7 de julio de 2024

Mucha carne, un accidente acuático y un poquito de mez(s)cal

7 de julio, 11.55 de la mañana. Sol radiante en el cielo madrileño, sin nube alguna que pronostique lluvia. Enciendo la televisión para hacer tiempo. Todo el mundo se prepara en las calles de Pamplona para el tradicional chupinazo -nada tiene que ver con un chupitazo-. Camisetas blancas y pañuelos rojos inundan las calles navarras a la espera de sus ansiadas fiestas, mientras, en mi casa me preparo para la posterior barbacoa con mi grupo de amigos. 

7 de julio, 13.00 del mediodía. Salgo hacia el Mercadona porque tengo que comprar patatas, aceitunas y tinto -luego descubrí que querían tinto, y no tinto de verano-. Hace un año descubrí Pérgamo de una forma totalmente azarosa. Navegando por Instagram me apareció un reel donde dos libreros desconocidos presentaban su visión de la librería a ojos de Wes Anderson. No había escuchado a nadie hablar de ese pequeño local en la calle General Oraá y me puse a investigar. Lo que empezó con una simple investigación por sus redes y su historia se convirtió en obsesión, aunque no tenía nunca el momento para ir en persona y poder descubrirlo sin una pantalla de por medio. 

7 de julio, 13.30 del mediodía. Con todo comprado y las cervezas en la mochila, cojo el 146 con destino Los molinos. Vino la feria y luego llegó el verano, por lo que durante un par de meses no pude llegar a conocer ese lugar. Menorca me esperaba para disfrutar de sus playas y me conformé con la librería de mi pueblo, que tiene muy buen catálogo. Durante ese tiempo veía las redes y le decía a Cris que yo quería conocer a esa gente, que daría lo que fuera por estar en los actos que preparaban, ayudar a la librería de alguna forma e ir conociendo poco a poco a los chicos que la llevaban. Todo esto, sin conocerlos de nada. 

7 de julio, 14.10 del mediodía. Llegamos a la urbanización y Jacobo nos abre, dando comienzo nuestra fiesta. Ahí nos esperan ya María y Daniel, los norteños, encendiendo el fuego. Y llegó noviembre y con ello la Feria Internacional de ¿Guadalajara? De repente, un día se alinearon los astros y pude ir a visitar la librería, tras mucho tiempo dando el coñazo con ella. Ahí, me encontré a Pablo y a María, que me recomendaron sendos libros que ya he leído y disfrutado. Una vez ya fui la primera vez, las siguientes fueron bastante seguidas. Tuvieron lugar también algunos vermuts y la fiesta de aniversario, donde poco a poco, fuimos cogiendo confianza. 

7 de julio, 14.30 del mediodía. El fuego está en marcha y pronto empezaremos a preparar la carne. Hay pinchitos, salchichas, choricitos, hasta lomo. De beber, nos conformamos con cerveza. Mis visitas se fueron haciendo semanales y lo que en un principio eran visitas en búsqueda de libros se fueron convirtiendo en visitas para hablar con María y Daniel, responsables de la librería en esos días que Pablo no estaba. Ahí, conocí también a Eri, que en ese momento solo ayudaba con la sección infantil. 

7 de julio, 16.00 de la tarde. Hemos empezado a comer y vamos haciendo rutas de tres en tres camino a la piscina. El sol es caluroso y la cerveza helada. Intentamos buscar la sombra, pero no cabemos todos. Después de navidad, era uno más en las quedadas de La Sota para tomar algo después del cierre. Ahí descubrí que una “cheve” no era una forma guay de decir “cerveza”, sino que en México se dice así. Neta. 

7 de julio, 18.00 de la tarde. La primera visita a la piscina se salda con una herida en la frente de Elena. Parece la prima de Harry Potter, aunque a ella le queda mucho mejor. Había otra forma de saber el fondo de la piscina, pero así, supimos que en ese lado no debíamos tirarnos. Las quedadas se fueron haciendo frecuentes y cualquier acto era bueno para terminarlo celebrando en el bar de al lado. Ese grupo que se fue formando, lo más parecido a la generación del 27 que yo he vivido, estaba lleno de escritores, poetas, activistas culturales y aduladoras de Paul Mescal. Cómo un hombre es capaz de levantar tal pasión entre todo el colectivo. 

7 de julio, 20.00 de la noche. La barbacoa ya se apaga y aparece en la mesa el mezcal. Yo, virgen de este alcohol, hecho un sorbo a la petaca. Ugh. Toso. Es fuerte. Creo que tengo ya suficiente. Esa petaca pasa por todo el mundo, como si fuera un ritual de iniciación. En el grupo tenemos a Elena con la herida en la cabeza, con unos guisantes a modo de hielo, María, coja tras haberse enganchado con el aspersor del jardín, y otros lesionados de poca gravedad por no ver algún cristal. 

7 de julio, 21.30 de la noche. Llego a casa, y pienso en el día que va terminando mientras el sol se va poniendo. Si me dicen hace un año que estaría de barbacoa con el grupo de amigos de Pérgamo, creo que pocas cosas me harían más ilusión. Gracias a ello he estado en la feria vendiendo libros como uno más, he conocido a anestesistas, a una doctorada en Astrofísica, a editores increíbles, a Pol Guasch, a la madre de María, a un abogado que da charlas en París que ya es amigo y a todo mi grupo de amigos, cada uno más increíble que el anterior. 

De repente, abro los ojos. ¿Todo esto que ha pasado es real? Enciendo el móvil y son las 10 de la mañana. Enciendo la tele y las calles de Pamplona empiezan a llenarse. Camisetas blancas y pañuelos rojos inundan las calles. Creo que ha sido un sueño. Mejor. Así puedo volver a vivirlo. Que viva la literatura, que viva Cortázar, Borges y la madre que los… 


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