Predata. Os recomiendo leer esto con la marcha ¡A la Gloria!, y podréis entender porqué se me ponen los pelos de punta.
Llega la primavera y los árboles sonríen. Los pájaros empiezan a cantar por las mañanas y los primeros pantalones cortos empiezan a asomarse -hay gente muy exagerada-. El día se va haciendo más largo y hasta nos cambian la hora para que el sol dure más. A algunos les gustará más y a otros menos, pero es lo que hay. El primer día duele, pero luego te acostumbras.
Llega la primera luna llena de primavera, y con ella, la Semana Santa llega a su fin. Una semana de alegría, de vacaciones y de muchas emociones que se termina una vez vuelven a empezar las clases. No relacionar esta festividad con la religión o con la Iglesia sería imposible, y menos cuando cada cofradía está ligada a una iglesia y a una figura que suele ser la de Jesús. Se supone que todo el que la sigue es porque se siente parte de esa tradición, de ese colectivo que forma la Iglesia, de esa “hermandad” que los protege y los guía. No me refiero tanto a la gente que lo ve en la calle como la gente que lo vive desde dentro -ya sea procesionando o debajo del trono/paso-. Cada uno es libre de sentir lo que crea, pero un mínimo de creencia se tiene.
Yo la vivo desde que tengo uso de razón. No tenía un año y ya llevaba mi medalla de aspirante colgada del cuello. Imagino que eso es lo que me hace desear que llegue esa semana del año donde sacamos el hábito, lo planchamos para que no parezca un saco y compramos las bolsas de caramelos para repartirlos. Te pones marchas de Semana Santa y vas contando los días para que llegue el Domingo de Ramos, ese día donde sacas los ramos y tu mejor atuendo, y a las diez estás puntual en tu iglesia.
Tengo la comunión y la confirmación hecha, pero sí es verdad que en los últimos años me he ido desplazando un poco de este Ente que es la Iglesia. No estoy en contra, pero tampoco del todo a favor. Soy una persona que sí cree en eso a lo que llamamos Dios, pero hay cosas que no me cuadran, como cualquier católico confeso. Por eso puede extrañar que me guste tanto la Semana Santa, cuando se honra el Enterramiento de Jesús y su póstuma resurrección. ¿Son compatibles las dos cosas?
La misa del Domingo de Ramos es la única que no me gusta saltarme, y este año, a pesar de todo, no ha sido menos (llevábamos casi dos años sin). En el sermón que se hace siempre después del Evangelio, nuestro cura dijo algo interesante que hizo plantearme la pregunta que lanzo aquí: “con todo el tema del virus, ahora se verá quién es cofrade de verdad y quién hace de cofrade”. Ostia. A cuadros me quedé. Cuantas vueltas le he dado a este tema estos días. ¿Cómo podía ser que una persona que ha llegado a criticar a esta institución por ser muy, a mi gusto, parafernalista -no sé si es correcto o no-, se sienta tan atraído por algo relacionado con ella como es la Semana Santa y sus cofradías? Pues aún hoy no sé como responder correctamente sin trabarme.
A mi parecer, son compatibles porque no todo se resume en la fe. No todo es creer o no en Jesús y todas las cosas que hizo. No todo es poder rezar un Padrenuestro e ir a misa todas las semanas. La Semana Santa es mucho más. La Semana Santa son muchas cosas. La Semana Santa es sentirte parte de la cofradía e ir a montar los pasos la semana antes; la Semana Santa es una semana de flores, olor a incienso y cenas en familia; la Semana Santa son las marchas tocadas por las mejores bandas de cornetas y tambores; es gente juntándose para ir a ver las procesiones y cofrades que pasean por las calles con sus hábitos puestos; son amigos tomándose una cerveza en el bar de la plaza; es quedarte hasta tarde desmontando las figuras para guardarlas en su sitio y preparar las de la siguiente procesión; también es ver como los padres ayudan a sus hijos con sus capirotes y a los niños ilusionados por salir donde han visto a su familia salir toda la vida. La Semana Santa es sentirte parte de algo, aunque lo que represente no sea algo que apoyes ciegamente.
La diferencia de Andalucía con el resto de los sitios es abismal; la gente que puede ver la procesión menos importante de esa semana será mucha más que la que hay en Menorca el Viernes Santo. Por eso no podemos generalizar el sentimiento de allí. Es muy complicado de entender, tampoco lo sabría explicar muy bien. Aquí se vive, que es lo importante. Me encantaría que esta tradición no se pierda del todo, porque Navidad también representa a la Iglesia y a todos nos gustan los Reyes. Es algo que no hemos pensado mucho, pero tiene su qué.
Este año no se ha hecho nada de procesiones -por suerte o por mala suerte, he estado enfermo también-, por lo que solo tengo ganas de que llegue el año que viene para poder celebrarlo con los míos. Será porque lo he “mamado” desde pequeño, porque es lo que he vivido siempre, pero sé que aunque no me sienta 100% ligado a esta Iglesia que todos imaginamos con curas viejos que a veces parece que nos cuenten un “cuento”, quiero que mis futuros hijos sientan eso. Quiero que mis hijos estén nerviosos al poder llevar el paso por primera vez, quiero llevarlos en brazos de pequeños escuchando como la banda toca la Saeta, quiero que repartan caramelos a sus amigos y que quieran llevarles una flor a su madre cuando termine la procesión. Quiero que ellos quieran como yo, por mucho que no sean los católicos más correctos del mundo. La Semana Santa no es solo fe. La Semana Santa es lo que cada uno vive, y solo queda decir una cosa: Tres tocs i partim!
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