4 de noviembre de 2022

¡Qué bonito volver a verte, Madrid!

Leo en el metro. Estudio en el coche. Trabajo en Guadalajara. Juego a baloncesto en Las Tablas. Vivo con un coreano, un italiano y un francés al que he visto una vez en un mes. Parece un chiste. Tengo un casero invisible. Tardo una hora y media en llegar a trabajar. No tengo espacio para mis libros, pero tengo una pantalla de 27 pulgadas. Cocino en mis ratos libres, y hago ejercicio por la mañana. Veo a mi novia siempre que puedo, y a mis amigos los fines de semana. Esta es mi vida en Madrid. Quien lea esto puede pensar que está siendo horrible, que debo querer volver a Menorca ya… Seguramente, si alguien del trabajo lo leyera, me estaría riñendo por haberme ido de mi querido paraíso del que ya han podido disfrutar de la sobrasada. Sin embargo, todo lo contrario. 

        Llevo poco más de un mes en la capital. 40 días. Como Jesús en el desierto. Aunque yo tengo un metro que me lleva a todos lados (menos a trabajar, sí), y comida siempre que mi cuerpo lo necesite. En estos 40 días me ha dado tiempo a muchas cosas. He visto al Madrid en el Bernabéu, al Madrid de baloncesto en el Wizink -dos veces-; he probado las empanadas argentinas y los alfajores originales traídos casi de la misma base del Perito; he visto salir el sol a través de la ventanilla del coche y un montón de accidentes al volver a casa; he visto a famosos por la calle y he ido al cine con mi novia; he comido en sitios nuevos y he vuelto a mis clásicos favoritos; he descubierto nuevas paradas de metro, nuevas zonas, y mucha gente. He tenido una boda en Menorca y su correspondiente despedida. He ido al Rastro, a las Torres Kio, al Barrio de la Concepción, he recorrido la M-30 subido en una moto y hasta me paseo por las Tablas dos veces a la semana. 

Si tuviera que elegir mi lugar favorito de esta etapa, sería el metro. Sí, el metro. Suele sorprenderme el hecho de entrar de día y salir de noche, o estos días, al contrario. El cambio de hora nos ha hecho un poco de daño. Aunque a mi esto de que sea de noche a las 18 me gusta -fusiladme, que no siento el dolor-. He renovado el bono dos veces, y esto de que cueste 10€ me gusta de cada vez más. Qué pena que dure hasta diciembre, o eso dicen… A ver si pasa como con la mascarilla y se olvidan de cambiar la norma. Ver las caras de toda esa gente a las 7 de la mañana, deseando que pase su jornada laboral, solo anima un poco más. Menos mal que llevo ya un café encima. 

        En estos 40 días en el desierto he vuelto a tener esa sensación de vivir en el sitio más bonito del mundo. De mi mundo. Ese lugar idealizado con arena blanca en el que cualquier rincón, por muy pintarrajeado que esté, es de los que recuerdas mucho tiempo con una sonrisa en la cara. Evidentemente hay sitios feos con ganas, y personas feas también, pero tampoco se lo decimos a la cara, y menos en un blog. Así que con Madrid igual. Madrid tiene un no sé qué que te envenena, tiene un qué sé yo que te entra por las venas, te enamora, te ciega los ojos y no te deja ver más. Puedes ir a cualquier otro sitio, que, como el encanto de Malasaña, La Latina, Chamberí o el mismísimo barrio de Recoletos, nada vas a encontrar. No hablo ni del Prado, el Reina o el barrio Salamanca. Una persona solo necesita pasearse por cualquiera de sus calles para darse cuenta de que ha encontrado la ciudad ideal. Una ciudad que te acoge con los brazos abiertos, igual que su gente. 

Siempre recordaré las palabras que me decían antes de venirme por primera vez: los madrileños son gente bastante arisca. ¿Arisca? O he tenido mucha suerte o he caído muy bien. Eso seguro que es gracias a mis padres. Creo que me he juntado con más personas diferentes en 4 semanas que en 2 años en Menorca. También puede ser culpa mía esto último (y tengo suerte de mis amigos), pero es algo diferente. Tal vez no volverás a ver a ninguna de esas personas, pero te invitan. Y vente a tomar unas cerves. Y vamos al Rastro. Y hoy salimos de fiesta. Y hoy nos quedamos a cenar aquí. Y hoy porqué no vamos a tomarnos un café y hablamos. Lo bueno es que hay tantas cosas por escoger a tan distintas horas, que, aunque llegues a las 20 a Madrid, vas a encontrar algún plan por hacer. Pero os recomiendo que no decidáis ir a La casa encendida, porque vaya mierda de exposición. 

        En estos 40 días me he aficionado a la música clásica. Gracias Roger y tu Piú classico. A los clásicos de la literatura. A Lorca. A Joyce. A una buena cerveza al sol. A un buen par de cafés por la mañana. A una pachanga en el parque. Al reggaeton en el coche a las 8 de la mañana. A las formaciones a las 9. A teletrabajar en casa y levantarme 20 minutos antes. Este año me faltan mis vinilos. Eso sí, la librería en mi futura casa ya está negociada. Y también he descubierto muchas cosas; a guardar las llaves y el móvil volviendo de fiesta. A que hay pocas personas que dan las gracias a los camareros cuando te traen un café. A que hay que pedir ayuda cuando uno lo necesita. A guardar los documentos importantes correctamente. Y a que cuántos más amigos tengas, mejor será tu vida. 

Leo en el metro. Estudio en el coche. Trabajo en Guadalajara. Juego a baloncesto en Las Tablas. Vivo con un coreano, un italiano y un francés al que he visto una vez en un mes. Parece un chiste. Tengo un casero invisible. Tardo una hora y media en llegar a trabajar. No tengo espacio para mis libros, pero tengo una pantalla de 27 pulgadas. Cocino en mis ratos libres, y hago ejercicio por la mañana. Veo a mi novia siempre que puedo, y a mis amigos los fines de semana. Esta es mi vida en Madrid, y si tuviera que volver a elegir, la elegiría cien mil veces más. 


22 de septiembre de 2022

Nuevos comienzos

Hoy se cierra un ciclo. Dos años después, estoy a un vuelo de volver a Madrid. Dos años de carrera y de trabajo después, vuelvo a la capital como una persona nueva. Vuelvo a mi ciudad ideal, para lo bueno y para lo malo, con un contexto totalmente distinto a la vez que me fui. Corría marzo del 2020 y los estudiantes escapamos de donde fuera que estuviéramos para volver a nuestras casas con nuestra familia.

        En ese momento no era posible volver a Madrid y mi vida se dio la vuelta completamente. Dejaba una residencia, una carrera, unos amigos y muchas experiencias para volver a mi casa, con mis padres y una pandemia de por medio. El cambio de carrera era necesario, y buscar un trabajo, prioritario. Allí apareció Icono, la empresa que me lo ha dado todo durante estos dos años y con la que he aprendido todo lo que sé ahora de trabajar. Me ha enseñado a ir de p*** culo y seguir al 100%; de tener problemas y tener que solucionarlos al momento; de tener las cosas listas para ayer y de ir siempre un paso por delante de lo que la gente espera. Ha habido momentos mejores, y algún momento no tan bueno, pero así es la vida. Y esta era la vida que me tocaba vivir.

No tenía que pagar piso, y la mayoría de mis amigos estaban estudiando fuera. Entonces, ya os lo digo yo, el primer año me cerré en mi mismo. Error fatal. Salir, salí poco o nada, y para lo único que salía era para ir a trabajar. Un gran plan, evidentemente. El segundo año surgió la posibilidad de entrenar con el Alcazar, club donde jugué varios años de pequeño. Ahí empecé ya a ser otra persona. Hacer ejercicio siempre ayuda, liberas no sé qué de dopamina o alguna de estas otras que termina con nina, fina… que dicen que ayuda al estrés y ansiedad. Y tanto que ayuda porque seguramente es el mejor cambio que he tenido desde la pandemia. Aunque si tengo que escoger, me quedo con poder hacer cosas con gente. El hombre es un animal social. Nunca me cansaré de repetirlo. Y allí conocí a un grupo de gente que me acogió de la mejor manera posible. Borrachos pero buenos muchachos. Ese es nuestro nombre de grupo, y creo que no los puede reflejar mejor, aunque ese “borrachos” ahora haya pasado a con pareja y trabajando, pero buenos muchachos. Os adoro, y me habéis dado la vida. La vida cambia, y sois el perfecto ejemplo de que a veces, es para mejor. Todo lo bueno que os pase, será alegría mía, y eso es lo mejor que podemos tener.

        Estos dos años me dieron también mucha lectura. Muchos libros que han pasado por mis manos, y algunos que me he leído en menos de 24 horas. A ese punto llegó mi locura por la lectura. Sigo leyendo, mucho. El gran cambio fue cuando antes de dormir pasé de ver una serie a leer, y mis ojos agradecieron el no tener que ver una pantalla una hora más de su día. Ahora me toca decidir qué libros me quiero llevar a Madrid, y no está siendo una tarea nada fácil. Ellos tampoco ayudan. Sé que cuando llegue, Patri me llevará a una tienda de estas de segunda mano, y caerán 3 o 4 más, o sea que tampoco me preocupo.

