5 de mayo de 2025

Con C de Carta a Mario Obrero

Estimat Mario,

No sé si ets un geni o un miracle, i en el fons m’és igual, perquè el més important és que estàs aquí, escrivint. No escribiendo porque haya que escribir, sino escribiendo como quien se está salvando. Y también, un poco, “como quien quier salvanos a los demás” (como quien quiere salvarnos a los demás).

La paraula “geni” a vegades sona a estàtua freda, a marbre de bust ilustre en una biblioteca municipal, pero contigo no. Contigo, la palabra genio adopta ese otro significado, ese carácter semántico que no necesita gritar para que se le escuche desde la otra punta del país. “Zeren eta izugarrizko izaera eduki behar da zuk bezala idazteko “ (Porque hay que tener mucho, muchísimo carácter para escribir como tú lo haces): sin miedo a decir, sin miedo a desear.

Y sí, desear. Esa palabra que en algunos idiomas lleva un sí escondido dentro. Como si en desear ya estuviera el permiso para hacerlo. Tú lo haces: deseas, escribes, nombras. Y en eso de nombrar está todo. Porque cuando se deja de nombrar algo, ese algo se encoge. Se arruga. Desaparece. Por eso es tan importante tu manera de hablar de la lengua —de las lenguas— como si fueran seres vivos, delicados, preciosos, rotos. “Como se fosen persoas ás que se quere coidar”. (Como si fueran personas a las que se quiere cuidar)

Vivim en un país que prefereix la queixa a l’atenció. Un país donde se pueden hablar siete lenguas pero se decide discutir solo en una. Una que se impone, que coloniza, que arrasa. Y lo peor no es eso. Lo peor es que encima nos creemos que no pasa nada. Que con el castellano basta. Como si tener un idioma fuera suficiente para explicarlo todo. Como si no se nos estuvieran cayendo las palabras por las grietas del olvido.

Però tu, Mario, madrileny que parles com si fossis del món sencer, saps que no. Que cada idioma que aprenem és una manera nova de mirar les flors, “d'entender les aves” (de entender las aves), isiltasunak izendatzeko (para nombrar los silencios). Que cada palabra es una posibilidad. Que cada acento es un refugio. Que no se trata de utilidad ni de mercado, sino de memoria. De dignidad. De resistencia.

El idioma, decías, viene de "lo propio". Pero cuando se habla, ya no es solo tuyo. Se vuelve casa para otros. Se vuelve huésped. Qué bonita esa palabra: huésped. El que aloja y el que es alojado. Como si todos fuéramos, de algún modo, invitados de paso en lenguas que nos preceden. Llengües que són abans que nosaltres i que, si no fem res, deixaran de ser.

Y sí, clar, el de sempre: l’anglès, el que és estranger, el que sona modern. El menú en brunch i el adiós al mosto. Però a tu no et dona vergonya aprendre asturianu. O euskera. O aranés. “Porque sabes que hai xestos que nun se pueden traducir”. (Porque sabes que hay gestos que no se pueden traducir) Que hay “hitzak” (palabras) que solo existen en un rincón del mundo, i que quan aquestes paraules desapareixen, també desapareix aquest racó. Decía Durrell que el idioma crea el carácter nacional. Y qué miedo me da eso. Porque si es verdad, estamos vendiendo nuestro carácter, nuestro genio, barato. Lo estamos cambiando por un algoritmo. Por un “hola” que se diga igual en todos lados. Ni adéu, ni adeus, ni Agur. Lo estamos cambiando por una identidad que no dice nada. Porque el olvido es también una forma de violencia. Porque la globalización, cuando pasa por la lengua, también deja huérfanos.

En un momento en el que el cambio climático, la igualdad y el futuro laboral centran nuestras discusiones y debates políticos, quizá la conversación más urgente sea aquella que apenas hemos empezados: la del idioma. La riquesa del nostre país no resideix únicamente en els seus recursos materials o en el seu poder econòmic, sino también en su capacidad de mantener y proteger su esencia. Y nuestra esencia, en gran medida, está tejida en la diversidad de unas lenguas que hemos dado por sentadas, como si fueran inmutables, creyendo que no necesitarían protección porque “siempre iban a estar ahí”. Pero ahora, mientras esas lenguas se desvanecen bajo el peso de la globalización y uniformidad, ahora que vemos que eso es insuficiente, puede que en un futuro no tan lejano tengamos que lamentar su pérdida, y con ella, la pérdida de nuestra identidad colectiva.

I aleshores apareixes tu, Mario, escrivint com qui tira pedres a les finestres del silenci. Y das en el clavo. Porque no hay tanta diferencia entre pedir limosna, casarse por lo civil o hablar tu lengua si todo te lleva al mismo sitio: el olvido.

Potser no ens salvi un madrileny, dius. Però si aquest madrileny escriu com tu, si es preocupa com tu, si es planta davant el món amb un poema entre les dents, llavors potser, tan sols potser, hi hagi esperança.

Gracias por las cartas. “Amorruagatik” (Por la rabia). Por la ternura. Por no pedir permiso. Eskerrik asko, gràcies, gracias, Mario, per recordar-nos que cada paraula que diem pot ser un petit acte de revolució.

Amb una forta gratitud,

Un huésped agradecido.

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