23 de julio de 2024

La 100. Por todos nosotros.

No había llegado a las 100 entradas en este blog. No todavía. Hacía falta la imaginación de una tarde de verano, la textura de un helado de pistacho, la saladura del mar y el olor a puesta de sol. Mi amiga María no tenía una chamarra amarilla, pero tenía uno de los mejores inicios de cuento que -acordaros del nombre-. 

Las 100 entradas nunca fueron un objetivo. Físicamente, nunca fueron, aunque ahora mismo le esté dando forma como escultor que utiliza un teclado mecánico como herramienta de trabajo. En el salón de mi casa, en la penumbra de mi habitación en Madrid o en la del apartamento de Cris han nacido el 90% de las entradas de este blog. El resto, seguramente sean apuntes de un viajero que pierde el tiempo en un aeropuerto, solo, sin otra compañía que libros y un iPhone en el que teclear. Como escultor, cambio el yeso o el mármol por las palabras porque creo que se me dan algo mejor, aunque tampoco creáis que sirvo mucho más allá de esto que leéis casi bisemanalmente. Nunca fui creativo, ni original, y mucho menos, manitas. Además, todo el tema de ensuciarse las manos siempre me ha costado un poco; desde un simple donut a comerme una hamburguesa al lado del mar acompañado de mi novia en un paisaje inmejorable. Las manos, cuanto más limpias, mejor. 

Las 100 entradas nunca estuvieron en mi cabeza, hasta que hace relativamente poco, descubrí que ya llevaba 98. Allá por junio de 2020, un chico que estaba a punto de cambiar Madrid por Menorca estaba con su padre sentado en un 100 Montaditos. Él se había pedido el de pollo cajún con salsa barbacoa y yo recuerdo el de pollo kebab con salsa de yogur y lechuga, acompañado de unas patatas con cheddar y bacon. “Creo que voy a empezar a escribir un blog”, le solté. Había venido a ayudarme con la mudanza, y aunque no se pudo llevar mucho, recuerdo esos dos días con un ajetreo poco aconsejable para las temperaturas que nos acompañaban ahí por finales de un junio lleno de mascarillas.

Las 100 entradas no son una obsesión. No sabía de qué quería escribir el blog, aunque la idea principal siempre estuvo relacionada con los libros. Siempre he sido más de números, aunque el otro día, discutiéndolo con mis padres, llegamos a la conclusión que había sido simplemente por el hecho de la capacidad de mi padre por enseñármelas bien y poder entenderlas. Sin embargo, siempre he disfrutado mucho más con las letras; filosofía, historia, literatura… Disfruto con cada una de estas materias, con cada uno de los apuntes que descubro, con cada nueva cita, cada nuevo descubrimiento, con cada nuevo autor que pasa por mis manos. No hay nada que no me guste hasta llegar al punto de obsesionarme “un poco”. Luego, aparecerá otra cosa, y la que me obsesionaba dejará de obsesionarme y conseguirá asentarse en mi cabeza. 

Las 100 entradas son simplemente un número. Durante mi infancia siempre tuve como espasmos de creatividad que duraban relativamente poco; empezaba algo con mucha ilusión y a la semana o a las dos semanas ya dejaba de interesarme y lo dejaba a medias. Y cuando me propuse empezar este blog, el miedo a que volviera a pasar eso apareció otra vez por mi cabeza. En cierto modo, ha habido épocas que he sentido mi desconexión del blog hasta pasar varios meses sin escribir nada, y luego, escribir 5 entradas de carrerilla en dos semanas. Ni mucho ni tan poco. Pero tras 4 años de lecturas y apuntes, he llegado a la conclusión que haber escrito 1 entrada cada dos semanas es una periodicidad bastante buena para una persona que tiene un trabajo, una carrera y una vida social a la que atender muy felizmente -con eso me refiero a todas las cosas que hago con Cris, y con esta mención, sé que ya va estar feliz-. 

Las 100 entradas están a punto de ocurrir. Y tras 4 años, 9000 visitas -aunque muchas seguro sean mías-, y más de 100.000 palabras escritas, puedo decir que me siento ciertamente orgulloso de esto que he podido ir haciendo. Literariamente no tiene ningún valor y está lejos de tenerlo. Siempre consideré que mi escritura era simple, aunque poco a poco haya ido ganando una manera de escribir que siento mía. Siempre escribí sobre lo que quería escribir; ha habido épocas en las que me iba de excursión por Menorca y este blog era mi manera de escaparme un poco de una realidad que en ese momento me costaba asimilar; ha habido épocas en las que he leído mucho más y me ha apetecido compartir esas lecturas y los apuntes que podía ir tomando yo con vosotros; habéis compartido viajes conmigo, aunque no hayan sido muchos y habéis escuchado conciertos a través de mis palabras; habéis vivido una mudanza conmigo, mi relación casi entera, habéis vivido un cambio de trabajo y un nuevo rumbo en mi vida. En 100 entradas he escrito sobre todo lo que me ha apasionado en estos años, con pelos y señales, en un blog en el que, si bien nunca me importaron las visitas, siempre fue agradable ver qué entradas eran las que gustaban más. Sin ninguna duda, la del agua amarilla de Zaragoza va a ser difícilmente superada por ninguna otra, aunque LinkedIn ayudó a que sucediera así. Cuanto más compartáis, más feliz es el narrador de esta bella historia. Una historia que esperamos que se mantenga firme y duradera durante todo el tiempo que haga falta. 

Junté todas las entradas esparcidas por el blog, y sin cerrar este portátil que tanto me acompaña, me acosté. Quizá no tendría una chamarra amarilla como María, y el principio de mi entrada no sería mío, pero lo que sí habría conseguido sería mi centésima entrada. Una entrada acompañada de cada una de las personas que se ha pasado algún día a leer el blog. Una entrada que es el logro de 4 años de ir probando en esto de la escritura. Una entrada que es mucho más que una entrada. 

La 100. Por todos vosotros. 


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