Dejo para el final, las personas más importantes para mi: Cristina y mi familia. Familia todos, al fin y al cabo. Estos dos años me han dado 730 días con mis padres y mi hermano. Y qué 730 días más bonitos. Con todos sus segundos. Ha habido momentos que han sido más duros, pero han sido tan pocos que no merece ni la pena tenerlos en cuenta. Me habéis dado un amor, como siempre, y nos habéis cuidado como si siguiéramos teniendo esos 4 años que a mamá le gustaría que tuviéramos. El teletrabajo ayudará a venir más de lo que os pensáis. Y yo agradeceré siempre tener esa cama y la comida a punto. Roger, tú prepara el Fifa, que en nada vuelvo a estar allí y hay un equipo que subir a 2ª división.

        Cristina, ahora me dirijo a ti. 3 años de relación que se han basado en mucho Facetime, fines de semana que hemos aprovechado para vernos, y veranos que se han hecho felizmente eternos con la playa y el sol como acompañantes. Por fin podemos decir que vamos a vivir como una pareja normal. Por muy poco normales que seamos tú y yo. ¿Quién iba a decir que una jiennense y un menorquín iban a durar teniendo los 3 primeros años a distancia? Nadie. Menos tú y yo. Pasará lo que tenga que pasar en el futuro, pero al menos habremos tenido la oportunidad de seguir esto en la misma ciudad, y ya te digo, que si hemos pasado todo lo que hemos pasado, esto tiene que ser pan comido.

Cierro así un resumen de estos dos años que tienen 1000 veces más luces que sombras. Empieza una nueva vida, que va a ser igual o más bonita que la que he tenido hasta ahora. Solo tengo que acostumbrarme a la idea de que no vuelvo en junio a final de curso, sino que empieza una nueva vida en Madrid. Os mantendré informados -cuando tenga escritorio en mi piso-. Muchas gracias por seguir aquí leyendo esta entrada. Solo tengo que acostumbrarme a la idea de que no vuelvo en junio a final de curso, sino que empieza una nueva vida en Madrid. Solo tengo que acostumbrarme a la idea… Ay, qué raro va a ser. Y encima con La gent que estimo sonando en Spotify. Me cago en… ¡así no se puede!

11 de septiembre de 2022

Festes de Gràcia, que alegres són.

Y llegaron a su fin. Fueron breves, pero intensas. Tan intensas que uno no se da cuenta de que el tiempo va pasando. Y 3 años han pasado desde que pudimos disfrutar de nuestras últimas fiestas. Una pandemia, un volcán, una guerra y la muerte de una reina han sucedido en todo este tiempo, y las ganas de fiestas han ido en aumento desde la primera cancelación en 2020. 

        Cada verano la isla se llena de turistas y de fiesta. Cada fin de semana podemos disfrutar de dos días en los que se mezcla buena compañía, caballos, alcohol, música, y comida. Mucha comida. Empieza el verano con las fiestas de Sant Joan, a las cuales hace tiempo que no voy, y a partir de ahí se van sucediendo: Es Mercadal, Alaior, Fornells, Ferreries… Todos y cada uno de los pueblos de la pequeña isla en la que vivimos tiene las suyas y toda la gente se traslada para poder vivir dos días de “bulla” en los que sabes cómo empiezas, pero no cómo terminas. 

Para mi ha sido un verano de mucha música. Bodas con Bon Ball Tenim donde tocar Quevedo y Rosalía se vuelve normal, pasacalles con la banda, conciertos, ensayos, pregones y dianas. He pasado más tiempo tocando que en la playa, sudando más que tomando cervezas en un chiringuito, pero esta es otra forma de disfrutar, y es la manera en la que disfruto yo desde que tengo 8 años y empecé con la banda. 

        Este año era mi decimocuarto cumpleaños con la banda, y mi sentimiento es el de un veterano curtido en cientos de batallas. Mil aún no. Era ver las caras de mis compañeros, muchos de los cuales eran de sus primeras fiestas que tocan, y se notaban esos nervios, las ganas de quedar bien, el cansancio de las primeras veces y la inexperiencia. Eso sí, sin ellos no habría fiestas. 

11.30h. Miércoles. Primeros acordes de El Gato Montés con Bon Ball Tenim frente a varios centenares de personas siguiéndonos al fin del mundo. ¡Lo que hemos conseguido en estos años es una locura! Quién iba a imaginar que en un día nos contactarían para 4 bodas y habría cientos y cientos de personas que nos seguirían en cualquiera de nuestras salidas. 3 horas después y varios litros de agua menos, llegábamos al final con la ilusión por las nubes y ganas de seguir la fiesta. 

16.15h. Mascletá terminá’ y la banda colocá’ y a empezar un pasacalles que se hace eterno. Aún con la comida en la boca casi y el sol dando de pleno, gigantes y bandas pasamos por las calles del pueblo para empezar una fiesta que solo acababa de dar su pistoletazo de salida. 

20.30h. Con un descanso de 45 minutos, poca cosa puede hacer uno. Un “mos” que decimos en Menorca, un par de vasos de agua y recoger las cosas para ir a tocar al Jaleo. Un poquito de colonia para oler mejor, y un poquito de hielo para el labio. Hasta 4 horas más tarde no íbamos a bajar del escenario. A las 00.30h, unos van volando, y nosotros nos vamos muriendo. Muriendo por sacar la pomada (Gin Xoriguer-limón) de la nevera y empezar la fiesta que la gente lleva disfrutando desde las 18.

6.00h. Jueves. Tras una verbena con amigos que este año me han acompañado todo el verano en esta odisea musical, es hora de irse a la cama. Sudando como un pollo -qué raro- y cayendo a plomo en la cama. Pero no has cerrado los ojos, y casi estás durmiendo. 

9.00h. Instrumento montado y gafas de sol puestas, empieza un pasacalle que siempre se habría podido ahorrar. Se cobra igual, y es lo único bueno que tiene, pero a veces no sé si compensa las horas que dejas de dormir. Tras varias canciones y chistes entre nosotros, tu cuerpo se va animando y ya no tienes la sensación de haber dormido solo 2 horas. Solo sabes que no has dormido, y que te importa nada.

12.30h. Tras una llamada inesperada, pero esperadísima durante meses, nos volvíamos a preparar para otro jaleo. Primera vez que tocábamos el día 8. Mi primera vez. Y los nervios volvían aparecer, más después de la última noche. La gente que te conocía te decía: ¿otra vez estás por aquí? ¿No estás muerto? Mi respuesta fue “naah, si ahora queda lo más corto”. Qué vacilón. ¿Lo más corto? 5 horitas de tocar a mi no me parecen cortas, pero en ese momento no te paras a pensar en nada. Tocas. Intentas disfrutar. Y te olvidas de todo. Al menos me olvidé de que en las últimas 24 horas había tocado 17. El labio lo tenía hinchado y con algún corte interior, pero veía esa gente ahí disfrutando y tú intentabas dar todo lo que te quedaba para terminar de la mejor forma posible. 

18.00h. Bajamos del escenario y la gente iba a seguir de fiesta un rato más. Sin embargo, mis fuerzas eran las de un espagueti cocido que poco a poco se va cayendo en la olla. Más blanco de lo normal, llegué a casa, donde me esperaba una comida que sabe a merienda. El bocadillo de “pop amb ceba” en el jaleo había sido bueno, pero las albóndigas de mi madre a las 18.30 de la tarde supera a cualquier otra cosa. 

        Terminamos el día saliendo de casa al final, en dirección a uno de los últimos actos de las fiestas. A uno de los últimos actos del verano. El cierre de todo. Las “corregudes” y el “darrer toc” indicaron que el verano se iba terminando. Y esta entrada, también. Han sido días intensos, de algún modo, de despedida, con muchos sentimientos encontrados, recuerdos de muchos años subiendo a ese escenario, tocando por las calles, y disfrutando de la gente que te importa y te apoya cada día. Gracias a todos por estar. 

Y gracias a todos por leer. Bones Festes de Gràcia. Fins l’any que ve, si Déu vol. 


2 de septiembre de 2022

Canto jo i la muntanya balla

"Canto a la vessant, al cim, al prat, / a les ortigues, al roser bord, a l’esbarzer. / Canto com qui fa hort, / com qui talla una taula, / com qui aixeca una casa, / com qui tresca un Pujol, / com qui es menja una nou, / com qui encén una brasa. / Com Déu creant els animals i les plantes. / Canto jo i la muntanya balla. "

Hilari decía que los poemas nunca se tienen que escribir. Los poemas se cantan para uno mismo y esa es la manera de mantenerlos en el recuerdo. En la novela ocurre prácticamente lo mismo. Irene Solá consigue con una prosa muy particular hacer inolvidable la vida de ese pequeño pueblo. Tres casas bastan para dar vida a toda la serie de personajes que pasan por cada uno de los capítulos. 

Hay veces que un rayo puede cambiarte la vida. Nos lo cuenta a través de la vida de la Sió y sus hijos. Pero también te la puede cambiar un disparo. Cuestión de perspectiva. Todo esto culpa de un corzo demasiado escurridizo. He buscado lo que es, y es la viva imagen de la madre de Bambi. La palabra “cabirol” no la había escuchado en la vida, así que siempre se pueden descubrir cosas nuevas. 

La narrativa de Solá me ha recordado mucho a la que tiene Delibes en El camino, novela que ya comentamos hace unas entradas. Ese pueblo que, en esta novela, la autora catalana sí sitúa en Camprodon, formado por 3 casas y muchas vidas se llena de sensaciones totalmente opuestas un día sí y otro también. Esta narrativa nos muestra una realidad muy cotidiana, de la que me quedo con uno de sus poemas. 

"Et vull a tu, / pagès i poeta. / Pren aquest llibre / que celebra la nostra unió. 


18 de agosto de 2022

Manifiesto por la lectura.

Manifiesto por la lectura podría haber sido titulado como oda a la lectura, y todos estaríamos de acuerdo. Sin un pero que valga. Un libro extremadamente corto, con una de las ediciones más bonitas que últimamente recuerdo, solo al alcance de un clásico como Odisea o la novela ilustrada Federico. Su llegada a mis manos fue de lo más imprevista y totalmente sin querer. Es lo que tiene vagar por una librería sin un título en mente. Llegó a mis manos y de ahí ya no se fue. Era de obligada compra. Una vez en casa, la lectura de este mini ensayo, disertación, relato, o como queramos llamarlo, no ha durado más de 30 minutos. 30 minutos de auténtica pasión hacia la lectura, donde podemos corroborar ese dicho de que a veces las cosas más inútiles son las más útiles, como nos recuerda nuccio ordine en otro manifiesto bastante anterior. No hace falta que una actividad nos aporte millones de euros al año en nuestra cuenta bancaria para que nos sea útil; a veces solo necesitamos que esa actividad nos transforme. Como personas, como sociedad. Como un yo mismo. A veces solo necesitamos una novela que no nos cuente nada para que nos lo cuente todo. Nuestro momento vital influye, y mucho. Las palabras limpias de cualquier prejuicio que nos presenta la autora entran en nuestra mente haciéndonos ver que la lectura no servirá para nada, pero nos hace más empáticos, mejores personas. ¿y quién no quiere ser mejor? Todos aspiramos a esa platónica felicidad que hemos intentado encontrar durante muchos siglos. Tal vez podemos encontrar en las palabras de una novela de Ken Follet, de Homero o de Elísabet Benavent esa felicidad ansiada por cualquiera. La lectura es esa pasión que nos une a todos y nos diferencia en cada género. O simplemente en una página. La lectura es esa pasión que siempre perdurará en el espacio y tiempo, pasen los años que pasen, y también a pesar de los cambios sociales, guerras, virus y cualquier situación que nos afecte de manera externa. Una de las claves de la sociedad que conocemos hoy en día es la lectura de los clásicos, las leyes y las historias que escribieron hace años miles de personas que solo sabemos de ellas por sus palabras. Gracias a esas primeras historias que se contaban en las cuevas por existir. Gracias a Irene Vallejo por recordarnos de dónde venimos y adónde queremos llegar. La lectura es, sin duda, una de nuestras posibilidades, y tenemos que explotarla de la mejor manera para que llegue a la mayoría de gente posible. Sigamos leyendo, y seguiremos viviendo con esa felicidad como aspiración final. 

2 de agosto de 2022

El dúo del Trocadero.

Uno piensa en Trocadero, y lo más probable es que le aparezca la imagen de Paris. Ese lugar de ensueño en el que van todos los turistas -vamos- donde se puede observar la Torre Eiffel desde una perspectiva totalmente privilegiada. También puedo decir que es el lugar de una de las mejores creperías, a mi gusto, de la ciudad. Sin embargo, recientemente he conocido otro homónimo al emblemático lugar parisien que hoy os quiero presentar.
 
Me acuerdo la primera vez que pasamos por delante de ese restaurante hace un par de años, justo cuando empezaron su andadura en este mundo de la cocina con vistas al mar: “¿has visto eso?”, le pregunté a Cristina, ensimismado con cada uno de los rincones de ese "local". Si se le puede llamar así. Los dos nos quedamos flipando frente a esa inmensidad de restaurante. He visto muchos restaurantes bonitos en Menorca, muchos, y los hay en todas partes, pero como este, y os soy muy sincero, ninguno. Tenía un aura especial. La esencia de algo único. Cuando este año Cris me dijo, “mis padres han reservado en Trocadero”, mi respuesta, lamentablemente, solo pudo ser un “¿lo dices enserio?”. Mira que hay respuestas que podría haber dado. La lengua es tan rica que para mostrar mi estupefacción podría haber utilizado un, “dios, que guay”, “madre mía, qué pasada”, o un simple “ueeeeee”, sin embargo, me quedé pensando que eso no podía ser real. Íbamos con el coche hacia el restaurante y seguía pensando que eso no iba a ocurrir. Simplemente, en algún momento, nos desviaríamos del camino hacia otro restaurante más alejado de la costa. Pero no. Llegamos a una recepción, similar a la de un hotel, donde varias personas nos esperaron y acompañaron a la mesa.
 
Manteles blancos, cuadros marineros, alfombras con telas preciosas, una carcasa parecida a la de un barco y las vistas más bonitas de toda la costa malagueña, seguramente. Sin duda, el restaurante más bonito en el que he estado. Puedo confirmarlo. No tengo pruebas, ya que tampoco osé sacar el móvil más de lo necesario, pero tampoco dudas de la afirmación que acabo de realizar. Las expectativas eran altas, aunque moderadas, ya que puedes encontrarte en uno de los sitios más bonitos del mundo y que la comida sea mejor en el bar de tu pueblo. Habría sido una pena. 
 
Una tabla de quesos, una ensalada césar y un entrecot más tarde, confirmamos que las expectativas se habían cumplido. Hasta superado. No pedimos más de la cuenta, porque al final los precios eran los que eran. La tabla de quesos, más variada de lo esperado, contenía un queso azul y un Chaumes que valía la pena degustar junto a la mermelada de frutas del bosque que acompañaba al plato. Sin embargo, la mermelada de naranja… ¿a alguien le gusta eso? En serio, que me hable por privado, porque sigo sin entenderlo. La ensalada era simple, con una gran cantidad de pollo, algo que se agradece, y el entrecot, al punto, increíble. Merecía cada euro y cada buen adjetivo que le pueda poner.
 
Aparte de la comida, sublime, las vistas fueron lo que más me impresionó. Oír las olas del mar como rozaban con el restaurante, la brisa que nos acariciaba la cara, ese cielo azul que se iba oscureciendo hasta convertirse en un negro cielo lleno de estrellas, la música ambiente y una muy buena compañía, convirtieron esa experiencia en algo memorable. Y aquí lo dejo por escrito. En unos años, lo releeré y podré volver a vivir cada momento. Eso sí, hay algo que recordaré por encima de todo, y es la frase de mi querida Cristina, que cuando volvió del baño, sin ningún miramiento me dijo: “tienes que ir, de verdad, es una locura”. Y allá que nos fuimos, una vez terminada la cena, a ver el baño. Hubo un momento en el que yo no sabía si estaba en un restaurante o en La Perla Negra. El baño era demasiado bonito, con un lavabo en cada cubículo, algo inusual en muchos públicos. Nadie ha pensado en si me quiero lavar las manos con cierta intimidad. Ni yo. Pero ahora que lo vi, ¡lo quiero en todos los restaurantes!
 
Del Trocadero, nos quedamos con un pequeño vídeo grabado subiendo del baño, ya que los mejores momentos no se capturan en imágenes, y con el recuerdo de haber pisado el restaurante más bonito que he visto nunca. Ojalá pudiéramos vivir de recuerdos. Mucha gente sería más feliz. Sin embargo, estos se desvanecen a veces, o cambian de estado, o simplemente, se mantienen inalterados, pero inefectivos. Este, ya os puedo asegurar, que no se me va a borrar de la cabeza nunca -o al menos, hasta dentro de mucho tiempo-. Nosotros vivimos todos esos recuerdos, cada uno de ellos, pero cada persona, en su interior, elige cómo recordarlo, y yo voy a hacerlo de la mejor manera posible. 

La gente conocerá el Trocadero de Paris, pero que se ande con cuidado, que el de Benalmádena le viene pisando los talones. Elegancia y clase tienen los dos para aburrir. Yo, como simple y humilde consumidor, os recomiendo… con la boca pequeñita … parís. Siempre. Toujours. Porque restaurantes bonitos hay muchos, pero ciudades como Paris, ninguna.

18 de junio de 2022

Las dos obras maestras de Tallón

Hay personas que escriben para vivir. Las redacciones están llenas de ellas. Gente que basa las horas de su día en la escritura mecánica de textos que se leerán y olvidarán. Se levantan a las 7 y se pasan toda su jornada laboral, con suerte, pensando cómo exponer su particular historia. No obstante, hay otras, muy pocas en este mundo, que viven para escribir y pasan los hermosos 86400 segundos que dura su día en escribir palabras que no tanta gente leerá y recordará toda su vida. Bastará con una frase. Con un párrafo como mucho, pero esos son los escritores que uno siempre quiere encontrarse. Son a veces escurridizos, y no siempre los encuentras en su primer libro. Pueden pasar las páginas y no parecer ver la luz. Hay veces que hay que dar una segunda oportunidad, sabiendo sin embargo, que esa segunda oportunidad puede marcar una historia muy bonita que te unirá a ese escritor que se ha puesto delante de un papel y un boli y se ha inventado una historia. Nada nunca volverá a ser lo mismo. "Eres un dramático". Seguramente. No os niego esa posibilidad, pero cuando os ocurra algo así, estaréis agradecidos a que una vez, un bloggero de Menorca os aconsejó no dejar ese libro que podía convertirse en vuestra Biblia particular. 

Soy una persona que no me ciño a la lectura marketiniana. Todos esos libros que aparecen en portada en los escaparates de las grandes librerías no consiguen detenerme y hacerme entrar por sus grandes puertas. No me seducen todos esos libros de intriga, amor, dulces para adolescentes, con los que pasaría un muy buen rato, y al cabo de unos días no recordaría ni su portada. Suele ocurrir lo mismo con las personas con las que ligas de fiesta. Aparecen un día, haciendo mucho ruido, embriagados por la colonia del alcohol, y a la mañana siguiente muchas veces ni consigues recordarlas. Hace años ya que no termino sucumbiendo a esos grandes títulos que nos ofrecen las mayores editoriales del mundo, cuyo único propósito es vender páginas vacías llenas de letras. No digo que sean peores, sólo que no me ofrecen, a mi particularmente, la misma experiencia que otros menos comunes. No siempre es así. 

Así llegó Juan Tallón a mi vida. Xoan Tallón, supongo, para sus amigos. Original de Villardevós. O Vilardevós. Me lo tendrán que confirmar mis amigos gallegos. Filósofo de carrera, escritor de columnas en diversos periódicos, escritor de discursos para un ministro, novelista, gran amante de los materiales artísticos y con pánico a empezar una novela y morir en el transcurso. Padre de una hija que le está enseñando a decir que no (algo muy importante que muchos no sabemos hacer, según dice en una de sus columnas) y, persona que según su padre es prácticamente un inútil. Remarcando ese adverbio inicial, que no hace más que rebajar el grado de inutilidad. 

Me encontré con este autor, para mi desconocido, en uno de los posts que subió Coco Davez en su Instagram. En él, recomendaba dos de sus últimos libros: el primero, Rewind, por dejarla en shock y romperte el alma a cada página que avanzas. Esa Rue Romarin nunca volverá a ser lo mismo; el segundo, Obra Maestra, por ser todo lo contrario al anterior, y narrar con una multi perspectiva jamás antes leída por mi ojo, la pérdida por parte del Reina Sofía de una de las obras más pesadas de la historia de la escultura. Solo puedo asegurar, con total convicción y certeza, que la próxima vez que pise esos suelos originalmente rotos de mármol del museo madrileño (los cuales estaban destinados a ser parte de un hospital), lo primero que buscaré será ese Gernika. No el de Picasso, sino el de Serra. Richard Serra. 

Después de terminar las dos novelas, puedo confirmar que Rewind es la verdadera Obra Maestra de Tallón. Qué palabras más bien empleadas. Qué frases tan bien puestas. Qué historias viven sus protagonistas. Qué bonita es la vida cuando te das cuenta de que mañana puede no seguir ahí (Hume decía lo mismo hace 400 años y a mi me parece bonito que ese pensamiento haya evolucionado hasta el presente. No en un sentido Mr. Wonderful, sino en uno más poético y filosófico). 

Empecé a seguir al gallego en sus redes y me enteré de las columnas semanales que escribe en El Periódico de España. Cada una mejor escrita que la anterior. Sobre la idea del no, la dificultad de llevar a cabo una mudanza, o lo bonito que debe ser calvo para una persona que vive en el gerundio de peinarse. Me quedaría horas y horas leyéndolo y deseando escribir algún día, con una milésima parte de la calidad que él tiene. En una reciente entrevista con la pintora dejó la siguiente cita: “Lo imposible a veces tiende a la realización”. Ojalá tengas razón. O al menos, un poquito. 

Hasta que no ocurra, seguiremos intentando escribir con la calidad que ya conocéis y leéis en mis entradas. Como dice Tallón, lo importante no es escribir una buena novela, sino una nueva novela. Habrá otros blogs mejores, más interesantes, con más ingenio, o más educativos, pero me quedo con las personas que leéis este por, ¿diferente? Porque no tenemos un tema concreto (eso se ve a primera vista), no tenemos un área específica, ni siquiera una periodicidad. Escribo cuando me da la gana, y vosotros estáis allí siempre. Por eso os doy las gracias, por vuestro inmenso aguante y soporte hacia mi persona. Hay mucha gente gilipollas en el mundo, o eso dice el escritor, pero vosotros estáis lejos de ellos. De eso ya podéis estar seguros.

Muchas gracias. Nos vemos en la próxima. Hasta pronto.

19 de mayo de 2022

Re-Read (ing) Barcelona

Barceloooonaa!! Todos habremos escuchado alguna vez esta canción que unió a Freddie Mercury con Montserrat Caballé en la intro de unos Juegos Olímpicos eternamente recordados.  Una mezcla que vendría a ser parecido a lo que ha hecho Rosalía: juntar flamenco y reggaetón, dos mundos totalmente distintos, que con un poco de esfuerzo, pegan hasta con cola. 

        ¿Por qué empiezo así la entrada? Porque no merece menos. Ni más tampoco. Hoy es un día especial, porque tras casi dos años que llevo escribiendo en este blog, nunca había podido dedicar una entrada a Barcelona, mi Barcelona querida. Vosotros no lo sabéis porque nunca lo he dicho, pero hubo un momento en el que me sabía el centro de la ciudad como si fuera la palma de mi mano. Es verdad que aún me la conozco bastante bien, pero ir 5 años después de la última vez, habiendo pasado una pandemia de por medio, ha hecho aparecer en mi palma algunas arrugas que yo no conocía y me dejaron un poquito perdido de primeras. 

Estamos hablando de un viaje que hicimos en diciembre. Ha pasado el tiempo, sí, pero como decíamos el otro día… pasa y pasará, y no por eso pierde la importancia. Llegamos con los amigos a Plaza Cataluña y volví a recordar un poco todas esas veces que había paseado por ahí con mis padres. El viaje había sido realmente improvisado, solo basta deciros que una semana antes yo solo me iba a Palma. Pero ahí estábamos, 5 menorquines, en un hostel de Plaza Cataluña, compartiendo habitación con un americano, un alemán y un francés. Parecía Toledo en tiempos de los Reyes Católicos (espero que entendáis por qué). 

        Fueron dos días, pero ¡qué días! Fueron 36 horas de pasear por todo el centro; 36 horas de comer y beber (con lo que nos gusta a nosotros el comercio y el bebercio); 36 horas de subir Montjuic y recorrernos toda la Gran Vía; 36 horas de salir de fiesta y terminar comiéndonos unos churros a las 5 de la mañana. Como veis, fueron 36 horas muy intensas en las que hicimos de todo un poco, pero si hay que recalcar dos cosas del finde estas dos serían, de menos a más importancia, el ver las luces de Navidad de Rambles y Portal de l’Àngel y la librería que descubrí gracias a ellos. 

Llegamos sobre las 18 y el sol se había apagado. La luna hacía su entrada en el cielo de Barcelona y todas esas luces ganaban más protagonismo, ya fueran las de El Corte Inglés o las del Mercat de Llúcia, situado en la plaza de la Catedral. Ahí, andaba yo buscando un caganer bonito para poner en el Belén, cuando me encontré el de Messi en el PSG. Habría sido un buen regalo para mis amigos culés, aunque debido a su alto precio decidí dejarlo en la estantería. Una pena.

        A la mañana siguiente, después de unas cuantas cervezas por la noche y haber cenado en el Mcdonalds de al lado del hostel, nos dirigimos a la Dick Waffle que se encuentra en plenas Rambles, justo delante del Liceu. Tiago y yo no lo teníamos claro, pero al final sucumbimos a ese gofre con chocolate blanco y oreo… Hay que decir que esos 17 centímetros eran deliciosamente ricos y dulces, por muy mal que suene. La vendedora, por suerte, estaba acostumbrada a ello.

