El segundo plato fue un solomillo diría, aunque no lo recuerdo muy bien porque seguíamos obnubilados por estar en ese sitio. Solo recuerdo que era un plato que se pedía mucha gente y venía con patatas. De postre pedimos una tarta de queso, que eso si es digno para recordar.

        Me preguntaréis, ¿valió la pena? Bueno, no sé si lo preguntaréis o no, pero yo os lo digo. Para mí, sí. El precio es verdad que fue el que fue, aunque no muy desorbitado, pero creo que es una experiencia para ir una vez en nuestra vida. No sé si volveremos, pero ya hemos ido una primera vez. No recordaré tanto el sitio en sí, sino las risas con mi novia y la sensación de estar perdidos en medio de una ciudad en la que no has estado nunca y solo hay gente rica a tu lado.

Nos quedamos sin ver a tus influencers ni a mis youtubers que también van, pero por un momento estuvimos en Mónaco al lado de millonarios que apostaban al Black Jack. Solo te digo que, tengamos o no un Audi Q8 con el que llegar al restaurante, en el futuro volveremos. Solo te recomiendo que te pongas la ropa más rara y cara que tengas, y vas a estar en tu salsa.  Ese día realmente descubrimos cual es el cielo de Madrid, espero volver a pisarlo contigo. A la próxima te debo ese cóctel (y esto va solo por mi novia, a ver si todos vais a querer el cóctel luego. No gano tanto con el blog como para regalaros cócteles a todos, lo siento). A vosotros os debo una próxima entrada. Pronto aquí, en Le Lector.

        P.D. Al final, no fueron ni solomillo, ni patatas (acerté de lleno, vamos), fue un pollo Tikka Masala con arroz, que, aunque no tenga nada que ver, estaba riquísimo. Suerte de ti, Cristina, porque sino yo no me acuerdo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario