8 de mayo de 2021

S'Abeurada. Descansi en pau (2021)

Cuando una persona que es estimada y querida fallece, siempre es conveniente que alguien diga unas palabras en su honor. Sea un familiar o conocido, es un momento que suele perdurar en la mente de los presentes para siempre. Este discurso, no siempre es fácil, al contrario, ya que, al ponerte en frente del atril, la pena y el dolor embriagan el momento para el que se decide a hablar, en este caso, un servidor. 

Encontrar las palabras adecuadas suele ser tarea complicada por mucho que el discurso se haya preparado, debido a la solemnidad del acto. Además, normalmente no contamos con mucho tiempo para poder pensar correctamente lo que queremos decir, porque suele ser raro saber que alguien se va a morir. No sé si soy la persona más adecuada para hacerlo o no, pero mi intención con todas estas palabras que me gustaría ahora poder pronunciar es poder recordar y honrar a alguien que nos ha dejado en las últimas semanas. Allá voy;

        “Queridos hermanos, hermanas, 

        Estamos hoy aquí reunidos para despedir a uno de los nuestros. S’Abeurada, como era conocida aquí en Menorca, era uno de los sitios más queridos por mis amigos y por mi. Fue un sitio que siempre nos trató como familia, un sitio que nos acogió y que nos hizo felices hasta el último día. Puede que no fuera el mejor sitio, ni el más limpio, ni siquiera era el sitio donde te trataban mejor, pero era nuestro sitio favorito. 

Si algo se quería celebrar de una manera correcta, esas mesas de madera vieja nos estaban esperando ya a todos para llenarse de hamburguesas y cerveza. No recuerdo cuando fue la primera vez que fui; era muy pequeño y me llevaron mis padres. No era un sitio muy conocido, y encima, estaba en una callejuela colindante a la plaza del Ayuntamiento, por lo que no era un restaurante de gran atractivo turístico. Entrabas y lo que te podía sorprender de primeras era su casi total oscuridad, como si el lugar quisiera esconder algo. Ese ambiente misterioso, hasta un cierto punto, aterrador, tenía su gracia cuando veías que en cada mesa había un botellín de las mejores cervezas del mundo con una vela que se iba consumiendo con el tiempo que tardabas en cenar. 

Después de regalarme esos momentos de infancia que de vez en cuando recuerdas, ese sitio maravilloso cerró sus puertas. No recuerdo si por traspaso o porque durante un tiempo yo no fui, pero la cuestión es que estuve años en volver a pisar su suelo. Luego, ya no volví hasta bachillerato, y fue por una simple coincidencia. En esos años conocí a los que ahora son mis amigos, mi segunda familia, y el que se convirtió en nuestro lugar de reunión cuando no quedábamos en una de las casas, fue s’Abeurada. Era nuestro local de confianza. Nuestra fortaleza.

No había dejado de ser esa cueva oscura que recordaba de años anteriores, y el polvo predominaba aún sobre las mesas. Eso sí, el bar seguía siendo el paraíso de los cerveceros, ya que tenía de todo: Coronitas, Desperados, Estrellas Galicia, cervezas menorquinas, suecas, alemanas, belgas… Todo lo que os queráis imaginar. Tal vez si pedíais alguna rara, tipo cervezas chinas, no la tenían. ¿Pero quién cojones se va a pedir una china, por favor? Las típicas, que eran las importantes, las tenían siempre. 

Pero todos sabemos por qué íbamos a s’Abeurada. Y no era por las cervezas, o por el sentimiento acogedor que te recorría el cuerpo al entrar. No. Sino sus patatas. ¡Qué patatas, por dios! ¡Cómo las voy a echar de menos! No sabéis lo que era eso, de verdad. Eran tal barbaridad que no se podían considerar patatas, y estaréis todos de acuerdo. Al sentarte en la mesa ya estabas esperando que te trajeran ese bol lleno de patatas con calamares, salchichas, croquetas y esa salsa rebosante. Picaban como ningunas otras, pero daba gusto ver como el plato se iba vaciando y tu tripa llenándose. Se me hace imposible decir estas palabras sin que no se me caiga la baba, pero por respeto me voy a controlar. Sus hamburguesas también valían la pena, aunque nada era igualable a esas patatas. Tanto la Guapa, como la Padilla, s’Abeurada o la Texana tenían ese algo que decías: “¡dios, por qué no vengo yo más por aquí!”. Tal vez no te la terminabas, pero todos hacíamos ese esfuerzo, aunque reventáramos por dentro. 

Y llegó el confinamiento. Si ella estaba herida, eso la terminó de joder. Cuando el virus tenía que durar 15 días les dije a mis padres que volvería para ir a cenar allí en cuanto saliéramos. Evidentemente, no pude. Tuve que esperar a verano para poder pasarme por allí un día, ese último día. Un último día sin saber que sería ese, el último. Lo disfruté como un niño. 

Y aquí estamos hoy, despidiéndote como te mereces. Como te habrías merecido siempre. Sabemos que no has sido suficientemente valorada. Tal vez no eras ni el mejor sitio, ni el más limpio, ni donde no te morías de calor, pero siempre estarás en nuestros corazones. No te olvides. Has sido lo que Bale fue en el Madrid; lo que fue Van Gogh durante su vida, o lo que Bécquer ha sido a la escritura. En resumen, has sido ese genio que no ha comprendido nadie en vida. Nos daremos cuenta de que nos faltas, seguro. Hoy, todos, rezamos por ti. Os pediría a todos que hiciéramos un minuto de silencio. 

(…)

Amén.”


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