Ese día transcurrió entre compras, cervecitas y una comida en un restaurante japonés que nos dejó la barriga a un maki de la explosión. Evidentemente, luego había que bajar todo eso, y decidimos poner rumbo a Montjuic desde Plaça Universitat. Esa media horita, entre paseo y carrera para subir las escaleras de la fuente mágica nos hicieron olvidar los nigiris y todas las gyozas que habían entrado en nuestra boca. Las vistas desde arriba eran preciosas, algo que no tenía recuerdo de haber podido contemplar nunca. Esa ciudad cuadriculada cortada por esa diagonal con algunos puntos que se desorganizaban, la montaña al fondo, el cielo azul, conformaban un cóctel perfecto para quedarnos ahí un ratito a disfrutar de la calma.

        Al bajar del cielo volvimos otra vez al mundo terrenal. Las calles llenas de taxis y de gente se iban oscureciendo poco a poco, e iban reluciendo las luces de navidad en Gran Vía. Y ahí fue donde por un momento estuvimos en el segundo lugar que he destacado por importancia al principio de esta entrada: Re-read.

Como su nombre bien indica, no se trata de una tienda oficial del FC Barcelona. Y si lo fuera, me temo que al club le queda tan poquito dinero que tendrían que cerrar por vacaciones durante un tiempo. Dejándonos de meter con el Barça, que suficiente tienen con jugar la Europa League (y haber quedado eliminados, que esto está escrito en enero), Re-Read es una librería de segunda mano donde cualquier lector sería feliz durante el rato en el que esté en la tienda. No solo por la cantidad de libros que uno puede encontrar en cualquiera de sus estanterías, sino por la calidad de ellos y la música de ambiente que a un friki del jazz le pone los pelos de punta (y otras cosas que mejor no comentamos). Para ser una tienda de segunda mano, todo estaba tan bien colocado y organizado que me podía recordar a mis paseos con Luna por La Central, en los que cada uno iba a su aire y nos perdíamos entre los pasillos repletos de títulos y nuevos autores que te apetecía descubrir. 

        Me habría podido llevar 1000 libros (por poder), pero la maleta no era mía y había que economizar peso. Yo me llevaba 6 y Ada otros 5. La competición entre los amigos había empezado. A ver quién se llevaba los mejores, aunque hay que decir que todos los que cogimos eran para cada uno, los mejores. Al ser fans de Harry Potter hubo uno que levantó ciertas ampollas en el grupo: ese no era otro que el de Historia de Quidditch, el cual encontré en un montoncito de libros enano. Sé que no me desearon ningún mal, pero en el fondo sé que querían que a mi libro le faltara alguna página -os aviso ya de que no ha pasado-. De allí salimos cargados y felices, listos para otra noche de fiesta, donde tras un momento de duda accedimos a pagar 20€ para entrar en una discoteca, y sin copa. Sí chicos, sí. Sin copa. Una mierda, pero bueno, dicen que una vez al año no hace daño, y esa fue la última de un 2021 que iba a quedar grabado en nuestras retinas de una forma u otra. 

Leer libros y comprar libros son dos actividades totalmente distintas. Ir a Barcelona y vivir Barcelona también. Yo me quedo con la segunda. Más apasionante y divertida. Diferente y con muchas sensaciones. Multicultural y cosmopolita. Leer blogs y leer el mío, eso sí son dos actividades totalmente distintas. Os recomiendo la segunda, más que nada porque así tengo que escribir otra entrada y me entretengo.

Y ahora, hacemos un punto y aparte, hasta la siguiente entrada. Gracias, como siempre. 


12 de mayo de 2022

Tic, tac. 40 días han pasado.

¿Os acordáis de la última entrada que escribí en este blog? Ha pasado más de un mes, y en este mes muchas cosas han pasado. Tal vez no tantas. Alcaraz ha ganado sus primeros Masters 1000, la inflación ha seguido subiendo, la guerra en Ucrania avanza ante la pasividad del mundo, nadie está a gusto con el poder de España… Tal vez no pasen tantas cosas. Lo único que sigue su curso de forma imparable es el tiempo. Esos segundos que para algunos son un mundo y para otros una miseria. Tic, tac, decía Pedrerol. Tic, tac suena en nuestro reloj. Aunque sea imposible parar ese sonido que confirma que ha pasado un segundo más de nuestra vida, hay veces que desearía pararlo todo y congelarme en los momentos que hemos vivido. 
 
        Tic. Pararía el tiempo justo en el día en el que escribí la anterior entrada. Oh, Paris. Oh, bendita ciudad que te encandila con el simple hecho de estar. De ser. Esos árboles, que en ese preciso instante florecían de purpúreos y alegres colores, nos recordaban que hay momentos que más vale disfrutarlos en vez de capturarlos. No tengo casi fotos de esos días. Tal vez por que no se necesitan fotos de los momentos que se quedan grabados en nuestra mente. Tal vez porque París seguirá allí muchos años más. Perpetua. Invariable. Desafiando a esos segundos que intentamos parar, como si no pasaran para ella. Si tengo que escoger el momento perfecto para visitar la ciudad, seguramente me quedaría en ese: ese momento de cielo azul que poco a poco va dejando su espacio a un cielo anaranjado con el que cerrar el día; esos paseos en los que observas los tejados “a la mansarda” de color gris en el que imaginas a un bohemio escribiendo su novela; ese camino desde el Arco de Triunfo a la Concorde guiado por sus altos árboles perfectamente cortados; esos momentos en los que paras en una cafetería al borde de la calzada para tomarte un café o unas patatas; todas las creperías del barrio Latino en las que parar después de visitar la Shakespeare & Company y todos esos monumentos a la vuelta de la esquina que nos quedan por visitar. No hay rincón sin encanto. O, puede ser, no quisimos verlo. La noche acaecía sobre cada una de sus calles, y no se nos ocurría otro plan que visitar la Torre Eiffel y su espectáculo de luces. Puede que pasen los años, y sin duda, pasarán, pero esos días en París quedarán para ti y para mí, guardados. Volveremos, Cris, sin duda. Esos crêpes de Trocadero no se van a quedar sin ser probados de nuevo. Tac. 
 
        Tic. Pararía el tiempo en ese momento en el que Rodrygo marcó el 2-1 contra el todopoderoso City y nos paró el corazón a todos los madridistas. Mira que este año no vamos exentos de sustos. Aunque tampoco de milagros. El PSG, Chelsea, o Sevilla en liga, habían sido testigos de algunas de las remontadas más increíbles que habíamos vivido en los últimos años. Y lo decimos algunos que hemos visto ganar una Champions en el minuto 93. Pero lo de ese día, hace dos semanas, era impensable. Imposible. No iba a ocurrir, pensábamos todos. O sí. Tenías esa pequeña esperanza guardada que abría la posibilidad al enésimo milagro de esta temporada. Y ocurrió. Después de un partido en el que el paso de los minutos iba cavando nuestra propia tumba, con un City lanzado al ataque y un Madrid salvado por Mendy y Courtois en la misma línea de gol, aparecieron los nuevos para salvarnos una vez más y demostrar que esta competición es la nuestra. Tampoco quiero decir mucho más porque esta entrada no se trata de una crónica deportiva, pero si tuviera que parar el tiempo, este sería uno de los momentos en los que lo pararía. Ese minuto en el que todo cambió. En el que el Bernabéu sonó más fuerte que nunca. En el que nos ganamos nuestro billete a París, mira que casualidad. Tac. 
 
        Tic. Pararía el tiempo finalmente el día 24 de abril. ¿Por qué? Tras una larga temporada entrenando por primera (segunda) vez con el club en el que me crie, jugamos nuestro último partido en casa. Recuerdo el momento de la última charla. Del último calentamiento. El último salto inicial. La última falta apuntada. Y también, la última victoria. Ha costado, y no hemos conseguido nuestro objetivo, pero lo hemos dado todo. Nos hemos dejado la piel en cada uno de los encuentros en los que nos ha tocado sufrir, o bien, la gran calidad de nuestros rivales, o bien, la intranquilidad de vernos 20 arriba y pensar que, un día más, íbamos a perder. No ha habido un partido tranquilo. Nuestro carácter no nos lo permitía. Pero al final hemos ganado 6, y nos hemos colocado a media tabla, algo que a principio de temporada nadie se imaginaba. Me quedo con el esfuerzo de todos y orgulloso, y que, a pesar de yo ser un simple novato delegado, me lo he pasado como nunca en un banquillo que voy a extrañar cuando no lo pise. Me quedo con haber jubilado a nuestro entrenador tras más de media vida dedicada al club con una última victoria; no hemos podido regalarle todas las que queríamos, ni la 2ª plaza de Menorca, pero nos llevamos un amigo para muchos años más, aunque raje de nosotros a pleno pulmón de vez en cuando. Tac. 
 
Tic, tac. Vuelven a pasar los segundos. Como veis, el tiempo pasa volando. Y sólo han pasado 40 días. Aunque si lo pensamos bien, 40 días no son nada. Pero también lo son todo. Espero veros pronto, tengo algo que contaros de Barcelona que hace mucho tengo guardado y mis amigos ya me lo están reclamando. Cuidaros, y nos vemos en la próxima. Tic, tac.   

31 de marzo de 2022

Cronología de un aeropuerto

Esta vez son las 9 de la mañana. Día lluvioso con viento y malestar. Es pronto y el ambiente no augura demasiada felicidad. Mi madre acaba de dejarme en el aeropuerto, lugar que piso por décima vez este 2022 (evidentemente, teniendo en cuenta idas y vueltas) y estoy solo. Al llegar pronto y no tener la tarjeta de embarque, me siento en la cafetería y espero mientras no abren el mostrador de facturación. Enciendo mi portátil, algo que no hace ni 6 horas que he apagado antes de caer dormido, adelantar prácticas es lo que tiene, y abro mi blog. 

Hacía mucho que no lo consultaba. ¿Cómo estará? Ya no me acuerdo ni cómo se llamaba, pero eso da igual, porque veo que alguien de Estados Unidos entró 81 veces hace un par de semanas. A nivel de números puede ser una mierda, pero que alguien que esté en el otro confín del mundo entre en mi blog y se pase por todas las entradas, es algo, si cabe, gracioso. Pero hay veces que la magia ocurre. Tengo mucho tiempo y muchas ideas en la cabeza, de manera que la única manera de sacarlas es escribiendo un poco. Os gustará o no, pero llevamos así un año y medio. Y ni tan mal. 

Siempre he pensado que los aeropuertos son un lugar de tránsito. De personas. Mercancías que van y vienen. De vehículos, que despegan, aterrizan, transitan por la ciudad que forma ese recinto. Y también, un lugar de tránsito de emociones. ¿Quién no ha llorado al dejar a alguien querido en frente de ese control "aleatorio" que te va a distanciar? ¿Quién no ha llegado feliz por irse de vacaciones unos días a algún lugar querido? ¿Quién no ha llegado dormido porque su vuelo salía a las 7 de la mañana y no podía ni con su alma? Reconozco que es de las peores sensaciones. Todos hemos dejado a alguien cercano, nos hemos reencontrado con amigos, hemos ido a recibir a algún conocido, o simplemente, nos ha tocado ir al aeropuerto a trabajar, que también estamos algunos de esos. El aeropuerto es ese lugar en el que un arco divide el permanecer y el volar. Volar literalmente. Pero también volar lejos de ti, de lo tuyo y de los tuyos.

Hoy era un día de esos que notas los nervios en el estómago. Pisas el baño más veces de lo normal, y parece que tu estómago está de resaca. Hasta que no ha abierto el mostrador número 33 destino Palma y he podido sacar la tarjeta de embarque, algo que me está dando dolores de cabeza cada vez que me toca viajar (o sino que se lo digan a mi entrenador), yo no podía pasar el control. Seguía solo y no he tenido que hacer ni cinco minutos de cola. Eso sí, justamente me ha tocado que me abrieran la maleta. "Perdone, ¿me puede acompañar?", me ha dicho. ¡Cómo no te voy a acompañar, mujer! ¡Si tenemos este ala del aeropuerto solamente para los dos! Aleatorio dicen... Evidentemente, no me he podido resignar. He abierto todo lo que he podido y más. Más vale que sobre que que falte decían en mi casa. 

Tras 5 minutos de esperar los resultados, como si de un examen se tratara, he podido acceder a la puerta de embarque donde una hora más tarde empezaríamos a hacer cola para entrar en el avión. En ese momento, cuando he podido abrir mi mochila y sacar el libro escogido para este viaje, he dejado de estar solo. Kokoro, que así se llama esta narración del autor japonés Natsume Soseki (la o lleva una barrita encima que no sé ni como poner, así que espero que me perdonéis), tiene pinta de ser de esos libros que van a hacerme estallar la cabeza. ¡Cómo me gustan estos, y qué pocos hay!

El vuelo en sí no ha estado mal. No sé si llegábamos a 20 personas en un avión de 60 plazas, por lo que habríamos podido estar sin mascarilla y seguiríamos cumpliendo la distancia de seguridad. Pero no, todos con mascarillas y todo lo que haga falta. FFP2 de esta ya no, que son más incómodas que yo que sé. No sé cómo hemos podido llevarlas todos estos 2 años. 

En Palma hacía el mismo tiempo que en Menorca, aunque un poco menos lluvioso y con más ambiente. La felicidad es la misma, pero se afronta de otra manera. Mi dirección estaba clara; McDonalds. El estómago, por muy de resaca que esté, necesita llenarse para afrontar otro vuelo, éste de dos horas. Sé que son las 12.30, pero sino, la ventana de la comida se iba a cerrar sin ser consumida y eso no puede ser. Solo le estoy haciendo un pequeño favor al señor McDo que diría mi hermano. Oye, te voy a echar de menos estos días. A ti y al NBA. Quedan pendientes unas cuantas partidas entre tus Bulls y mis Warriors.

Oigo ya la megafonía. "Llamada para el señor Aleix Gomila". Uy, ese soy yo. "Última llamada para el vuelo AF4235, con destino Paris Orly. Embarque por la puerta, 90". Ay esa pausa de suspense. Allá vamos. Cris, espérame, que voy con las pilas cargadas. Estos días, mientras yo me pego unas buenas vacaciones en la ciudad del amor y de la luz, os dejo esta entrada para que no me echéis de menos. Bienvenidos otra vez, a los nuevos y a los de siempre, al blog de LeLector. El blog de todos. Muchas gracias.

1 de marzo de 2022

Día de Baleares. 1 año más.

1 de marzo. Si ayer mis amigos andaluces celebraban el día de su comunidad, no hemos tardado los baleares ni un día en celebrarlo también por nuestra cuenta. Envidia sana. Es broma. Mira que celebrar dos días seguidos teniendo 365 en un año… 

        Como día festivo que es, la oficina estaba cerrada. Y eso solo significa una cosa: o es un día en el que se puede dormir, o es un día en el que se pueden hacer cosas con la familia y amigos que normalmente no podemos. No por no querer, más bien por tiempo. Ay, el tiempo. Ese tiempo que tendremos cuando nos jubilemos, sin embargo, lo que no tendremos serán fuerzas para hacer todas las cosas que siempre hemos deseado. 

En mi familia llevaban unos días ya de puente, o acueducto casi, porque llevan 5 días de vacaciones. Trabajar en el colegio tiene esa ventaja: vacaciones cuando la conselleria manda. Y si la conselleria dice que hay puente, hay puente. Y vamos si hay puente. Yo me lo he tomado de otra forma. Puente no tenía, pero me he puesto enfermo con anginas, y de los 5 días, 4 he estado en casa sin moverme. Unas grandes vacaciones, depende de como se mire. 

        Hoy, ya casi al 100% recuperado, aunque nunca se esté del todo perfecto, nos hemos liado la manta a la cabeza, hemos arrancado el coche y nos hemos dirigido al norte. Y tan al norte. Cala el Pilar era nuestro destino, aunque no en sí su playa, sino una que se encuentra al lado. Tiene tantos nombres que no sé si me acuerdo de uno: Racó de’n Bombarda. O Cala Alforinet. Ni idea. Algo de eso me suena.

Llevábamos los tres nuestras ropas más excursionistas, la mochila con agua, por si acaso siempre, y nuestros móviles. Uno nunca sabe cuando lo puede necesitar. El Camí de Cavalls nos aguardaba, lleno de árboles de todo tipo y bichos que se pegaban a ellos rogando una vida más. Había procesiones de orugas por todos lados, buscando árboles donde pegarse, pero a la velocidad con la que iban, va a llegar el verano y seguirán ahí, paseando. También había más familias, disfrutando de sus días de fiesta, o puente. O lo que sea. Durante esas excursiones es el único momento en el que la gente que por la calle no te saludaría, básicamente porque no te conoce, suelta un “Hola”, o un “Bon dia” que se ve normal, a pesar de no saber quien es. La cosa es que no pasa con algunos, no. Pasa con todos, y si van separados, varias veces. 

        Poco a poco nos hemos ido acercando a la playa. Tocaba subir una montaña, y se nota en las piernas el año de jugar a baloncesto. Menos mal del físico y de mis entrenadores personales en los que se han convertido mis amigos. Sin ellos habría costado más. 

El aliciente para llegar a la playa no era ni un picoteo, ni encontrarme a Cristina, sino ver una playa llena de piedras redondas gigantes en las que uno se podía sentar. O esa era la leyenda. Lo que hemos visto desde lejos eran piedras normales que no valían la hora de andar que habíamos recorrido. Pero una vez hemos estado cerca de esa “arena” formada por los macs, o mags, que así se llama este tipo de piedras en Menorca, ya ha sido otra cosa bien distinta. No te podías sentar encima, pero poner los dos pies a la vez, sí. Y eso mola. 

        La subida luego, bueno. Horrible, la verdad. Larga y pronunciada, pero qué le vamos a hacer, this is Menorca. Bonita y con cuestas a partes iguales. Siempre estoy diciendo que me encanta Madrid, que es la ciudad donde quiero vivir, que la vida en esa ciudad es (casi) perfecta, pero sé que donde siempre querré volver, porque como en ese sitio, en ninguno, es a casa. A mi mar azul y prados verdes. A mi Menorca.

Porque no vale solo celebrarlo el día 1. De nuestras queridas islas se es todos los días del año o no se es. Aunque al resto del mundo os digo: si queréis playita, buen tiempo, fiestas, bienestar y tranquilidad… Yo no me lo pensaría. Al menos, para el día 1. Feliz día de las Baleares. 


7 de febrero de 2022

El camino (a Cazorla). Miguel Delibes.

Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así. Así empieza Delibes su obra maestra por antonomasia. No hay mucho más que añadir. Así quiero empezar yo esta entrada, aunque ni queriéndome parecer al vallisoletano podría emular su literatura morfológicamente rica. Sin embargo, vamos a intentar sacarlo de la manera más digna posible.

        Corría el frío por Jaén. Un Gran Eje más solitario de lo normal y un cielo azul celeste emergían por la mañana. Nada parecido a la escena vivida los últimos días; gente por todos lados, coches yendo de un lado para otro, tiendas abiertas 12 horas al día. Hasta un calor extraño por los días en los que nos encontrábamos. Un nuevo año había empezado sin grandes cambios. Lo normal. Lo de siempre, más bien dicho. 

Tras una inesperada decepción en una de las cafeterías favoritas de Cris (ahora ya exfavorita), nos montamos los 5 en el coche y nos dirigimos a Cazorla, pueblo situado en la montaña a más de 50km de la capital. Digo los 5 porque venía Fito, el tercero en discordia de la relación. El hijo perruno de Cris y, por ende, el mío. 

        Esos 50km, mientras que a uno de Menorca se le hacían eternos por ser algo inusual, eran algo normal para cualquier peninsular. Siempre recordaré los veranos en los que hemos ido y vuelto de Fuengirola a Cádiz en el transcurso de 12 horas. Toda una odisea para mí. Después de recorrer una hora de autopista y ver extensiones de campo y montaña a los lados llegamos a lo que parecía un pueblo sacado de un cuento. Una aldea, dicho en su mejor sentido, subida a una colina llena de casitas blancas con sus tradicionales tejas marrones, enmarcado por un frondoso verde con un castillo reinando en lo más alto. 

Al bajar del coche y acercarnos a la playa mayor, la imagen de ese pueblo me iba resultando familiar. Tiendas de toda la vida -panaderías, bares, tiendas de fotografía-, un vecindario que parece de la misma familia, una única iglesia en todo el pueblo, niños corriendo por las calles como si fuera su casa… Me sonaba de algo todo eso. Hasta que caí. Ese pueblo, aunque no lo fuera, podría haber sido perfectamente el pueblo de Delibes en su camino. Nunca lo sabremos porque el autor no lo nombra en ninguna de sus páginas, aunque sí es verdad que nos lo sitúa en el norte (casi donde se encuentra Jaén, vamos). Esos niños que corrían como niños que eran podrían haber sido Daniel, el Mochuelo, la Uca-Uca o el Grescas viviendo alguna de las peripecias contadas en esa novela que se publicó en 1950. 

        Un libro que muestra, con una visión de una persona de hace 70 años, la realidad de los pueblos, algo que no ha cambiado tanto actualmente. Los pueblos siguen siendo ese escondite donde la gente de ciudad se refugia de los coches, del trabajo y se dedica a la naturaleza, a vivir el momento, a leer, donde tienen a sus verdaderos amigos de toda la vida, y donde las fiestas se celebran eternamente. Los pueblos también son de su gente, de la gente que vive allí todo el año, de la gente que trabaja para poder pagar su casa, de los que cuidan el campo, de los que están en el bar todo el día y de los que viven ahí porque lo pone su DNI solamente. Qué bien le hacen al mundo los pueblos, y que mal se lo recompensamos a veces. Y qué ganas tengo de leer Feria, otro libro que trata el mismo tema, con esta voz manchega que tanto caracteriza a su autora, Ana Iris Simón.

Ese día, si no voy equivocado, recorrimos el sendero del Rio Cerezuelo, uno de los más conocidos de la zona. Empezaba cerca de la Plaza Vieja y terminaba al lado de una casa rural, que bien cuidada, podría haber sido un hotel rural precioso -nosotros siempre tan soñadores-. Entre medias, dejamos atrás unos 45 minutos de subida en el que solo escuchábamos el agua del río bajar a nuestro lado. Aunque temíamos por Fito, le salió la vena de perro pastor y no había ser más feliz que él durante ese rato.  Mis pintas no podían ser mejores: zapatillas blancas y una chaqueta con la que parezco Michelin. Me estaba asando de calor y no nos la podíamos quitar porque necesitábamos las dos manos, por si acaso, ¿sabéis? Para no caerse, vamos. 

Una vez realizada la excursión, la cual os recomiendo encarecidamente, y con un ritmo de pulsaciones un pelín más alto de lo normal (aparte de por estar con ella -es broma. Lo leía y estaba viendo lo cursi que era), nos dirigimos al punto de inicio para tomarnos una buena y merecida cerveza. Ese es el culmen perfecto para cualquier plan. Nuestro clímax. Y así seguirá siéndolo, para muchos años más. 

        La comida, más autóctona imposible, estuvo al nivel del pueblo. Excelentemente deliciosa. Lagarto ibérico, patatas a lo pobre, migas y flamenquín de ciervo. Y para quien lo haya pensado, el lagarto no es una salamandra (y me incluyo en el grupo de los que lo pensó). También os digo que me oye un vegetariano y me crucifican, creo yo. 

Así como Daniel el Mochuelo tuvo que abandonar su pueblo a los 11 años para poder tener un futuro más allá de la quesería de su padre, yo lo tuve que abandonar para volver a mi Menorca. Pero al menos ahora siempre que lea el libro tendré la imagen de Cazorla, con la Plaza Vieja, las pequeñas tiendas, casas rurales con ventanales de madera o el monte con el castillo a lo alto para recordar por qué es tan importante ese libro, y porque son tan importantes los pueblos. Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así. No sé Mochuelo, yo me habría quedado, la verdad. Tú piénsatelo bien.


21 de enero de 2022

¡Que viva Patria!

Sí, sin el artículo “la” en medio. ¡Que viva Patria! Y que viva también Fernando Aramburu, artífice de una de las novelas con más renombre de los últimos años en la literatura española. Todos nos acordamos del Quijote, de El Lazarillo de Tormes, del relato del Cid Campeador, Luces de Bohemia o La casa de Bernarda Alba. Éstas, obras que han ido formando la concepción de literatura española que conocemos a día de hoy son consideradas como las bases de nuestra lengua. Obras que se estudian en el colegio año tras año. Seguramente, sin quererlo ni beberlo, estemos también ante una novela que dentro de unos años va a entrar en este saco de grandes éxitos de la literatura que se estudian en la E.S.O. Patria, sin ningún lugar a duda, estará ahí. Pero paso a paso, empecemos por el principio.

“Ahí va la pobre, a romperse en él. Lo mismo que se rompe una ola en las rocas. Un poco de espuma y adiós”. Así empieza el primero de 125 capítulos con los que cuenta la novela escrita por el autor vasco. 645 páginas de pura literatura. Literatura en mayúsculas en cada una de sus líneas, unas líneas que se van marcando en tu mente a medida que las vas leyendo y no te dejan ir, por muy tarde que te vayas a la cama. Esa narración mental que hace el autor, como si lo estuvieras hablando con tú mismo. Frases a medio hacer, pensamientos recurrentes y una gran cantidad de recursos estilísticos predominan en cada párrafo de la novela.

Me acuerdo la primera vez que intenté ponerme con este libro. Mi madre lo acababa de terminar hacía poco tiempo y la serie aún no era ni un proyecto. El libro tenía muy buenas críticas y la trama invitaba a darle una oportunidad. Veranito, calor, pocos planes esos días, el momento idóneo para poder empezarlo. Y lo empecé. En esa época, mi amor por la literatura no era el mismo que ahora; han cambiado tantas cosas… Leía unas páginas, me iba a nadar, comía y volvía a leer por la tarde antes de salir por ahí con los amigos. El vaivén de los días hacía que no pudiera prestarle la atención que merece y al perderme en su idas y venidas de la historia lo dejé antes de las 50 páginas. Una miseria. Me acuerdo que me daba rabia no poder seguirlo, pero era incapaz. 

Luego estuve dos años sin volverlo a coger. Dos largos años en los que mis ganas de leer han ido exponencialmente aumentando poco a poco hasta llegar a los niveles en los que se encuentran ahora. Disfruto leyendo, aprendo, viajo a nuevos mundos, conozco y me pierdo en las palabras de autores como Delibes o Pablo d’Ors que hace unos años ni me habría planteado leer. Los tiempos cambian, y normalmente a mejor. Menos mal.

Empecé el libro el domingo 9 de este nuevo año 2022. Lo tenía muy claro. Esta vez lo iba a terminar, costara lo que costara. Mi madre me había aconsejado que cuando lo empezara no lo dejara, y así ha sido. Una vez empecé a embarcarme en la historia de los 9 personajes que participan en la novela no me bajé de ella hasta hace unos días que la terminé. Bittori, Miren, el Txato, Nerea, Arantxa… todos tienen su pequeña gran historia; todos tienen sus problemas, sus ganas de venganza, sus ideales, y su gran carácter. Cómo se nota que son vascos. 

En cada capítulo coge el testigo de la narración uno de los personajes. A veces esos narradores duran hasta 3 capítulos, pero no más. Acabas de encariñarte con uno de ellos y te empieza a hablar otro al que puedes odiar, contándote su historia. Un capítulo más tarde, ya te está hablando otro de un momento 20 años anterior. Y al final empatizas tanto con todos que es imposible no sentirte parte de esa historia. Yo no viví la época fuerte de ETA. Viví algunos atentados a lo largo de los 11 primeros años de mi vida, pero me acuerdo cuando atentaron en Palma de Mallorca y yo les pregunté a mis padres si eso significaba que lo siguiente que iban a hacer era atentar en Menorca. Poco tiempo después salió el comunicado que toda España esperaba en el que se retiraban de la lucha armada, y a partir de ahí no han vuelto a aparecer. Toquemos madera. 

Patria, como buena novela que es, nos enseña todos los puntos de vista de esta lucha armada que transcurrió en nuestro país durante más de 30 años. Nos enseña a Joxe Mari, culpable y encarcelado durante más de la mitad de su vida; nos presenta a Bittori, víctima de uno de los atentados; nos muestra a Miren, madre luchadora que es capaz de estar a favor de la muerte por proteger a su hijo; nos muestra a Gorka, hijo gay que no quiere meterse en problemas y se ve obligado a huir del pueblo para protegerse; nos muestra como el pueblo gira la cara a uno de los suyos por no pagar a la organización, o cómo la iglesia apoya el movimiento desde la sombra… Como veis, podemos encontrar de todo en cada una de las historias, porque Patria no es solo la historia de una familia a favor de ETA y una en contra. Patria es la historia de las vidas de 9 personas en ese exacto momento en el que se dan cuenta que ETA ha cambiado sus vidas para siempre. ¿Se arrepentirá Joxe Mari de haber vivido por una causa inútil? ¿Se dará cuenta Miren de que está dando la espalda a una de sus mejores amigas? ¿Se es posible ser feliz después de un suceso como este?

        Sean cuales sean las respuestas, lo tendréis que investigar leyendo el libro. Este libro no merece spoilers. No quiero contaros mucho más porque no voy nunca a poder explicaros tan bien la novela como su autor. Por algo la escribió. Aunque pasarán los años y no necesitaremos spoilers para conocer la historia. Pase lo que pase la novela perdurará en la mente de todos, como ha pasado con El Quijote, La casa de Bernarda Alba, Yerma u otros ejemplos. “Las dos se miraron un instante a los ojos antes de separarse. ¿Se dijeron algo? Nada. No se dijeron nada”.  

Y así te quedas, tan pancho. Dios, Fernando. Eres el p*** amo. Gracias por tanto. ¡Viva Patria! ¡Y viva la madre que te parió!

5 de enero de 2022

24 segundos de posesión para el 2021

Queridos lelectores – parece que soy tartamudo, pero es aposta-, os doy la bienvenida a esta entrada, la que era la última de este 2021. Sé que vamos un poquito atrasados, pero por motivos logísticos, un servidor no lo ha podido subir antes. El 2021 ha sido un año que ha dejado un poquito mejor sabor de boca que el anterior, aciago para muchos de nosotros. Como el año pasado, y algo que se repite dos años se convierte en tradición, vamos a repasar este año para ver la gran cantidad de cosas que han pasado. Que no han sido pocas.

Todo empezó en casa este año, ni Londres ni mierdas. En casa como siempre. Pero también en casa como nunca. La diferencia a otras veces fue el haberlo de celebrar solos, brindando los 4, sin poder celebrarlo más allá de la 1 de la mañana, hora en la que el toque de queda (esa palabra que ya nos queda tan lejana, pero a la vez repetida estos días en las noticias) entraba en vigor. Era un brindis solitario por un año mucho mejor que el que terminábamos: un año en el que hubiera más salud, amigos, viajes y todo a lo que estábamos acostumbrados en nuestra antigua normalidad.

Y entonces la normalidad dijo: “pa qué me invitan si saben como me pongo”. Y de repente en 10 días de enero se había asaltado el Capitolio, uno de los lugares más seguros del mundo después de Hogwarts, y la borrasca Filomena atacó a media España, dejando pistas de nieve por las calles de Madrid como postal más impactante y sorprendente. En febrero, después de una ola muy grande de Covid, las restricciones fueron aflojando y pude ver a Cris 4 meses después de la última vez (¡cuánta mierda hemos aguantado!).

Fueron momentos donde viajamos a mi ciudad querida, volví a Granada y a sus cervecitas con tapa tras un tiempo separados y la primavera fue apareciendo día a día. Tristemente, tuvimos que posponer la Semana Santa y rezar para que este año pueda haber (que ya veremos), y poco a poco la vacunación fue empezando a aumentar. Al principio iba al ralentí, pero una vez cogió velocidad, al llegar verano nos convertimos en uno de los países con una tasa de vacunación más alta, demostrando que los españoles podemos unirnos en las cosas importantes (aunque sea para ir más tranquilos al bar). Pero lo conseguimos.

Llegó verano y con ello todas las competiciones de deportes atrasadas del 2020. Ya lo dije en una entrada: el que quería podía estar las 24 horas conectado a la televisión. Mi hermano y yo, porque teníamos que dormir, porque sino lo habríamos hecho. Un año más volvió Fuengirola, esta vez con un apartamento que ni en los mejores sueños habríamos imaginado, sus playas, su “pescaíto” frito, su costa y nuestra felicidad. El verano terminó, eso sí, conmigo en Menorca y contigo en Paris, una distancia bastante considerable si no estuviéramos ya acostumbrados a estas cosas.

Y empecé el curso con novedades. Nuevo horario en el trabajo y una de las cosas de las que más orgulloso estoy de haber cambiado: me apunté a baloncesto y ahora mismo, escribiendo esto, llevo 4 meses entrenando. Sigo siendo una castaña de jugador, pero al que ya se le ven algunas cositas. Digo cositas porque aún estoy en un 34% de tiro, sino podría decir cosotas. No es el caso. Uno de los objetivos para este 2022 es llegar a jugar bien, como uno más. El tiempo dirá, y el entrenador también.

Termina un año lleno de nuevas oportunidades, nuevas ilusiones, y nuevas amistades. Porque el baloncesto no solo me ha dado oxígeno, sino que me ha dado un grupo de amigos al que quiero un montón y que se han convertido en la segunda familia que uno elige. Termina un año con mi familia al completo, que eso ya es mucho, con mis padres siempre a mi lado, con mi hermano disfrutando de este 2º de bachillerato que está sacando y conmigo intentando mejorar como persona, día a día, y como escritor, entrada a entrada. Con ellos sé que todo esto va a ser posible.

Solo deseo que el 2022 nos traiga más salud, más alegrías, más abrazos de la gente a la que queremos, más victorias, más cervecitas en el bar del pabellón, más facturas a entrar en el trabajo, más paseos, más fiestas, más cenas improvisadas, más domingos de peli en el sofá, más viajes y más felicidad. Como decía Aristóteles, si a final de 2022 no cambiaríamos nada del año vivido, es que hemos sido felices. Espero llegar a final de año y no arrepentirme de nada, por haber vivido todo lo que tenía que vivir, sin peros, sin excusas… porque la vida es esto: vivirla y seguir para adelante, que es muy corta y nunca sabes cuando se te va a cortar el grifo. Quedan 24 segundos de posesión de este año 2021. Tenemos bola para ganar el partido. Vamos a jugar unos cuernos arriba, y que el pívot haga el roll para abrir luego a la esquina. Con suerte, tendremos triple liberados y el tirador no va a fallar. Nadie dijo que iba a ser fácil, pero juntos lo sacaremos adelante. 

Esto es todo amigos, un año más. Llevamos ya más de un año con la tontería, y espero que no se acabe hasta dentro de mucho tiempo, si eso. Nos vemos el próximo año, en uno aún un poquito mejor. Brindemos por seguir juntándonos, por seguir jugando, besándonos, abrazándonos, saliendo de fiesta, haciendo el amor o leyendo este, nuestro blog. 

        P.D. Cris, prepara el cava en tu casa y el tartar falso, que vuelvo otra vez. Me he quedado con ganas de más. 

Chin chin.